El 29 de noviembre del 2016 es un día difícil de olvidar para cinco cabezas. Esa noche, en un íntimo Teatro Nescafé repleto y expectante por la visita de los norteamericanos y reyes del post-rock, Tortoise, Edgar Sandoval, Rienzi Valencia, Diego Palomino, Tomás Cornejo y Gonzalo Valencia empezaban un antes y un después en un camino que lleva años aguardando con calma la explosión. De dos hermanos tocando en privado al festival europeo más fino del género.

La Ciencia Simple existe desde el 2009, aunque por esos tiempos eran sólo dos o tres de ellos registrando maquetas caseras hechas para una banda de cinco, aspiración que los limitó a no poder practicar en vivo sus obras como correspondía pero que, al menos, los tenía tranquilos, entrenando la paciencia de no presionar las cosas que tarde o temprano van a pasar. "Cuando llega Tomás, el bajista actual, pudimos completar el grupo, cerrar el círculo y empezar a tocar esas ideas que teníamos dando vuelta desde hace hartos años atrás" cuenta uno de los Valencia, hermanos que no se parecen mucho físicamente pero en cuanto hablan demuestran que la historia la han recorrido de la mano. Gonzalo desde la batería y Rienzi en la guitarra.

Ese bichito más adolescente que los tuvo ensayando por las tardes y haciendo artes para sus publicaciones mutó en algo más serio que no podía seguir siendo contenido entre la familia o los compañeros de colegio. La llegada del engranaje faltante hizo que La Ciencia Simple se diera cuenta que entre sus manos tenían algo que de verdad les gustaba y que querían compartirlo. "Fue necesario darnos cuenta de la importancia de tener instancias para que la gente pudiera interactuar con nosotros, y no sólo con nosotros si no que también con la ciudad, con el arte que te mueve", dice Gonzalo y Rienzi acompaña: "Me parece que el arte muere un poco cuando lo haces tan introspectivamente, siento que cobra más sentido cuando se puede hacer participativo, yendo a una tocata, opinando, motivando a otras bandas, tocando con ellas… La idea es que seamos todos el mismo constructo porque cuando el resto estaba fuera de él no funcionaba, perdía la gracia".

Tomaron el nombre de un epé que sacó The Get Up Kids, y se aventuraron en esta contradicción de partes fuertes versus partes suaves, contrastes que encajaron bajo La Ciencia Simple. Dejando de lado las pretensiones honestas, de simple la banda tiene muy poco: desde su primer disco Hacia el Mar del 2014 hasta el lanzado el año pasado bajo el nombre II III V se puede sentir que el quinteto es un dramático viaje por un género manoseado que saben cómo revisitar y refrescar. Son ágiles, son serenos, son rabiosos. Son tantas cosas en sus canciones y en el vivo que llegan a un caos complejo que sabe a libertad.

"Cuando empezamos éramos un tarro fuerte y melódico, pero ahora somos cinco y todo depende de la comunicación, de cómo nos hemos ido acoplando. Tomamos la decisión de hacernos totalmente instrumentales en el último disco y nos liberamos de esa presión que teníamos al comienzo que era armar canciones "como corresponde", con intro, coro, etcétera. De pronto nos dimos cuenta que era más natural el darnos espacios como músicos para que cada uno hiciera lo que le salía y fusionar todos nuestros ambientes personales en uno colectivo", comentan los músicos, que no sobrepasan los 30 años.

Fueron esos ambientes que encantaron a Santiago Fusión y que los llevaron a abrir a unos experimentados experimentales como es Tortoise; y es esa misma atmósfera sonora que los llevará al Dunk! Fest en Bélgica donde serán los segundos chilenos en pasar por el renombrado evento (el año pasado ya fue Baikonur, pertenecientes a la misma rama musical y también parte del sello LeRock que se encarga de hacer el puente) y los terceros de Latinoamérica. Para Gonzalo un fenómeno que se da porque compartimos clima con los países nórdicos reyes de estos sonidos, según él "más al centro la cosa se pone más alegre". Sea por frío sureño o no, lo cierto es que LCS tiene méritos de sobra para cruzar el charco, y se resume perfectamente en su capacidad de musicalizar ambientes.

"Estamos mezclando cosas de varios lados, no sólo queremos ser unos mateos del post rock, de hecho esa etiqueta ya es media lejana, no nos calza", dice Rienzi sobre la construcción que durante mayo los tendrá por primera vez fuera del país tocando. "Estamos probando un lado atmosférico rico, es una nube medio atemporal que tiene detalles métricos que se podrían ligar al math pero tampoco son hiperkinéticos. Es la calma de la exploración de los tiempos, de la liberación de nosotros como músicos. Le pusimos free ambient porque así nos sentimos, es un ambiente libre que tenemos que compartir", concluye Gonzalo.

Estos cinco jóvenes chilenos aguardaron, dejaron el pórtico de la intimidad, y ahora luchan para ser escuchados, aquí o en Bélgica. "Tienen que vernos en vivo, tienen que sacarse la chapa de que la música instrumental es aburrida porque puede ser todo un viaje pero la idea es que sea uno entre todos", enfatiza el guitarrista. La verdadera sorpresa está en el vivo, cuando los engranajes hacen lo suyo y el ambiente realmente se hace libre como esa noche de noviembre.