Fue la tarde del 13 de septiembre de 1988, a días del plebiscito del 5 de octubre que pondría fin a 17 años de dictadura. Andrés Pérez hacía un alto en sus labores en el Théâtre du Soleil, en Francia, para pasar sus vacaciones en Chile; pero el ajetreo político en las calles de Santiago le impedía quedarse de brazos cruzados esperando el resultado de las urnas. Quizá el único registro de aquel día, en que presentó su performance teatral El Sí No, colgado hasta hoy en Youtube, lo muestra poco antes de caer la noche paseándose entre la multitud que se tomaba el Parque Bustamante, donde se había improvisado un escenario.
Sonaban trompetas y tambores. Un toro representado por tres cuerpos bajo una tela negra -en la que se leía CHILE- irrumpió en escena. Sus actores, entre ellos Ximena Rivas, Aldo Parodi, Francisco Reyes y Carmen Romero intentaron torearlo, pero el animal pudo contra todos. Luego asomaron, entre piruetas y pifias, dos cuerpos con un SÍ y un NO sobre sus cabezas. Ambos se batieron a duelo con el toro, primero uno y luego el otro, pero sus intentos otra vez fueron inútiles. Una tercera silueta, con mejor suerte y una gran X como aureola, fue la que al fin logró tumbarlo.
El recuerdo no es azaroso. Días después del plebiscito, Andrés Pérez fundará el Gran Circo Teatro, una de las compañías chilenas que más herederos dejará en la escena local tras la muerte de su fundador, en enero de 2002. Y aun cuando las obras de su repertorio no fueron montadas solo en calle -varios reiterarán como pilares suyos Todos estos años (1986) y su versión de El Principito (2000)-, su carácter popular impulsó a futuros grupos a sacar el teatro de las salas para llevarlo hasta más allá, donde la gente transita de su casa al trabajo y viceversa, y donde los niños juegan a ser otros.
"La travesía de Andrés no solo fue recuperar un espacio ciudadano, sino que puso en él un espíritu de rebelión popular similar al que vemos hoy en Chile con los movimientos sociales. Probó, a fin de cuentas, que todos podíamos ser de distintos colores", dice Mauricio Celedón, de Teatro del Silencio (Malasangre), la compañía francochilena agrupada en 1989, y que al igual que Pérez, siguió los pasos y formación de Ariane Mnouchkine. Tras su paso por Santiago este año con Dr. Dapertutto, el montaje que transitó por comunas de la Región Metropolitana, Celedón y los suyos echan mano a su siguiente obra.
"Será Beckett y Godot, de Juan Radrigán, que no se monta desde 2004, cuando fue protagonizada por Arnaldo Berríos y Fernando González", cuenta Celedón al teléfono desde París. El espectáculo podría girar por tres continentes, con escalas obligadas en Francia, Chile y Argelia, en 2018. "La genialidad de Radrigán se cuela en el universo beckettiano sin seguir su estructura. Eso me pareció fascinante", añade.
Aplausos en la crisis
Radicado en Francia hace dos décadas, Celedón ha visto desde lejos el trabajo de compañías posteriores, como La Patogallina (El húsar de la muerte), dirigida por Martín Erazo desde 1997; La Patriótico Interesante (La victoria de Víctor), que surgió en 2002 de una toma en la Escuela de Teatro de la U. de Chile, encabezada por Ignacio Achurra; Teatro Onirus (Altazor), formada en 2007 por Horacio Videla, y La gran Reyneta (El hombre venido de ninguna parte), fundada en 2004 por Jean-Luc Courcoult del Royal Deluxe.
Algunas de ellas fueron nombradas en un artículo reciente del diario británico The Financial Times tras la apertura del Fira Tárrega, el festival catalán dirigido por Jordi Durán que este año puso el foco en el teatro de calle. "Chile es claramente una potencia mundial del teatro de calle con una fuerte tradición. (…) Los artistas chilenos son fuertes en la escritura del teatro de calle, pero también en el diseño de producción, lo que lo hace atractivo a nivel internacional", declaró su director.
Los líderes de las compañías dan crédito a sus palabras y al artículo en general: "Recoge varios de nuestros grupos actuales y nombra a Andrés Pérez y Mauricio Celedón como precursores, pero pasa por alto la actual situación del teatro de calle chileno, que convive con la escasez de fondos y los procedimientos engorrosos para lograr abrirse paso", dice Erazo, quien junto a su otra compañía, Teatro del Sonido, viajó a España con Viaje N°9 (2014), un recorrido sonoro por varios escenarios naturales. En enero además, para el Festival Santiago a Mil, estrenará Historias de barrio, un montaje que transitará por seis barrios acechados por inmobiliarias. "El público usará audífonos para oír trozos de historia de cada lugar, además de sus cambios", agrega.
Achurra, por su lado, cree que parte de la revalorización del teatro de calle en Chile "se dio con Santiago a Mil y el Royal Deluxe (La Pequeña Gigante), sí, pero era inevitable que ocurriera. Basta con salir a la calle y ver lo que pasa hoy. El discurso de las autoridades culturales sobre la recuperación de los espacios públicos a veces no es más que por el impacto y los titulares que dan cuenta de la gran cantidad de asistentes", añade. Junto a Erazo son gestores del Festival de Teatro Callejero (FITKA), que en noviembre tendrá su tercera versión en el barrio Yungay luego de convocar a casi 15 mil personas en las dos anteriores. Por primera vez el certamen contará con fondos estatales ($ 44 millones). "Fue difícil armar la programación por la escasez de grupos locales -agrega el líder de La Patriótico Interesante-. Es preocupante que varios hayan desaparecido en pocos años", añade.
"Falta voluntad en las escuelas de teatro para fomentar el teatro callejero", opina Horacio Videla, de Teatro Onirus. Y sigue: "La Humanismo Cristiano, por ejemplo, acaba de incluir el ramo en su malla, y es un avance, pero necesitamos que se tome en cuenta aún más para traspasarles a quienes nos sigan este trabajo que es duro, pero hermoso". En enero, la compañía sacará a la calle, coproducida por Fundación Teatro a Mil, una versión de Titus Andrónico, de William Shakespeare, reescrita por Carla Zúñiga (Teatro La Niña Horrible). "Es un texto maravilloso y con mucho potencial para un montaje de gran magnitud", agrega.
"Quizá la escasez de fondos -dice Claudio Vega de La Gran Reyneta, que hoy se declara en un período de 'reformulación'- se deba al carácter político del teatro de calle local". Erazo concuerda: "Los europeos tienen todo el aparataje, los fondos a su favor y las calles, por cierto, pero no el contenido. Eso nos diferencia". Celedón argumenta que "en la medida en que los procesos de democratización avancen en Chile, incluido el arte, podremos decir que este país respeta sus tradiciones. Puede que no tengamos una hermandad de lenguajes ni temáticas, pero el teatro de calle y popular con este carácter político es una tradición muy nuestra, le guste a quien le guste".