Como una enredadera que se estira y arropa muros y troncos viejos, una historia puede ramificarse sobre el escenario y abrirse múltiples rutas hacia su final. "Un día me puse a observar las plantas que había en mi departamento y encontré en ellas una nueva forma de contar un relato, una más fragmentada pero a la vez orgánica. Esa contradicción me pareció interesante para volver a escribir", cuenta Manuela Infante.
En noviembre pasado, la directora y dramaturga chilena de 36 años cortó algunas de sus propias raíces al poner fin a la compañía Teatro de Chile tras 15 años, junto a la que estrenó, entre otras obras, Prat (2001), Zoo (2013) y Realismo, la última del grupo y que el año pasado fue aplaudida por la crítica meses antes de que se anunciara su disolución.
"A esas alturas había algo más que solo diferencias artísticas entre nosotros. Yo quería explorar y trabajar con otra gente sin ponerme límites. En ese sentido, mi método no ha cambiado en lo absoluto y de momento creo que no lo hará", afirma. Y aunque ya se había embarcado en otros dos proyectos al margen de la compañía -en Xuárez (2015) como directora, y El corazón del gigante egoísta (2016) como autora--, este año volverá a hacerlo sin dar pasos hacia atrás.
Poco antes de la separación, Infante aceptó coescribir el guión de Evasión, la nueva película de Cristián Jiménez (Bonsái) que revivirá la fuga de 49 presos políticos desde la ex Cárcel Pública de Santiago en 1990. También un texto infantil sobre Violeta Parra que estrenará en GAM en junio, dirigido por Juan Pablo Peragallo, y una serie chileno-finlandesa a cargo de la productora Parox acerca del rol de los diplomáticos europeos en el refugio de perseguidos políticos chilenos en dictadura.
Como si fuera poco, por esos días tuvo lista la primera versión de un texto al que tituló Estado vegetal -y antes Aparato radical-, un unipersonal protagonizado por Marcela Salinas que entre el 1 y 5 de junio mostrará en el Centro Cultural NAVE como parte del ciclo Teatro Hoy. Un adelanto ya se vio en el festival Escenas do Cambio, en España, y para la Semana de Programadores del Santiago a Mil. "En cierto modo, esta obra y Realismo son hermanas, pues siguen un mismo impulso: ambas surgen desde la filosofía y enfrentan el teatro desde un lugar no antropocéntrico. Si en Realismo los objetos cobraban vida propia y los actores pasaban a segundo plano, aquí expongo una corriente llamada neurobiología, que plantea cómo operan la conciencia y comunicación al interior del reino vegetal", cuenta.
Para conseguirlo, trazó una sencilla anécdota: un hombre sufre un accidente en su moto al chocar contra un árbol. "Lo que no se sabe es si las plantas que había alrededor tuvieron o no algún grado de responsabilidad", advierte. De igual forma recurrió al filósofo ruso Michael Marder y al neurobiólogo italiano Stefano Mancuso, dos autores que han echado a correr teorías sobre la inteligencia vegetal y cómo el hombre se ha apropiado de su lugar en el ecosistema. "Nosotros las necesitamos a ellas para sobrevivir, y no al revés. Ese es el enfrentamiento que se da en Estado vegetal", dice.
La actriz Marcela Salinas, único cuerpo en desplazarse sobre un escenario casi crudo, interpreta a varios de los roles que participan de la historia, incluida la voz que recita algunos principios teóricos de la neurobiología. "Ahí también hubo una paradoja, porque casi todo el reino vegetal funciona como un colectivo, una sola voz compuesta por varias otras, pero nunca como un ser solo, y desde ahí el reto de ponerlas en escena me pareció inquietante", agrega. "Pensar o sentir como ellas, o al menos imaginar que lo estamos haciendo, lo es aún más".