A los 34 años y aún sin aquella frondosa barba que lo haría tan reconocible en su madurez, un nacimiento y una muerte pasaron por la vida de Johannes Brahms (1833-1897) con consecuencias altamente creativas. El compositor alemán se enteró del nacimento del hijo de Bertha Faber, una amiga de adolescencia por la que siempre tuvo una atracción platónica, y también sufrió la pérdida de su madre. Para el hijo de Bertha, Brahms creó el lieder Wiegenleid Opus 49, canción que con los años se haría mundialmente famosa como Canción de cuna. Para su madre, por la que sentía una reverencia infinita, tuvo palabras mayores y definitivas: compuso el Réquiem alemán, Opus 48.
Lejos de ser un beato proclive a la misa diaria y más partidario de la experiencia religiosa en términos personales, Brahms consideró que lo mejor era diferenciarse de las ilustres obras eclesiásticas de sus predecesores (el Réquiem en re menor de Mozart o la Misa solemne de Beethoven), escogiendo los textos bíblicos a su antojo. Dejó a un lado el latín usado tradicionalmente en este tipo de composiciones y optó por el alemán. "Brahms no pertenecía a ningún tipo de grupo protestante o católico, era casi un agnóstico. Adaptó segmentos de la Biblia en traducción alemana, donde hay expresiones como 'compasión' o 'bienaventurados', confiriéndole características de esperanza y de futuro. Es un réquiem muy luminoso, muy humanista", dice el maestro Juan Pablo Izquierdo (1935), quien dirigirá la obra con la Sinfónica de Chile el sábado 8 y la repetirá los días martes 11, miércoles 12 y jueves 13, en Semana Santa.
Esta pieza de más de una hora de duración se ofrecerá en el marco de la celebración de los 120 años de la muerte de Brahms, ocurrida el 3 de abril de 1897. En las interpretaciones en el teatro de la Universidad de Chile intervendrán además la soprano Claudia Pereira, el barítono Patricio Sabaté y el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile. Es decir, los mismos intérpretes que dieron la obra en julio de 2016. "Fue muy buena aquella versión, y entre otras razones por eso haremos el Réquiem de nuevo. Acercarse a Brahms significa tener mucha humildad y enfrentarse a un pozo de experiencia y sabiduría", comenta Izquierdo, quien ya está en ensayos con el coro.
La conmemoración de los 120 años tendrá su culminación con la inauguración de la Temporada de Conciertos de CorpArtes el día lunes 17. En tal ocasión, en el Teatro del CA660, se presentará la Orquesta Filarmónica Checa del Norte bajo la dirección del maestro uruguayo Roberto Montenegro con un programa macizo y de largo alcance: las Variaciones sobre un tema de Haydn Opus 56a; el Concierto para piano N°1 (con el pianista checo Martin Kasik), y la Cuarta sinfonía, Opus 98. La primera es una muestra de su admiración por los compositores, la segunda es una pieza de juventud que originalmente iba a ser una sinfonía y la tercera es la última de sus sinfonías, con un movimiento final que es un tributo a Bach.
Hijo de un cornista y de una costurera, el hamburgués Johannes Brahms nació seis años después de la muerte de Beethoven, pero era 20 años menor que Richard Wagner. En ese sentido, vivió una época de cambios, bajo la influencia infinita de Beethoven y en disputa con la revolución musical de Wagner y sus aliados. Para él, el modelo eran Bach, Mozart, Beethoven y, en un lugar muy especial, su amigo Robert Schumann, que murió esquizofrénico en un sanatorio. Mientras Wagner planteaba el fin de la sinfonía y de la tonalidad tradicional, Brahms miraba el pasado y sólo quería ser un humilde seguidor de las enseñanzas de Beethoven y Schubert.
"Los críticos de la época lo situaron en un terreno musicalmente conservador en oposición a Richard Wagner, Franz Liszt o Hector Berlioz, que eran considerados los músicos del futuro. Pero las cosas nunca son tan así, como se cree", dice Juan Pablo Izquierdo. "Se sabe que Brahms se encontraba en medio de un ensayo cuando se enteró de la muerte de Richard Wagner. Bajó la batuta y dijo ' no se toca más música por hoy, pues ha muerto un maestro'. Por otro lado, Arnold Schoenberg, que fue el gran renovador musical del siglo XX, sentía gran admiración por él y le dedicó un artículo llamado Brahms, el progresista. Siendo un compositor con gran admiración por sus predecesores, fue capaz de llevar la música a nuevos límites", agrega.
Perfeccionista y dedicado, Brahms estrenó recién su primera sinfonía cuando tenía 44 años, tras 21 de trabajo. El propio Réquiem alemán le había tomado antes otros 14 años de ensayo y error desde que en 1856 sintió el primer impulso tras la muerte de Schumann. "En todas las obras de Brahms se siente una tradición enorme y eso se observa desde las primeras notas del réquiem. La influencia de Beethoven es fuerte en todas sus creaciones y de alguna forma sentía su sombra. Por lo mismo tardó mucho en componer su Primera sinfonía", comenta Izquierdo.
A diferencia de sus rivales Wagner y Liszt, que fueron hombres de familia con larga descendencia, Brahms fue un solitario. Como lo era Beethoven, su modelo humano y artístico. Como él también, tenía escaso interés en la ópera (nunca compuso una), pero sí bastante en la sinfonía, los conciertos, las sonatas y los cuartetos. Creó muchos y en todos hay una estructura clásica repleta de ideas musicales románticas.
"Tras la muerte de Schumann, Brahms mantuvo una gran amistad con Clara Wieck, su viuda. Además continuó siendo cercano de sus hijos. Tal vez tuvo relaciones afectivas ocasionales con algunas mujeres, pero prefirió la música. Para mí hay una gran línea que va de Bach, sigue con Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert y llega a Brahms", dice Juan Pablo Izquierdo. Ya en el siglo XIX, otro director de orquesta, el gran Hans von Bülow, hablaba de una ruta del tiempo y se refería a las tres grandes B en la música alemana: Bach, Beethoven y Brahms.