Cuando quedan tres días para el cierre de la Berlinale, Una mujer fantástica aparece en el segundo lugar del ranking que realiza la revista Screen International, basándose en las críticas de un jurado de siete periodistas: de 4 estrellas en total, el filme de Sebastián Lelio tiene 3,2, y solo es superado por la cinta de Aki Kaurismäki, The other side of hope, que suma 3,7 puntos. Además, todos los medios especializados -Indiewire, Variety, Screen y The Hollywood Reporter- vaticinan que Daniela Vega, la protagonista, se convertirá probablemente en la primera actriz transgénero en ganar un premio en un certamen de esta importancia.
"Visualmente, la película es sensacional desde el primer fotograma hasta el último", escribió David Rooney de The Hollywood Reporter, quien aseguró que la película elevará al cineasta chileno a las filas de los nuevos directores estrella del circuito internacional. Los críticos trazaron paralelismos con Cassavetes, Hitchcock y Almodóvar, a pesar de que Lelio descartó por completo la comparación con el español durante la conferencia de prensa del filme. "Es difícil imaginar que Una mujer fantástica se irá con las manos vacías: es un producto de calidad en todo nivel", apuntó Wendy Ide, de la revista Screen.
La cinta narra la historia de Marin, una joven mesera y cantante que tiene una relación con Orlando (Fracisco Reyes), un hombre 20 años mayor que se enferma súbitamente y muere al llegar al hospital. El duelo de su amada se transforma en un infierno: Marina es una mujer transexual que, además de convertirse en sospechosa por la muerte de su pareja, tendrá que luchar contra los prejuicios de la familia de Orlando, que le prohíbe asistir al funeral, y que intentará expulsarla del departamento que ambos compartían
Según Variety, "Lelio creó la declaración quizás más resonante y empática sobre los obstáculos de la existencia transgénero desde Boys don't cry, de Kimberly Peirce", la película de 1999 con Hilary Swank y Chloë Sevigny. Pero antes de que todos estos comentarios se escuchen en la prensa y en los pasillos de la Berlinale, el cineasta se subirá a un avión para volver a Londres, donde este jueves 16 terminará de filmar la parte inglesa de su nueva película, Disobedience, con Rachel Weisz y Rachel McAdams. "Queda por rodar un poco de la historia que se cuenta en Nueva York", detalla Lelio, el mismo día del estreno de Una mujer fantástica en Berlín.
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El director Sebastián Lelio y la actriz Daniela Vega.[/caption]
—Este es tu filme más político. ¿Te incomoda que se use ese término para hablar de él?
—No, no. Creo que toda película es política, todo acto social es político y una película es un acto social por definición. Así que sí, es una película que tiene aristas políticas potentes.
—¿Cómo crearon junto al co-guionista Gonzalo Maza el personaje de Marina, de manera que no fuera un estereotipo?
—Una vez que apareció la idea de construir una película en torno a un personaje como Marina, fue como "paremos las máquinas y eduquémonos". Ahí conocimos algunas a mujeres trans. Quería ver cómo eran, quería ver qué había ahí. Yo mismo tenía mucha ignorancia sobre lo que estaba pasando. Y esto fue justo antes de que explotara el tema. Todo el mundo se ha ido educando en este último año y medio; está la portada del National Geographic, hay toda una cuestión que está pasando ya más allá del reality, y con eso me refiero a la figura del trans casi como una figura de circo. Hay muchas cosas ocurriendo y al conocer a Daniela algo hizo click. Primero fue como una gran consultora y, luego, muy orgánicamente, comprendí que ella tenía que ser el personaje. Eso implicaba un montón de riesgos, pero también iba a darle a la película algo que no puede ser impostado. Impostarlo hubiera sido un anacronismo, una aberración estética, un poco como los negros que eran blancos pintados con betún de las películas del comienzo del cine. Por ahí va la decisión.
—Muestras un país atravesado por el conservadurismo. ¿Cómo crees que se va a ver Chile desde el extranjero?
—Toda ola tiene una contra-ola. Marina misma habla también de un Chile, de un Chile que quiere no ser delimitado, encajonado; que es más expansivo, más libre y menos convencional. Lo que pasa es que esas dos corrientes están en total choque y siempre lo van a estar. Así funciona el mundo. Pero siento que la película llega en un momento político y social a nivel planetario en el que resuena quizás más de lo que lo habría hecho hace un año. Hay una ola general de retroceso, pero en paralelo uno ve que también está la otra parte. Se vio en la marcha de las mujeres luego de la elección de Trump. Y eso emociona hasta las lágrimas, porque estamos metidos en esta encrucijada evolutiva como especie y podemos irnos hacia un lado o hacia el otro. Un lado es el de los muros, un camino que nos lleva derecho hacia la autodestrucción, y el otro lado es más inclusivo, más amante, más complejo. Hacia allá es donde creo que deberíamos empujar.
