Además de formar parte del panteón de Star Wars, Carrie Fisher se integró desde su nacimiento a la selecta realeza de Hollywood, y como la mayoría de sus heroínas tuvo una vida tormentosa y llena de altibajos. Pero a diferencia de sus colegas, que suelen hacer de sus complicaciones y excesos un tema tabú, la actriz estadounidense nunca ocultó sus fantasmas. Por el contrario, las confesiones sobre sus adicciones y problemas mentales se volvieron una suerte de terapia personal, además de la forma en que se ganó la vida durante los últimos años.

Precisamente, la presentación de su último libro autobiográfico, The princess diarist, fue el motivo que la llevó a Londres, en cuyo vuelo de regreso sufrió el problema cardíaco que cuatro días después terminó con su vida. Como fue la tónica de su carrera editorial, en esta obra -lanzada hace sólo un mes- Fisher expuso sin tapujos y con mucho humor negro su experiencia durante el rodaje de la primera entrega de La guerra de las galaxias (1977), donde interpretó al personaje que la convirtió en ícono pop al tiempo que encasilló su carrera en el celuloide. Cuatro décadas después, la actriz reveló en el libro el fugaz romance que tuvo en el set con Harrison Ford, así como las alegrías y tristezas que conlleva la celebridad fílmica.

"Me metí tanta cocaína en el set de El imperio contraataca que hasta John Belushi me dijo que yo tenía un problema", contó la actriz al diario Daily Mail en 2010, ubicando sus excesos a la par de los del actor cómico fallecido de una sobredosis en 1982, con quien coincidió en la cinta Los hermanos caradura (1980). Fueron esos años, entre la filmación de la saga galáctica y fines de los 80, en los que la mujer tras Leia vivió sus peores momentos de adicciones.

"¿Conocen la frase que dice que la religión es el opio de las masas? Pues bien, yo consumí masas de opio religiosamente", dijo la actriz en una de las páginas de Postcards from the edge, la novela semi autobiográfica que publicó en 1987, luego de un complejo período de desintoxicación que terminó con una sobredosis accidental de medicamentos. El libro, que tres años después se convirtió en una película protagonizada por Meryl Streep -y que le abrió las puertas como asesora de guiones de Hollywood- fue el primero de varios, con los que la actriz fue compartiendo con el público su pasado turbulento y batallas psicológicas.

Entre ellos Wishful drinking (2008), memorias basadas en su propio monólogo en las que usa el sarcasmo para exponer el trastorno bipolar que le diagnosticaron a los 29 años -tratado en profundidad en el documental de 2006 The secret life of the manic depressive- y sus situaciones de abandono: desde el progenitor ausente hasta el padre de su única hija, Bryan Lourd, quien la dejó por otro hombre.

No todas las confesiones fueron en el papel. En 2008 habló en televisión de la terapia de electroshock a la que se sometió para combatir la depresión, e incluso en sus cuentas de Facebook y Twitter usaba el sarcasmo para reírse de ella misma. El premio que recibió en abril pasado de parte de la universidad de Harvard, que destacó su franqueza y activismo "para hacer avanzar la discusión sobre adicciones y enfermedades mentales", pareció un justo reconocimiento a una vida dedicada a exponer su lado oscuro.