La protagonista de Las vocales del verano, la primera novela de la poetisa valdiviana Antonia Torres, relata en poco más de cien páginas su búsqueda por volver al origen, a los parajes de la infancia, a una suerte de tierra primitiva donde reencontrarse.

—Si bien el personaje tiene elementos biográficos parecidos a los de mi vida, en la mayoría no tiene nada que ver— dice la autora, sentada en una oficina con vista al Parque Forestal.

Luego, entre divagaciones, Antonia Torres comienza por el final:

—Si acaso yo, o más bien en mi escritura logro encontrar algo de mi origen en ese sur… sí. Lo que hace ahí la protagonista es ir en búsqueda de respuestas a cosas que ni siquiera sabe bien cuáles son las preguntas. (...) El destino le dobla la nariz y le muestra, algo muy chileno creo, que aquello que tú niegas y más niegas es lo que eres.

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—¿Cuánto de Antonia Torres hay en la protagonista de Las vocales del verano?

—En esta pregunta, cuando no tienes respuesta a lo que constituye tu identidad, a veces la buscas en el espacio. En esto sí me siento identificada con ella: ella hace estos paseos largos, introspectivos, por una naturaleza muy salvaje, en donde ella de alguna manera busca soslayar, comprender y descifrar algo, por eso hay tantas reflexiones que son no necesariamente de la protagonista pero sobre el pasado histórico del lugar.

Mientras conversamos en la sala, Antonia Torres toma notas mentales y en una pequeña agenda. Entonces, la autora de los poemarios Las estaciones aéreas, Orillas de tránsito e Inventario de equipaje se sumerge en su novela para encontrar las respuestas.

Dice que la protagonista recuerda los conchales donde se encontraban puntas de flecha que dan cuenta de una cultura precolombina. Que la historia no parte con la llegada de los colonos alemanes o de los españoles en el siglo XVI, sino que mucho antes. Que ese lugar tiene un pasado tan fuerte que lleva a la protagonista a preguntarse lo de su propio pasado y se pilla con este secreto, esta tragedia, esta revelación de algo medio trágico de su propio pasado:

—Y eso es lo que ella anda buscando —dice la poetisa—, pero también es el pasado del lugar, el pasado de su familia, las historias que escuchaba cuando niña. Tenemos similitud en que yo también crecí escuchando historias de ahogados, de muertes en el lugar, muertes no explicadas, sobre desaparición de cuerpos que el mar nunca devuelve, una metáfora de lo que pasó en nuestro país con la dictadura militar, hay un poquito de eso.

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—Yo espero que la novela no opaque a la poesía— dice Antonia Torres.

Su idea es que la novela permita que la gente que le interesa la literatura también se interese por sus libros de poesía que son igual o más importantes para ella que la novela.

—Lo que pasa es que la novela tiene otro circuito más amplio, pareciera ser más entendible, más fácil de digerir o de consumir, entonces la gente se entusiasma por ese lado, pero claro la poesía en Chile tiene otros carriles por donde corre, por eso tiene menos recepción.

—¿En qué momento decides abandonar el registro de la poesía y escribir en prosa, cuándo, en el fondo, decides contar una historia?

—Nunca lo decidí realmente, sino que me di cuenta cuando ya llevaba mucho avanzado. No fue un momento en que yo tomara la decisión. Cuando comencé a escribir lo que era la novela, yo no sabía lo que estaba escribiendo, si era poesía o narrativa o lo que sea. Simplemente comencé a escribir algo que me parecía una necesidad, un impulso, un recuerdo.

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Dice que le gustó la idea de alguien que lee las huellas de un muerto en los libros, en la caligrafía, en cómo escribía, y que con eso trata de comunicarse con ese muerto, con ese desaparecido.

—Todos los que hemos perdido a alguien buscamos algún vestigio de esa persona —dice Torres—. Hay gente que guarda hasta la ropa, o los pelos de la peineta, entonces, yo también hacía ese ejercicio, pero yo no sabía que estaba haciendo narrativa, y en algún minuto cuando me di cuenta que ahí había una historia, me dieron ganas de contar esa historia, y eso fue a la mitad de la novela. No sabía lo que estaba haciendo, no tenía un programa.

—Thoreau escribió: "No es hasta que estamos perdidos que comenzamos a comprendernos a nosotros mismos". ¿Cómo lo ves tú?

—Sí, creo que una manera de entender es cuando uno toca fondo y ahí está bien perdido. Cuando uno toca fondo puede recién darse un impulso y salir a flote.

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—¿Qué expectativas tengo? —dice Torres— Seguir escribiendo poesía y narrativa, y que eso permita promover la poesía mía y la de mis pares porque sigo leyendo y reseñando poesía de otros autores. Ojalá permitir una ventana en ese sentido.

—¿Qué proyectos tienes en marcha?

—Hay un proyecto de narrativa también que está en marcha y un libro de poesía, pero mejor no decir nada porque como dicen los alemanes "negro sobre blanco" o dicho en alemán «schwarz auf Weiß». Mientras no esté escrito no existen las cosas, no se puede hablar. No quiero parar— dice sonriendo.

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Antonia Torres insiste con que la protagonista de Las vocales del verano está súper perdida, que escapó de Chile, que también escapó de Europa.

—Ella, en el fondo, también está un poco deprimida, no quiere verse con gente y ahí encuentra una parte de sí misma y, lamentablemente, la tragedia es que tiene que seguir huyendo. Entonces quiere encontrarse con el padre, pero él no existe, con la madre tampoco quiere verse porque va a entrar en un conflicto, por eso trata de quedarse en la cabaña familiar donde no la van a molestar, pero ahí se entera y se da cuenta de muchas cosas y lamentablemente su vida tiene que continuar.

—¿Sigue escapando?

—Sigue escapando porque no puede quedarse ahí, hizo un descubrimiento demasiado terrible como para quedarse ahí, no puede quedarse ahí. Por eso termina con una imagen de muerte, que es esta caja de libros pudriéndose, los mismos que ella había estado leyendo, siguen ahí y ya no hay quien los lea. No está ella, no está el padre, no hay nadie.