Iban a inaugurar un memorial en el Cementerio General de Santiago, decían. Uno para enmendar los atropellos a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Iban, pero nadie llegó. Ni para el 89 ni el 94 ni el 2000, y así, hasta hoy. Mientras Juan Radrigán era desahuciado en julio pasado de cáncer y esperaba, sin saberlo, su propia muerte, retomó un texto suyo en el que puso a tres personajes dentro de ese callejón habitado por los muertos, en la eterna espera de un acto reparador que no ocurrirá.

Nunca militó. Es más, no se consideraba un autor político. "No estrecharía una mano sucia, venga de donde venga", decía. "Siempre se negó a ser un panfleto. No le gustaba la lógica binaria de buenos y malos, ricos y pobres. Su lógica era la realidad", opina Rienzi Laurie, hijastro del dramaturgo y Premio Nacional 2011, fallecido hace una semana, a los 79 años. Su mejor arma era la escritura, el verbo teatral envuelto en poesía. En Hechos consumados (1981), por ejemplo, una entrañable pareja de pie en medio de la nada, reflejaba un Chile atemorizado, incluso de amar. "Todos tenemos una cuchilla debajo del poncho, pero no siempre hay que mostrarla para intimidar al otro", declaró a este periódico en 2015.

Con los años, el silencio y cansancio de la vejez le habían dado aún más distancia y claridad para repensarlo todo. Y así, un día de 2007, Radrigán se puso a escribir Clausurado por ausencia, la obra que debutará el 15 de marzo en el GAM, dirigida por Francisco Krebs (El amor de Fedra).

"El texto sigue la línea de lo que él venía haciendo desde Beckett y Godot (2004), el juego de la espera, de la esperanza desesperanzada, y de algo muy concreto, como lo es la inauguración de un memorial para las familias de quienes cayeron en dictadura y del que nadie se ha hecho cargo", dice Krebs. "Juan puso mucho humor negro, y toda esa lucidez crítica hacia los gobiernos postdictadura, hacen creer que estaba medio desenfadado, decepcionado. Quería, como muchos, una reparación", añade.

Miguel Angel Acevedo, Paula Bravo y Carla Casali serán José, Eva y Handeli. "En quietud absoluta; tras cada uno de ellos cuelga un letrero de acrílico: Eva, 'Bazar', Handeli, 'Café', José, 'Muebles'. Terreno muy bien cuidado, un banco de plaza. Eva sostiene una vela encendida en cada mano, Handeli, una bandeja con vasos de vino y caramelos, José, remolinos. Visten como si hubiesen tenido que escoger al azar en montones de ropa usada, los tres calzan gruesos bototos", describe Radrigán en ese archivo de 48 páginas, sin título ni firma.

De fondo suena la Canción Nacional. "Me acuerdo del flaco Freire", dice Handeli, "¿El Cyrano?", responde Eva, haciendo un gesto de nariz larga con su mano. "Claro, ese. Era un buen trabajador. Democratacristiano no más, pero eso le puede pasar a cualquiera", sigue la primera. "Hay una crítica muy al hueso y desde lo social, a la política en la que Juan nunca creyó, y esta obra lo expone claramente", concluye Krebs. Como insistía el dramaturgo, despedido por cientos esta semana: "Mi obra es sobre la pobreza y la soledad. Uno es su propia cantera, toma material de uno mismo, y es infinito".