"Aún hoy seguía buscando tesoros en estos parajes. Los buscaba sin saber qué forma tenían", reflexiona la protagonista de Las vocales del verano hacia el final del libro, luego de semanas viviendo sola en la casa donde veraneaba en su infancia, junto a una playa que se extiende en algún rincón de las costas del sur. Una frase que resume en parte el espíritu de la primera novela de la poetisa valdiviana Antonia Torres. Un deseo de búsqueda, pero no de un objeto externo sino de la propia identidad. Tras una estadía en el extranjero –que está sólo esbozada en las poco más de 100 páginas del libro- la protagonista, de la que poco sabemos, decide regresar a sus orígenes, a los parajes de su infancia, a una suerte de tierra primitiva donde espera reencontrarse.

La obra breve y sutil –que revela el origen poético de su narradora- es un camino al pasado para preparase a enfrentar el presente. En ese sentido la cita que abre el libro, del poeta peruano José Watanabe es un evidente indicio de ello: "Hace días que estoy hipnótico en el centro del Atlántico. La única referencia para saber que avanzo es mi propio pasado: está ahora delante como un tigre que me dio una tregua". Un contraste entre ayer y hoy que queda aún más en evidencia con el contrapunto entre el frío e invernal presente en que transcurre la historia y el verano alegre y luminoso de los recuerdos. "Cuando era pequeña, pensaba que el mejor lugar del mundo para vivir era precisamente ese sencillo balneario", recuerda la protagonista.

En ese proceso que transcurre en medio de vagas y generales referencia a una estadía en Europa, a un novio cuyo padre desapareció durante la dictadura y al recuerdo de fiestas veraniegas de otros tiempos, la protagonista cuyo nombre desconocemos se debe enfrentar a personajes del pasado y a una revelación que en cierto sentido desafiará su propia identidad y su pertenencia. Hay una alteración del orden con que la protagonista estructura su mundo, un orden que ella misma desafía al iniciar una relación con un lugareño, rompiendo las distancias "entre una mujer cultivada y un hombre burdo" como asegura. "En la novela quise tensionar esas dicotomías con que la protagonista ordena el mundo", comentó en una entrevista la propia Antonia Torres.

La novela de Torres es un paso intermedio entre una obra narrativa y la poesía que ella ha cultivado hasta ahora con un trabajo ampliamente reconocido. Como la propia autora comentó en una entrevista, su libro tiene mucho de poesía, como la imagen recurrente y simple del útero, el refugio, la gruta a la que vuelve la protagonista. Sin embargo, esa misma característica hace que el lector solo vislumbre la superficie de la historia. Es una novela intimista con una prosa sencilla que no ahonda en la profundidad de los sentimientos y de las experiencias que relata. Los personajes, como los recuerdos que a veces florecen en la mente de la protagonista, son imágenes tenues de un mundo que parece cubierto por esa bruma costera que ilustra la portada del libro.