Esta es la historia de Miguel e Isabel. Él es hijo de un mueblista que vive y atiende su taller en calle San Pablo, y ella, la de un adinerado que nunca salió de su burbuja en el barrio alto de la ciudad. Cierto día, hace ya más de 30 años, el padre de ella mandó a hacer una mesa al de él. Así, "las circunstancias" hicieron que ambos llegaran a toparse y mirarse de arriba a abajo, hasta enamorarse, aun cuando sus vidas parecían imposibles de entrelazar. En un Santiago que ya comenzaba a afrontar la modernización, Miguel e Isabel desafiaron, año tras año, los azares del destino y, de paso, la historia de un país.
Paulina García tenía 21 años cuando entró a estudiar Teatro a la UC, en 1981. Ya había pasado por la Escuela de Artes de la misma universidad antes de decidirse, sin saberlo, a dar su salto maestro: convertirse en actriz y atreverse a escribir y dirigir sus propias obras. A los 24 optó por hacer lo suyo en televisión, en la piel de la villana Adriana Godán en la telenovela Los títeres (1984). Fue solo el despegue de una carrera cruzada por el cine y el teatro, y en la que ha recibido elogios por sus actuaciones en Malasangre (1991), de Mauricio Celedón y El tío Vania de Chéjov (1994), dirigida por Raúl Osorio, entre otras obras.
En paralelo, insistió frente a las cámaras: de las películas Tres noches de un sábado (2002) y Cachimba (2004), entre otras, su nombre volvió a hacer eco años más tarde, en 2013, con su rol en Gloria, la cinta de Sebastián Lelio por la que ganó el Oso de Plata ese mismo año, y que la puso bajo el radar de realizadores extranjeros. En 2016, su año más internacional, rodó la serie Narcos de Netflix, donde encarnó a la madre de Pablo Escobar, y casi al mismo tiempo, y bajo las órdenes del estadounidense Ira Sachs, hizo su debut en el cine angloparlante con Little men.
A meses de volver a salas con La Cordillera, la película de Santiago Mitre donde compartió el set con el argentino Ricardo Darín (ver recuadro), García ha decidido "hacer una pausa y entrar nuevamente a la caja negra, y de la mano de un viejo y buen amigo". El 9 de marzo estrenará Año nuevo en GAM, una comedia negra escrita y dirigida junto a sus ex compañeros de escuela, Jaime Lorca y Rodrigo Gijón.
"Lo último que hice en teatro (como directora) fue la versión mexicana de Las analfabetas, en enero. Y como actriz, estuve en La anarquista (2014)", recuerda, el texto de David Mamet dirigido por Claudia Di Girolamo. En Año nuevo, en tanto, el proyecto que la tiene trabajando hace más de un año junto al ex La Troppa y director de la compañía Viajeinmóvil, será Isabel, la mujer que junto a su esposo, Miguel (Lorca), expondrá su vida a partir de los innumerables 31 de diciembre y 1 de enero que han pasado juntos.
La fecha no es casual: "El Año Nuevo es una fiesta sensible, emocional, no una que pase así no más. Estás solo, o ya no están tus hijos, o ya no tienes la plata para hacer la comida que hacías antes. Nos interesó mostrar cómo cambia una familia desde que estaba bien en lo económico, hasta cuando fueron pobres, o de cuando estaban juntos y luego se fueron desmembrando. Pero al final siempre quedan ellos dos, su amor y el paso del tiempo. Hacer evidente en el texto lo político, la dictadura, el retorno a la democracia y el presente, no era lo que buscábamos, y aunque sí están presentes, no es sobre la primera línea. Esta obra entra más al área chica", explica la actriz.
Con Lorca ya habían trabajado juntos en Orates, la obra estrenada en 2010 en el Mori y que tomó como punto de origen las cartas que se encontraron en el Hospital Siquiátrico tras un antiguo incendio. Desde entonces, Año nuevo era algo así como una "deuda" de ambos. Hasta ahora.
La vejez
Algunos meses atrás, ambos actores sumaron a Rodrigo Gijón, quien ha hecho de dramaturgo y director del montaje. "La obra transcurre a lo largo de 30 años en la vida de Miguel e Isabel, en Chile, en Santiago", dice este último. "También está su hija, Ana, a quien ellos dejan de ver por líos que se cruzan con la historia política del país, pero que repercuten en la verdadera historia, que es la de esta familia y este matrimonio. Ambos llegan a vivir su vejez de una manera muy particular", agrega.
Con solo García y Lorca sobre el escenario, ambos actores se encargan de manipular e interpretar a otros personajes que inciden en el relato por medio de teatro de objetos y de máscaras, impreso por la compañía responsable de Otelo. "Dos personajes son objetos que forman parte del decorado, y el resto son hechos por nosotros con máscaras, como el papá de Isabel, el Coronel al que invitan a cenar un año, y así", cuenta Lorca. "Creo que cada vez estamos más fuera de la marioneta, más abstractos. En el fondo, lo que basta es una buena dirección, y cómo esa visión de la simpleza puede realzar nuestro trabajo y sus artificios", añade.
Ana, la hija de Miguel e Isabel, es una ausencia permanente en escena, aunque también un factor clave en la historia. Para el actor, el guiño a quien fuera el maestro de los tres, el dramaturgo Egon Wolff, es evidente: "Estos personajes, tal y como él nos enseñó, tienen su propia biografía. El caballero se fue un año antes y aun así estamos esperando que nos ponga nota por este trabajo, que además de criticar a la burguesía chilena recurre a ciertas herramientas de la dramaturgia, como la tensión y el silencio, que fueron clave en sus obras".
En la casa de Miguel e Isabel la fiesta es eterna, con bailes y risas en unas, y llantos y discusiones en otras. Copas a medio beber sobre la mesa, cumbia retumbando por las paredes, y al fondo, dos estantes tapizados de cajas de cartón disimuladas por el cotillón. "Una tragedia en Santiago de Chile -anuncian por la radio-: Dos ancianos fueron sorprendidos robando en un supermercado". La vejez, "que es lo único que persiste", dice García, "los tiene aún amándose y sobreviviendo el uno al lado del otro. La pregunta es cómo".