Ese día, Muhammad Ali se había mostrado como el mundo jamás lo imaginó: estaba abatido, derrumbado, rogando un auxilio del mundo externo, lejos de la personalidad inflamable y carismática con que ingresó a las enciclopedias de historia.
"Esa vez había peleado con su esposa de aquella época, no se estaban hablando, lo que lo tenía muy triste", rememora Gene Kilroy, mánager del fallecido boxeador entre 1968 y 1982, y al teléfono con Culto desde Las Vegas. Luego sigue: "Tom Jones se enteró y me llamó para saber qué hacía. Quería ayudar, porque él sabía todo lo que Muhammad amaba a su señora. Estaba preocupado, quería llamarlo para darle aliento, entendía que Ali lo respetaba y lo quería muchísimo".
La narración, situada en la mitad de los 70, no solo configura a un Ali casi inédito; también revela el profundo vínculo que fue del escenario al ring y que juntó a dos figuras cuyas vidas no parecían destinadas a encontrarse: un pugilista negro que hechizó al planeta con su técnica, su desparpajo y su persistencia en la lucha racial, y un cantante galés cuya virilidad rasguñó la parodia, aséptico en sus opiniones políticas y más preocupado de la alcoba que del activismo social
"Pero Tom era una excelente persona, o sino Muhammad jamás lo habría tenido como amigo. El no buscaba la publicidad, ya era el hombre más reconocido del planeta, por lo que, si se relacionaba con artistas, era porque le gustaba estar con ellos o porque ellos iban a él. En eso pasó muy buenos momentos e hizo excelentes amigos", dice Kilroy.
En efecto, el hombre nacido como Cassius Marcellus Clay se convirtió en la estrella del deporte que mayor fascinación generó en el Olimpo musical. Eso sí, gran parte de esos compadrazgos solo se remitían a montajes publicitarios o palmoteos de admiración que nunca excedieron al círculo privado. Con The Beatles se fotografió porque coincidieron una noche de 1964 en Miami, mientras Bob Dylan -un devoto absoluto del atleta y del boxeo- le dedicó un par de versos en "I shall be free no. 10", lo que solo le permitió conversar con relajo en el backstage de algunos shows.
En otros encuentros, campeaba cierta tensión: en la propia cita con los Fab Four, Lennon le comentó: "Nosotros no somos tan estúpidos como parecemos, en cambio tú sí"; cuando estuvo frente a Elvis, el séquito del Rey, la mafia de Memphis -hombres pendencieros y conservadores nacidos en el campo- le mostró los dientes a La Nación del Islam, la organización de afroamericanos orgullosos que integraba Ali. Pese a ello, ambos cimentaron una excelente relación con los años.
Pero Jones fue el único icono de la realeza pop con que fortaleció un lazo profundo, donde se compartían las penas, las victorias, las visitas a casa y los festines familiares. El ex representante de "The greatest" detalla: "Ali conoció a la mamá, al papá y a la señora de Tom, pasaba mucho tiempo con su familia, se sentía muy parte de ellos. Muhammad siempre iba a su casa en Beverly Hills. Y cuando no podía, Tom invitaba a sus hijos a los conciertos, los ponía en primera fila y los hacía pasar tras bambalinas".
Pese a la intimidad compartida, el intérprete y el púgil se conocieron en circunstancias nada extraordinarias. En 1968, Ali lo fue a ver uno de sus recitales en Nueva Jersey, alentado por su creciente suceso artístico. Ahí, la voz de Delilah lo llevó a su camarín, justo en los días en que la justicia lo obligó a abandonar el boxeo tras renunciar al ejército que partía a Vietnam. De alguna manera, el retiro de tres años reforzó la amistad.
Además, el norteamericano sentía una gran conexión con la cuna proletaria del europeo, con un padre que trabajaba como minero del carbón y una carrera que empezó desde la penumbra, en los burdeles británicos de los 60. "Ali respetaba mucho a personas que eran de la clase trabajadora, que habían sufrido experiencias similares. Por eso siempre se mostró amable con la familia de Tom, sentía que había una historia parecida", cuenta Kilroy.
Cuando en 1978 la TV estadounidense le hizo un homenaje en el espacio This is your life, el "Tigre galés" fue el único artista que le habló desde un video grabado, recordando con ironía su fugaz incursión como cantante, cuando en 1963 el deportista se atrevió a grabar un cover de "Stand by me" (vaya mérito: no cualquiera osaba mofarse en público del boxeador).
Dos años después, en una de las tantas visitas de Sir Tom al centro de entrenamiento de su amigo en Pensilvania, el propio Kilroy los incitó a que se subieran al ring a juguetear y practicar por unos minutos. La broma recorrió el mundo: en un arranque de histrionismo, Ali cayó a la lona en pose knock out y el cantante levantó sus brazos en ademán de triunfo. "Yo tomé esa foto y se la regalé a alguna gente. Me comenzaron a llegar muchas cartas de fans alarmados: 'Supimos que Tom le ganó a Muhammad en un combate, por lo que quizás es tiempo que se retire", acota Kilroy. Un par de meses después, el más grande pugilista de la historia colgó los guantes para siempre. Pero la amistad con el hombre que vino de Gales se extendió hasta sus últimos días.