"Es que soy un escritor, no un personaje", dice Alejandro Zambra acerca de su reticencia a dar entrevistas. "Doy entrevistas, pero cuando sale algún libro o hay algo que contar". Las excusas para esta entrevista son la publicación de "Fantasía" (Ediciones Metales pesados), un relato que Zambra escribió hace diez años, y el estreno de Vida de familia, la primera película que escribe, basada en el cuento homónimo de su libro Mis documentos. Dirigida por Alicia Scherson y Cristián Jiménez, la película acaba de tener su estreno en el Festival de Sundance y llegó el jueves a salas chilenas.
Después de un 2016 entre Nueva York y Santiago, y marcado por la publicación de algunas traducciones —en particular por la aparición de Multiple choice en Inglaterra y Estados Unidos—, el escritor se prepara para radicarse en Ciudad de México, donde seguirá trabajando en sus libros y también en el guión de La hierba de los caminos, largometraje que será dirigido por Fernando Lavanderos.
En Vida de familia el matrimonio de Bruno y Consuelo (Cristián Carvajal y Blanca Lewin) viajan a Francia y deja su casa al cuidado de Martín (Jorge Becker), un primo lejano y solitario. Poco a poco Martín se apropiará de la vida de esa familia feliz.
—Cuando Cristián Jiménez hizo Bonsái no participaste de la escritura del guión. ¿Por qué ahora sí?
—No participé, pero de algún modo esa adaptación cambió mi relación con el cine. Hasta entonces era solo un espectador. De esa película nació una amistad con Cristián y con Diego Noguera, el protagonista.
— ¿Tenías reticencias con el cine?
—No. Empecé a escribir por una fascinación por las palabras. Para mí la creación tenía que ver con la poesía, con el deseo más básico de expresión: papel y lápiz. Nunca me he alejado de la poesía. He dejado de publicarla, que es distinto. Siempre me gustó el cine, pero simplemente no lo entendía como algo para mí. Creo que ni siquiera lo pensé, creo que nunca dije "quiero hacer una película", o si lo dije fue en broma. Escribir siempre estuvo ahí, la poesía siempre estuvo ahí. La adaptación de Bonsái me pilló por sorpresa.
—¿Y cambió en algo tu percepción sobre lo cinematográfico?
—No creo que la literatura sea el país pequeño que le vende materia prima al país grande del cine. Para nada. Pero gracias a esa irrupción del cine volví a pensar en cosas básicas, en problemas de composición fundamentales. Ha sido como aprender a hablar otro idioma: regresas a tu lengua cambiado, renovado, la disfrutas más. Aunque creo en el Duolingo del cine estoy recién más o menos en el nivel 2.
— ¿Qué te pasaba mientras escribías el guión de Vida de familia?
—Había un lado muy visual en esa historia. Lo supe desde un comienzo, cuando empecé a escribir el cuento. Sentía mis propias ideas desafiadas por la naturaleza de esa historia. Tardé mucho en escribirlo. Es muy sencillo, pero estuve casi dos años escribiéndolo. Quizás, de algún modo, me gustaba más imaginarlo, verlo en imágenes, que escribirlo. Pero al final lo escribí y es uno de mis cuentos que más quiero. Lo del guión, después, fue puro aprendizaje. Nunca había escrito uno. Ni siquiera sabía que había programas especiales para escribir guiones… Me pareció una gran oportunidad y un lujo trabajar con Alicia Scherson y Cristián Jiménez.
—-¿De quién fue la idea?
—Mía. O de ellos. En realidad, quería hacerla por mi cuenta, para aprender, aunque quedara mal. Y justo Cristián y Alicia, que querían hacer algo juntos, me propusieron adaptar ese cuento. Fue genial trabajar con tantos amigos, en especial con Jorge Becker, con quien habíamos dejado a medias otro proyecto, y con Blanca Lewin. Tanto con Blanca como con Jorge habíamos hablado de la película incluso antes de que Cristián y Alicia me propusieran hacerla.
—Hubo otras ofertas de adaptación en Estados Unidos y en Brasil.
—Sí, tres ofertas, pero no llegaron a ser ofertas propiamente tales, porque cuando me escribieron pidiendo los derechos, la película con Cristián y Alicia ya estaba encaminada.
—¿Y sientes finalmente que es tu película?
—Me siento parte de la película, claro que sí. Pero el sentido de la autoría es radicalmente distinto. El autor de la película es siempre el director, en este caso los directores, Cristián y Alicia. La película es de ellos. Pero sí me siento parte. Es más, actúo en una parte de la película. Eso, más bien, me da vergüenza, sobre todo porque en la vida real jamás usaría el chaleco que me pusieron.
—¿Cómo fue la experiencia del rodaje? ¿Estuviste todo el tiempo ahí?
