Quizás, y esto antes de cualquier análisis musical, a cualquier historia que se haga sobre el Kidzapalooza hay que agregarle el contexto. Porque la parte "para niños" del festival regala, sin lugar a dudas, uno de los espacios más agradables, positivos y particulares de Lollapalooza.
Porque ver pasar a niños tranquilos con sus padres, jugando a la pelota, corriendo o tirados en el pasto mientras se presenta Mazapán tiene una gracia especial. Se sabe, esto no pasa en todos lados.
Y si a eso se agrega la presencia de Nerven & Zellen, el grupo que tradujo las canciones de Mazapán a lenguaje de señas, entonces definitivamente lo que se ve es un agrado, y no solo para los nostálgicos que disfrutaron con las historias de la cuncuna amarilla y el caracol Agustín, entre otros.
En un festival tan dinámico como Lollapalooza, donde los números se suceden uno a otro generando frenesí y hasta algo de ansiedad, la gracia del Kidzapalooza es convertirse en un escape, un punto de recargar fuerzas entre las sombras de los árboles y disfrutar viendo a niños y padres felices.
Es difícil, y casi suena a rareza, que entonces en este escenario haya un fenómeno cada año como 31 Minutos, que desborde esta especie de santuario. Mazapán cumplió bien, reuniendo a personas que agradecían estar en ese espacio, recordando su infancia y, en la mayoría de los casos, tratando de que sus hijos viajaran con ellos, a través de la música, a los años en que sus padres fueron niños.