Los estereotipos suelen servir para las categorizaciones rápidas, pero también para las mentiras flagrantes. Es lo que pasó en el último Festival de Cannes, donde la película alemana Toni Erdmann no sólo se transformó en la favorita de la crítica, sino que fue un tapabocas a aquella percepción de que los alemanes tienen un sentido del humor lamentable. Al mismo tiempo, el iraní Asghar Farhadi (1972) y su cinta El viajante demostraron otra vez que la cinematografía de ese país no debe ser reducida al simbólico mundo de niños e historias simples que alguna vez fue su marca registrada.
Ambas cintas fueron rápidamente escalando posiciones en las preferencias del año y ahora llegan a la disputa por el Oscar extranjero (que se entrega la próxima semana) como las grandes favoritas. Aún así Toni Erdmann, que sorpresivamente no ganó nada en Cannes, luce como el filme con más posibilidades, sobre todo considerando que Farhadi ya ganó el Oscar con La separación (2011).
Escrita y dirigida por Maren Ade (1976), Toni Erdmann es la historia de un padre tratando de reconstruir el puente emocional que alguna vez lo comunicó con su hija. Juguetón, algo ingenuo y proclive a las bromas, Winfried (Peter Simonischek) decide que la única manera de llamar la atención de una hija fría, distante y adicta al trabajo es ponerse dientes postizos, abrigarse con una peluca ostentosa y hacerse pasar por un papanatas de nombre Toni Erdmann. Ella (Sandra Hüller), que vive en Rumania haciendo trabajos de consultoría financiera, primero responde en forma errática y luego parece entender el sentido de esta estrategia.
Tras el estreno de la cinta en Cannes, la directora Maren Ade habló con Culto sobre las motivaciones de su trabajo. "En un principio la idea era hacer una comedia bastante más clásica. Si ves el guión te darás cuenta que había muchas partes derechamente cómicas. Sin embargo, cuando empezamos a filmar todo tomó un tono mucho más dramático y melancólico. Fue inevitable. El asunto es tener claro que Toni Erdmann es un personaje inventado por Winfried para atraer a Ines. Lo hace como puede, a veces es gracioso y casi siempre parece un actor de segunda categoría. Y eso provoca muchas risas en el espectador", comenta Ade.
La cinta, que habla desde las relaciones familiares fracturadas hasta las rudas condiciones laborales en Europa del Este, tiene algo de autobiográfica. "Cuando tenía unos 20 años le regalé a mi padre unos dientes postizos y él comenzó a usarlos para bromear con sus amigos. Lo curioso es que cuando rodaba la película me acordé mucho de él y me dije a mí misma que debería llamarlo más a menudo. Estaba haciendo una película acerca de una hija que no se interesaba en estar con su padre y yo ni siquiera contactaba mucho al mío", dice la cineasta germana.
Sobre las locaciones en Bucarest, Ade desliza una crítica al corporativismo capitalista: "La historia se ambienta en Rumania porque es un país donde las compañías alemanas tienen mucha presencia. Es un poco triste: tras la caída del comunismo, llegaron las grandes empresas a tomar cada una su tajada del pastel y en Bucarest se ven muchas de Alemania, sobre todo en temas de consultoría financiera en empresas y manejo de personal. En ese campo es en el que se mueve Ines, la trabajólica hija de Winfried".
Con tres películas en el cuerpo, Maren Ade es una admiradora del cine de John Cassavetes. "Siempre me gustaron mucho las películas de Cassavetes, particularmente la manera de desarrollar los personajes y cómo lograba que los conflictos surgieran de ellos. Pero para construir el carácter central de Toni Erdmann hubo otro tipo de referentes: vi muchísimos videos de Andy Kaufman (1949-1984), el gran comediante norteamericano. Y, por supuesto, está la figura de mi propio padre, un bromista por naturaleza".
La violencia iraní
El viajante, de Asghar Farhadi, tiene toda la desolación que Toni Erdmann no necesita y, evidentemente, no requiere de su desparpajo. Se trata de un drama con mayúsculas, sobre un matrimonio de actores que representan La muerte de un viajante de Arthur Miller. Cuando se cambian a su nuevo departamento, la esposa sufre el ataque de un intruso en casa.
"En principio yo no iba a hacer El viajante. Estaba todo listo para rodar una película producida por Pedro Almodóvar con conocidas figuras del cine español (cinta con Penélope Cruz y Javier Bardem actualmente en pre-producción), pero empecé a sentir nostalgia por mi país, por Irán. Pedro se sorprendió, pero finalmente entendió. Así es que me fui a Teherán y rodamos El viajante", recordaba Asghar Farhadi en la conferencia de prensa de Cannes.
En principio las conexiones con la obra de Miller pueden parecer difusas, pero Farhadi las aclara así: "Yo empecé en el teatro, es lo que primero estudié. Me encanta el ambiente y la emoción de experimentar la reacción del público. Luego, en mi vida, derivé hacia el cine y quizás, en esta película, hago un pequeño tributo a la escena teatral. Me parece que en este largometraje hay dos narraciones: la obra que representan Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti) y que es La muerte de un viajante y la de la vida doméstica de ambos fuera del escenario. Y está, además, la muerte de dos vendedores, que son el de la pieza teatral, y el de la película. Por lo demás, Rana se parece mucho a Linda, la esposa del vendedor Willy Loman".
Ganadora de los premios a Mejor guión y Mejor actor en Cannes, la cinta va registrando los cambios de temperatura emocional de Emad, el esposo herido en el orgullo tras la vejación sufrida por su esposa. Para Farhadi, Emad es un símbolo del valor de la tradición en Irán: "Nuestra sociedad, la iraní, es muy tradicional y conservadora, con códigos morales enraizados. De alguna manera eso se ejemplifica con el personaje de Emad, quien es un tipo muy culto, liberal, leído, un actor. Sin embargo, es capaz de reaccionar en una forma bastante conservadora y básica sometido a circunstancias difíciles. Es lo que le ocurre cuando pasan a llevar a su mujer".
También, de alguna manera, la cinta opera como un rechazo a la violencia vengativa. "Me interesaba destacar hasta que punto nos sentimos con el poder de aplicar la fuerza, de sentirnos con el derecho a ser violentos con el prójimo. Hasta que punto es lícito que alguien humillado pueda reaccionar desmedidamente".