"Es lindo Chile, pero puta que cuesta". La frase es de Álex Anwandter y leída así, en solitario, corre el riesgo de generar una idea completamente distinta de lo que ocurrió. Porque cuando el cantante la lanzó, en medio de su show, ya tenía a una audiencia rendida en el VTR Stage, bailando al ritmo de "Siempre es Viernes en Mi Corazón".
Y él mismo había superado quizás la prueba más crítica: llegar al mismo escenario donde, quince horas antes, había llegado Metallica y, con una propuesta muy distinta, demostrar que el lugar no le quedaba para nada grande.
Pero Anwandter, uno de los músicos más inquietos y atrevidos de la escena chilena, aprovechó ese hecho para jugar no sólo una carta para él. Lo ha dicho: lo suyo no es levantar todas las reivindicaciones por todas las causas, pero sí hacer hincapié y defender lo que le parece relevante.
Por eso, su mensaje de apoyar a la música chilena todo el año y no sólo en festivales como Lollapalooza -algo que, por un breve instante, hizo recordar lo que ocurre año a año en Viña del Mar con frases similares- pareció coherente, incluso en uno de los años con más artistas nacionales en el evento.
Y si a alguien le quedaba duda si el pop de Anwandter pertenece a esa música chilena, lo dejó claro con las letras más arrojadas de esa generación, donde habla, sin tapujos, de la Iglesia, el sexo y el amor cotidiano. Lo que hizo que el público respondiera pese al intenso sol, al que el cantante aludió bromeando cuando preguntó, literalmente, a la audiencia si estaban "cagados de calor".
Por eso, el cierre entre risas, antes de lanzarse con ese clásico moderno que es "Amar en el Campo", sonó como una provocación de un artista que sabe que está hoy en su mejor momento: "Nos vemos en seis años más, cuando estos hueones me vuelvan a invitar".