Es noviembre de 2010. Ricardo Piglia llega atrasado. Lo esperan en una casa en Princeton, Nueva Jersey, tres amigos y académicos. Zanjarán un trámite de cierta importancia y luego conversarán. La ceremonia burocrática, a la que asiste un notario, es la jubilación del escritor argentino luego de casi 25 años desde que aceptara ser profesor en la Universidad de Princeton. Pronto regresaría a Buenos Aires.
Antes de dejar junto a su mujer, la artista Martha Eguía, la casa de dos pisos ubicada en Markham Road 28, Piglia se reúne con sus alumnos, quienes le regalan como recuerdo un Kindle. "Para que actualice su modo de leer", le dice uno de los jóvenes en broma. Dentro del Kindle van las Obras completas de Henry James.
Ya hay síntomas. El narrador, en ese momento próximo a cumplir 70 años, uno de los mejores autores de Latinoamérica, registra las primeras huellas de la enfermedad en su diario, definido como el laboratorio del escritor. "Sólo mi médico en Buenos Aires sabe lo que está pasando y, de hecho, me prohibió viajar", anota Piglia sobre un secreto a voces, que casi cinco años después, lo tiene recluido en su casa de Buenos Aires, pero ordenando su producción literaria.
En marzo de 2015 llegó a librerías Antología personal (FCE), selección de su obra realizada por él mismo. No hubo entrevistas con el autor.
"La situación de salud de Ricardo es complicada y muy difícil", dice su representante, Guillermo Schavelzon. "Estoy embromado de salud", suele comentar Piglia a los cercanos que lo visitan. Mientras, trabaja en la transcripción de sus diarios que lleva desde los 16 años. Además, prepara un libro de relatos protagonizados por el comisario Croce, uno de los personajes de Blanco nocturno, su elogiada novela que obtuvo el Premio de la Crítica en España y el Rómulo Gallegos 2011.
Vienen más libros. Pero una campaña pública para ayudar en la compra de un medicamento desde el extranjero, promovida en abril de ese año por Ediciones de la Flor y su director Daniel Divinsky, dio más información sobre el estado de salud de Piglia. Una enfermedad degenerativa, llamada Esclerosis lateral amiotrófica (ELA), afecta a quien es considerado el narrador y ensayista más importante de Argentina luego de Jorge Luis Borges.
La dolencia, que afecta las neuronas que controlan los músculos, no así su capacidad intelectual, lo mantuvo -según Divinsky- sin escribir. La labor literaria la ha dejado en manos de su asistente, Luisa Fernández.
Sin embargo, entre sus últimos trabajos estuvo el guión sobre Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt, para una miniserie que fue estrenada el mes pasado en la TV Pública.
Entre las novedades literarias, ese mismo año la editorial española Anagrama informó que publicará en tres volúmenes Los diarios de Emilio Renzi. El primero, titulado Los años de formación, que recorre el periodo de 1957 a 1967, apareció en septiembre. Mientras que en 2016 el sello publicó Los años felices, y se espera para este 2017 la edición de Un día en la vida.
"La composición es magistral. Por una parte, un narrador cuenta en tercera persona lo que le cuenta Renzi. Por otra, los diarios propiamente dichos de Renzi, o sea de Piglia, en los que menciona muy pronto el impacto de El oficio de vivir, el famoso diario de Cesare Pavese", señala Jorge Herralde, editor fundador de Anagrama citando a Emilio Renzi, el alter ego de Piglia.
Antes de la aparición del primer ejemplar de Los diarios de Emilio Renzi, en junio, se publicaron dos libros sobre el autor. Las máquinas ficcionales de Ricardo Piglia apareció en Argentina por Ediciones Corregidor, a cargo de la profesora Julia G. Romero, que reúne nueve ensayos sobre su obra -uno es de Sergio Waisman, su traductor al inglés- e incluye un texto inédito de Piglia. Además, en Chile, la editorial de la Universidad de Talca editó La forma inicial: Conversaciones en Princeton, que tiene entre sus páginas el discurso que el argentino dio cuando recibió el Premio Iberoamericano José Donoso en 2005.
Papeles inesperados
"Cuesta mucho imaginar la literatura latinoamericana en Princeton sin la presencia de Ricardo Piglia", escribe Arcadio Díaz Quiñones, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la U. de Princeton, en un texto incluido en Las máquinas ficcionales… "Se trata no sólo de un novelista admirado sino también de un profesor querido", agrega, y relata aspectos claves en el trayecto de Piglia desde que llegara a la universidad estadounidense en 1987 e instalara en su oficina una foto del escritor William Faulkner.
Treinta años antes, en 1957, con 16 años, el hijo de Pedro Piglia, un médico peronista, comenzaba a escribir su diario, sin saber que sería la novela de su vida. "(Nos vamos pasado mañana.) Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo", anota Piglia ese año que junto a su madre Aída y su hermano Carlos parten de Adrogué, provincia de Buenos Aires, a vivir a Mar del Plata.
"El desarraigo fue terrible. Lo viví mal. Era muy fúnebre la situación", diría décadas más tarde el autor, que en su nueva ciudad estudia Historia y se convierte en un lector infatigable. No abandonaría el diario escrito en cuadernos de tapa negra, de donde saldrían sus relatos, algunos de sus ensayos y novelas.
Al inicio de Respiración artificial (1980), su primera novela, Emilio Renzi le escribe a su tío: "Te confieso que una de las ilusiones de mi vida es escribir alguna vez una novela hecha de cartas".
Cartas, anotaciones, apuntes, fragmentos de un diario desde donde también surgió El camino de Ida, su última novela de 2013.
"Sus diarios son la novela de su vida, basada en 50 años de escritura", confirma Schavelzon sobre los papeles que alguna vez fueron tildados de "míticos". Esto por su condición de inéditos y su existencia paralela a la escritura que Piglia convertía cada tanto en libro, desde Jaulario, conjunto de cuentos que obtuvo el Premio Casa de las Américas cuando el narrador tenía 27 años. "Sus diarios conformarían una obra imprescindible de Ricardo Piglia y de la literatura en lengua española", concluye Jorge Herralde ante la nueva edición.
Antes de instalarse en Buenos Aires, y luego de firmar los papeles de la jubilación, en la casa con sus amigos en Nueva Jersey en 2010, Piglia habló extenso. De su trabajo literario, de los premios, las editoriales, y de los finales. "Yo tengo una sensación -¿cómo llamarla?- eufórica o negadora de la muerte. Mi noción es que en la vida no hay finales. Es decir, que uno no es consciente de la escena del final", dijo entonces.