Para un creador que convirtió cada paso y cada tic en una pequeña agitación artística, no podría haber sido más alegórico. El 25 de junio de 2004, cuando terminaba de cantar Ziggy Stardust en el festival Hurricane de Scheesel, Alemania, David Bowie retornó a camarines y cayó desplomado.
La misma canción de 1972 que retrataba al más legendario de sus personajes -esa criatura alienígena atormentada por su éxito y que el propio cantante mató en el escenario un año después- ahora encarnaba su propio epílogo: fue el último tema que interpretó en vivo en el último concierto masivo y de larga duración que ofreció en su vida. Si Ziggy ya se había esfumado para siempre de la Tierra, ahora le tocaba al propio Bowie desaparecer ante los mortales.
Porque ese incidente también arrojó el primera alerta del calvario de salud que marcó su último decenio y que finalmente precipitó su muerte. "El no sólo debió batallar contra el cáncer; como si fuera poco, también padeció seis ataques al corazón que partieron hace mucho", comentó ayer Wendy Leigh, autora de Bowie: The Biography, en torno al via crucis iniciado en esa velada germana.
Tras caer en backstage y quebrar los nervios de su staff, los promotores del evento consiguieron un helicóptero para trasladarlo a un hospital de Hamburgo, donde se le diagnosticó un severo infarto al corazón que lo obligó a someterse a una angioplastía de urgencia. Su portavoz informó que tenía una arteria totalmente tapada y que las 11 fechas restantes del tour quedaban canceladas. El Duque Blanco recién abandonó el centro médico dos semanas después ("voy a volver a trabajar duro", prometió) y sus mismos representantes comentaron que durante su recuperación se había motivado leyendo los mensajes de sus fans en la web.
Según sus biógrafos y colaboradores, el hombre de Life on Mars?, ya rasguñando los 60 años, había descubierto las bondades de observar desde lejos cómo se hinchaba su leyenda. A partir de ahí, priorizó el cuidado de su salud, el hermetismo y la intimidad casera de su residencia en Nueva York. Por lo demás, las últimas escalas del periplo, bautizado como A reality tour, habían configurado una pesadilla.
Dos días antes del infarto, en una presentación en Praga, el músico había empezado a sentir un pinchazo en uno de sus hombros, por lo que ordenó a los responsables de su agenda que buscaran a un especialista para realizarse exámenes formales. El dolor incluso le impidió culminar ese concierto en la capital checa, percance que se puede pesquisar en una serie de videos de YouTube, donde se le ve tocándose el brazo derecho para paliar el dolor.
Antes, el 18 de junio en Oslo, un fan le arrojó desde el público un lollipop que golpeó seco uno de sus ojos, lo que no sólo detonó su enojo, sino que también lo obligó a aparecer con la cara moreteada en los pocos compromisos públicos que tuvo en el resto de 2004. El músico ya estaba herido y con cicatrices que lo tumbarían para siempre.