—¿Siempre te gustó el cine?
—Sí, pero nunca como algo tan definido. En mi casa siempre se veían muchas películas, teníamos la tradición de ir al cine una vez a la semana. Era como el panorama familiar. Nunca pensé en hacer cine, lo veía más del lado del espectador. Luego del colegio entré a Comunicación Social y después a Estética en la Universidad Católica pensando en hacer crítica de arte.
—¿Cuándo decidiste ser directora?
—Cuando hice el curso de documental en la Universidad Católica me sentí cómoda. Me gustaba ir a mirar gente, me gustaba relacionarme con personas. Sentía que había tantas historias por contar en la vida o en la realidad que eran mucho mejores que las que yo podía escribir. Y aprendí que uno puede imaginar una historia y las vas a encontrar como mil veces. En esa forma, donde la materia prima era la realidad, me sentí cómoda y ahí empezó mi área de interés
—La once demoró cinco años de rodaje, grabando todos los meses en el mismo lugar. ¿Cómo se trabaja durante un tiempo tan largo con la presión de no saber cuál será el resultado final?
—Si tú ves mi guión antes del rodaje siempre es muy parecido a lo que hago al final. Con La once no sabía si iba a grabar un año, tres o cinco pero quería estar ahí, hasta el último día. Entonces uno piensa antes sobre cuál es el final de su historia y tienes que calcular cuánto tiempo te va a llevar llegar a ese final. La realidad no se desarrolla en un mes, ni en tres semanas ni en diez días. Entonces hay que ver cuáles van a ser los tiempos de la realidad para que tú puedas ver esa historia. No se puede apurar la realidad. Uno tiene que estar esperando hasta que las cosas pasen.
—En El salvavidas (2011), tu primer documental, en cambio, estabas en un lugar abierto donde no controlabas tanto el espacio.
—Lo que hago es investigar harto tiempo los lugares y los personajes. Tengo que saber en qué momento se va dar lo que me interesa. Las cosas que parecen únicas no son tan impredecibles. Todo pasa bajo ciertos patrones. Entonces tengo que saber cuándo estar, en que momento grabar y qué situaciones son las que me interesan. Es un ejercicio de paciencia total.
—Lograste retratar las conversaciones y lo que pasan todos los días de verano en un balneario.
—La playa es un lugar en que la gente habla abiertamente intimidades. Es como un lugar donde uno ve la vida de otros a puertas abiertas y la gente lleva la conversación del living de la casa a la arena. Al final lo que me interesa es representar intimidades. Creo que el problema es que los discursos sociales y políticos se articulan desde los espacios de poder, o desde los líderes de cada lugar, pero al final las mejores representaciones sociales están en esos espacios íntimos.
—La once fue vista por 25 mil personas, nominada a los Goya y ha rotado por todo el mundo. ¿Esperabas tan buenos resultados?
—No, porque todo el mundo me decía que a nadie le iba a importar un par de viejas tomando té. Era el típico proyecto que todos te tiran para abajo. Era radical igual. Una película solo en primeros planos, en un solo lugar con estas señoras cuicas hablando. Era una película difícil y experimental. Me enorgullece harto en ese sentido, en que no es una película en formato masivo. Se volvió masiva porque al final no hay nada más universal que la abuela conversando. Me pasó que la fue mostrada en Corea y los coreanos me decían que sus abuelas eran iguales a las de la película. No lo podía creer.
—¿Fue complicado conseguir los fondos para la película?
—Sí, fue complicado. Hubo que pensar en una estrategia de producción para financiar los primeros años con un fondo, luego los siguientes con otro. Nadie te va a te va a financiar cinco años enteros de rodaje. En El salvavidas estábamos mucho más justos, en La once en cambio íbamos pasito a pasito.
—¿Es cierto que te invitaron a grabar el corto documental Yo no soy de aquí (2016) sin conocer a la otra directora?
—Sí, fue bien extraño. Era como un reality, me invitaron a hacer una película con alguien que no conocía. Me dijeron que había una sección en un festival, que si iba una semana a Dinamarca para trabajar el guión con un director que no conocía me daban la plata para hacer la película. Pensamos en un tema que nos interesaba. A mí me interesaba el alzhéimer y sabía que siempre se acuerdan de sus primeros años, por lo que nos preguntamos sobre qué pasaba con un inmigrante que solo se acordaba de su lugar de infancia de otro país. Ahí volví a Chile.
—O sea, pensaste la historia antes de conocer a su protagonista.
—Siempre lo hago así. Llamé a todas las casas de reposo preguntando si tenían inmigrantes con alzhéimer. Y fuimos donde las que nos decían que tenían. Era una idea bien específica que se nos había ocurrido. Así trabajo siempre, para El salvavidas fue lo mismo. Soy una convencida de que la historia hay que salir a buscarla. Hay que delimitar los parámetros y siempre vas a encontrar un personaje mejor del que te imaginaste.
—Uno tiende a pensar que primero se conoce a alguien con una historia llamativa y luego surge la idea de grabar esa historia.
—Es que eso te podría pasar una vez en la vida pero en realidad es todo lo contrario. Prefiero pensar un tema y qué tipo de personaje sería bueno para ese tema. Para El salvavidas entrevisté 250 personas. Yo funciono al revés, de la teoría salgo a buscar y de ahí vuelvo a escribir la historia, porque siempre es mejor lo que encontré. La realidad es mejor que la ficción en ese sentido. Es sorprendente las cosas que suceden.
—Es como el cliché, cuando la realidad supera la ficción…
—Sí, uno lo dice todo el rato, es como un clásico, pero soy convencida de que es verdad.
—¿Harías películas de ficción?
—No sé. Pero a los directores de ficción nunca les preguntan si harían documentales, no entiendo por qué. A mí todo el mundo me pregunta cuándo voy a hacer una ficción. No hago la distinción, para mí es cine, son películas. Quizás el día de mañana haga una ficción, no sé, no estoy segura.