A doña Clara (Sonia Braga) no le andan con cuentos. Menos con aquellos que empiezan afirmando que el orden y el progreso (el lema de la bandera de Brasil) son la antesala del paraíso en la tierra. Menos si el que llega con el cuento es un ingeniero de obras con un posgrado en negocios que quiere desalojarla con una mal fingida amabilidad desde su departamento. No, doña Clara tiene los suficientes años de vida y las necesarias alegrías y penas como para enarbolar su derecho a disfrutar el resto de su existencia en aquella morada donde se hizo la mujer que hoy es.
Doña Clara, una fuerza irreprimible de la nostalgia y al mismo tiempo de la dignidad, es el báculo moral de Aquarius, la magnífica película del director Kleber Mendonça Filho que esta semana se estrenó en el Centro Arte Alameda y en el Cinemark Alto Las Condes.
Exhibida por primera vez en Cannes en 2016, Aquarius toma su nombre del edificio de la ciudad de Recife donde todos sus residentes ya se han ido, menos, por supuesto, Clara. La inminente demolición sólo es detenida por la tozudez de esta ex periodista musical de franca palabra y escasas inhibiciones. Una de las fortalezas de esta película es la destreza con que su realizador deposita su posición y su punto de vista en los hombros de Clara, personaje fuerte y en cierta manera egocéntrico, no siempre en sus cabales. Probablemente ha perdido algo de sensatez con el paso del tiempo, pero ha ganado una dignidad de cowboy herido que es impagable y que estremece. Es imperfecta y es probable que hable demasiado, pero en cierto momento es el necesario antídoto y el azote moral contra los malos de turno: en este caso, los empresarios inmobiliarios, auténticos analfabetos culturales y petimetres del negocio de destrozar el patrimonio.
Sin embargo, más allá de las posturas sociopolíticas, lo que hay acá es una magnífica recreación de personajes (buenos, malos y mediocres) y una defensa del barrio, de la conversación y de las relaciones cara a cara. Son las armas de un nostálgico y Mendonça Filho no lo oculta, como su propia protagonista, que no entiende ni de mp3s ni de música en streaming ni de redes sociales. Prefiere lo análogo, atesora vinilos, bebe vino, escucha a Roberto Carlos y también a Maria Bethânia. En ese sentido, Aquarius es hasta una película a la antigua y de tiempos pasados que fueron mejores.