—Sí, y hasta hice un making of con una camarita chica, ahora lo estoy editando. La idea de hacer el making of era tener una excusa para mirar, un rol, para no ser todo el rato el "guionista-cacho". También las oficié de chofer de Becker y de otros actores y a veces estuve a cargo del gato que sale en la película.
—¿Era tu gato?
—¡No! Mi gata no tenía vocación de actriz. Pero sí sale mi biblioteca. Tuve que trasladar hartos libros a casa de Alicia, donde se filmó la película.
—Luego hiciste un cortometraje, que no has estrenado.
—Y que no estrenaré. O sí. Supongo que lo voy a soltar pronto, porque todavía estoy dándole vueltas a tres distintas formas de montarlo. Se llama Todo el cuerpo y los protagonistas son el mismo Becker y Gabriela Arancibia, así que de algún modo es una especie de "secuelita" de Vida de familia. Es curiosamente muy literario, pero no porque sea literatoso sino porque actuaron varios amigos escritores, como Roberto Merino, Mike Wilson, Diego Zúñiga y Alejandra Costamagna. Hay una escena muy linda con Ignacio Agüero y su hermano gemelo haciendo un gallito. Y otra en que Fernando Lavanderos canta con una de sus hijas el himno del Wanderers.
— ¿Dirigir te resultó muy distinto de escribir el guión?
—Sí, en verdad sí. Escribir un guión es como hacer un borrador.
—Ahora estás en el proceso de escritura de otro guión.
—Así es. En este caso proviene un proceso totalmente distinto, otra forma de trabajo. Fernando Lavanderos me contactó para que escribiera La hierba de los caminos, una historia de quinceañeros ambientada en Las Cruces. La historia es de él, la idea es de él, todo es de él. Me ha gustado mucho trabajar así, desde ese otro lugar. Lo he pasado bien en ese proyecto. Nos hemos hecho súper amigos.
—Te haces amigo de todo el mundo.
—Ahora que lo dices, siempre me hago amigo de la gente con la que trabajo. Es que soy bueno para conversar.
—Pero no para dar entrevistas.
—Dar entrevistas es casi lo contrario de conversar.
—Fantasía fue publicado en 2007 y ahora se publica en una edición ilustrada y bilingüe. ¿Qué tan distinto es hoy?
—No lo sé. Hace unos años, cuando le conté a Sergio Parra que iba a publicar un libro de cuentos, me preguntó si Fantasía estaba incluido y cuando le dije que no, me miró como desolado… Él lo había leído una versión publicada en The Clinic y le gustaba mucho. Hace unos meses me dijo que lo publicáramos como libro, con traducción e ilustraciones, y le dije que claro, por qué no.
—¿Dejaste muchos otros cuentos fuera de Mis documentos?
—Sí, eran veintitantos y quedaron once. En realidad, casi todos los cuentos que finalmente quedaron los escribí durante dos años, de forma más o menos simultánea. Por eso tengo una idea medio "novelesca" de ese libro.
—Pero ¿por qué dejaste fuera Fantasía?
—Bueno, eso es lo que me preguntó Sergio Parra aquella vez. No recuerdo qué le contesté. No lo tengo claro, la verdad, no hay una razón objetiva. Hay un montón de cosas dispersas por ahí pero que no publicaría en forma de libro ni amarrado. Pero este es un relato que quiero mucho, creo que fue el primer cuento que escribí. O el primero que escribí y realmente me gustó. Ahora pienso que todos los libros, no sólo los míos sino todos los libros en general son acerca de pertenecer; todos hablan de alguna clase de arraigo. Sobre querer o no querer ser parte de algo, de lo que sea. Una familia, un país, un grupo de rock, el coro de la iglesia, lo que sea. Y Fantasía es especialmente un cuento sobre eso.
—¿Qué has estado leyendo últimamente?
—Varias cosas. He leído casi todo lo que pude conseguir de Adam Phillips. La poesía de Elvira Hernández. He leído Las vocales del verano, la novela que acaba de publicar Antonia Torres. El año pasado leí intensamente la obra de mi amigo Andrés Anwandter, preparando Imágenes de aficionado, la antología que va a salir por Alquimia Ediciones. Y estoy leyendo El caballo y el gaucho, de Pablo Katchadjian, son relatos buenísimos, cómicos e inquietantes, lo estoy disfrutando como loco. También empecé el segundo tomo de los diarios de Piglia, de pura tristeza por su muerte.
— ¿Te sientes más cerca de Piglia o de Aira?
—¿Así como Boca-River? ¡Los dos! Para qué pescar la "interna" argentina. Tengo temporadas Aira. Todos los años leo tres o cuatro libros de él. Y a Piglia lo vengo leyendo desde el primer año de universidad. Me parece una mierda que se haya muerto.