No deja de ser inquietante que en el momento exacto en que el Festival de Viña se acabó una casa en Puerto Montt fue asaltada por fantasmas. Los detalles resultan un contrapunto insólito ante la complejidad de un marzo donde volvieron las catástrofes del paisaje (esta vez aluviones) y Sebastián Piñera publicó un inverosímil "Yo acuso" (al modo de Emile Zola o Pablo Neruda) para defenderse de las acusaciones de haber hecho negocios privados mientras era presidente.

Respecto a la casa encantada: a los dueños les tiraron una bolsa con excrementos a la puerta, las cosas comenzaron a moverse, se cayeron tazas, rompieron vidrios, explotó la vajilla y los colchones se encendieron. Un reportero local cubrió el asunto por streaming y ahí vimos un objeto oscuro cruzar la pantalla mientras se ponían a ladrar los perros, los vecinos miraban y los niños jugaban por la calle, felices por el espectáculo en el barrio. Entremedio, un carabinero contaba que un cuchillo volador lo había atacado por la espalda. El chaleco antibalas lo había salvado. Ese carabinero también había invocado al diablo y era posible ver otra grabación donde alguien hacía un tembloroso exorcismo mientras caían objetos de los estantes.

¿Demasiado? No, qué va: todo hubiese dado para una discreta película de terror si los matinales no hubiesen explotado el asunto volviendo ridículo cualquier detalle, sacando a todos los fantasmas de los rincones, aunque ni siquiera existiesen. En Bienvenidos de Canal 13, por ejemplo, entrevistaron a un tal Luis Felipe Izquierdo, sacerdote de un grupo cristiano desconocido. Izquierdo contó que se hicieron tres exorcismos pues se trataba de un maleficio provocado por brujería (aunque luego mencionó el vudú) y porque la familia no oraba lo suficiente. Agregó que vio caer el control remoto de la tele y que la presencia/ente/entidad era femenina, a lo que el periodista le preguntó: "¿Es un demonio o es el espíritu de un niño?".

Izquierdo, por supuesto, mencionó la participación del cura Nelson González, omitiendo el dato de que González viene haciendo exorcismos en ese mismo sector de El Alerce desde el año 2004. Demasiado. No, en realidad. Basta recordar que Mucho Gusto de Mega envió a la médium Vanessa Daroch a ese lugar habitado por demonios. Daroch, que alguna vez contactó con el espíritu de Felipe Camiroaga, fue recibida por una multitud como una "rockstar", en palabras de Luis Jara.

Vale la pena revisar la secuencia: Daroch llega y conversa con la familia, una moneda cae de la nada. El sacerdote exorcista mira. La moneda está fría. Daroch entra a la casa. Nada se mueve, nada se enciende. Ella saca su péndulo. Se siente aplastada. Sugiere que la pirokinesis la provoca la dueña de casa, que no está ahí. La música es de una película de terror. Revisa los cuartos. Algo invisible le toca el hombro. Habla con ella; es una mujer, no una niña. Quiere irse. Hay cruces marcadas en las puertas por un ritual previo. Encuentra la habitación donde está la entidad. Se apaga una luz. Daroch habla con el aire. Pregunta si vive ahí alguna Camila. Por supuesto, hay una Camila en la familia pero ahora reside en Coquimbo parece. Van a buscar al padre. El padre llega. Recuerdan a una niña que juega y habla sola. Daroch se tranquiliza, todo se arregla: los malos olores desaparecen, el aire deja de estar cargado, denso y el programa sigue su curso; gracias a la vidente el matinal ha cumplido su deber cívico.

Hay más notas y despachos pero no valen la pena mencionarlos. Esta semana de nuevo, Chile se llenó de exorcistas, cazafantasmas, expertos paranormales, médiums y lo que viniese para fomentar la ignorancia. Por lo mismo, como si con Daroch o los curas no fuese suficiente, resucitaron a Hugo Zepeda y a Humberto Lagos. En esa distancia entre la parafernalia de los matinales y la asombrosa simplicidad del video que lo empezó todo está también tensión entre la precariedad temblorosa de esa grabación hecha de imágenes oscuras y el espectáculo de una televisión que trata de abrir una puerta al otro mundo a fuerza de manotazos. Conclusión: pura psicotronia en los idus del marzo chileno; un carnaval de estulticia y tiempo perdido, de conversaciones huecas y realidades deformadas por el rating.