—¿Crees que la distancia te ha hecho mirar a Chile de manera más crítica y lúcida?
—Quizás. Es paradójico, porque pienso en Chile todo el día y uno se aleja para poder estar más cerca. Como que hay que pagar un precio: hay que hacer un corte para volver a ver, o si no uno se convierte en el sujeto u objeto observado. Y de alguna forma, hay que encontrar artimañas para poder generar esa distancia. En mi caso, el hecho de estar lejos me ha permitido mirar la realidad chilena a lo mejor con ojos distintos a los que tenía antes. Pero sí, creo que es un guión muy influenciado por el hecho de haber sido escrito en Berlín. Hay algo ahí que se coló: la libertad de la película, el hecho de que se rehúse a ser encajonada. Hubo varias cosas que la empujaron hacia lugares nuevos para mí: el personaje, quizás Berlín y también las ganas de meterse en otros peligros. Es parte del juego también.
—¿Cómo definirías el tono de Una mujer fantástica? Gloria era más optimista y luminosa.
—Yo me explico la película como politonal, multiexperiencial y multiforme. El paisaje cambiante del género que estamos viviendo en cuanto a las identidades sexuales encuentra una contraparte en el género cinematográfico acá, porque también es una película sobre el cine. Es una película sobre los géneros, una película que los visita y no se casa por completo con ninguno de ellos. Es un poco de cada uno y ninguno del todo.
—Un personaje humillado como Marina podría terminar como Carrie, de Brian de Palma, o como una heroína de Tarantino. Pero no retratas a Marina ni como víctima ni como una mujer que busca venganza. ¿Por qué?
—Lo que me parece interesante de Marina es que es un personaje que está preparado para el mundo, el problema es que el mundo no está preparado para ella. Entonces los tonos posibles eran muchísimos y se intentó que la película, dentro de una cierta coherencia, visitara distintos tonos y territorios. La gran pregunta era: ¿es posible hacer existir todo esto? ¿Es posible hacer esta película poliforme que al mismo tiempo sea un solo cuerpo? Y en ese sentido es sobre la identidad, no sólo del personaje, sino también sobre su propia identidad como dispositivo narrativo autoconsciente, que se problematiza a sí mismo todo el tiempo y que no es ni esto ni lo otro.
—En Gloria tocas tangencialmente el tema de la muerte y del Chile más tradicional, ahí encarnado en el personaje de Sergio Hernández. Pero acá llevas esos temas a sus límites y se vuelven más extremos. ¿Por qué?
—Siempre hubo una vocación de hacer una película que lo tuviera todo, algo que yo ya quería en Gloria y que llamaba una "panpelícula", es decir, que tenga risas y lágrimas, que tenga profundidad y ligereza, que sea política y frívola. Todas esas paradojas me parecen fascinantes, porque las películas no deberían ser respuestas, sino preguntas. Y en este sentido, como aborda un tema que resuena a nivel político con muchas cosas que nos están pasando como especie humana, naturalmente había que llegar más lejos. Es algo que ahora que me lo dices me doy cuenta, pero claro, es una película que tiene una energía mucho más avasalladora: el espectador se sienta, se abrocha el cinturón y ojalá que el viaje lo atrape y no lo suelte, pero ojalá también lo obligue a decir: dónde estoy parado yo con respecto a este personaje, cómo lo percibo, cómo lo juzgo. ¿Es legítima esa persona? ¿Por qué debería yo decir qué es y qué no es legítimo? ¿Quién tiene derecho de decir lo que es o no es normal, qué tipo de amor es posible, qué tipo de vida puede vivirse?
—Son preguntas que se condicen con la era Trump y los tiempos duros que corren.
—Es el gran problema por el que estamos pasando. "Usted no puede vivir acá, váyase a su país, usted no puede orarle a su dios, usted no puede acostarse con esa persona". Se siente como si estuviéramos al mismo tiempo en una hipermodernidad postfactual y en una Edad Media. Y las películas deberían atrapar esas complejidades, deberían atrapar el tiempo en el que nacen. Tienen que tener ese zeitgeist, ese espíritu de los tiempos, y eso no puede estar sólo expresado en el tema, tiene que tener una expresión formal. El juego cinematográfico de la película es que oscila, vibra, muta y no se fija. La gente dice: es cine romántico, pero después es la historia de un hombre y una mujer que no es una mujer; es una película de funeral, de fantasmas, de humillación y venganza, de redención, de resiliencia. Uno se pregunta: el personaje es real pero no es completamente real, ella es de verdad transexual pero ¿está actuando o no está actuando? Todas esas preguntas es de lo que la película se trata. Hay una frase de Baudrillard que dice "más real que lo real y más falso que lo falso". La película tiene eso. Tiene un artificio absoluto asumido, y al mismo tiempo toca lo real. Es falsa y verdadera al mismo tiempo. ¡Chúpate esa, Trump!