Durante una tarde calurosa y polvorienta, sólo posible en el Norte Grande, Michael se entera de que su más entrañable amigo de infancia se encuentra postrado y a punto de perder una pierna. Se lo cuenta un compañero de trabajo en el taller mecánico donde trabaja y en el que recibe el sueldo que le permite vivir estrechamente junto a su padre alcohólico. Michael aún recuerda aquel revelador viaje por el desierto que de pequeño emprendió con su amigo. A esa experiencia mística, donde creyó ver la señal de Dios en la Tierra, le debe su actual fe y al saber de la desgracia de Mauricio, decide ir en su ayuda. El camino desde La Tirana a Pisagua será una larga peregrinación por plena pampa. Será el viaje de quien cree ser un profeta que camina con pies descalzos y tal vez pueda hacer milagros ocasionales. Las llagas que luego aparecerán en la piel no sólo estarán en sus extremidades, sino que también en su cuerpo, atacado a veces por los que no lo respetan, no le creen o, simplemente, se mofan de su fe infinita.
Durante 85 minutos la película El Cristo ciego del realizador chileno Christopher Murray (1985) relata la parábola del mecánico Michael a través de una puesta en escena hipnótica y de particular belleza plástica. Pero más allá de estos logros técnicos, la película que se estrena la próxima semana en Chile es un caso particular de cine hecho desde la investigación y la observación: nadie, excepto Michael Silva en el rol central, es actor profesional y cada una de las historias que se cuenta es la tragedia, drama o epopeya personal de lugareños de la pampa. Mucho antes de que El Cristo ciego se rodara y, por cierto, años antes de que llegara al flamante y lujoso Festival de Venecia en septiembre pasado, Murray viajó todos los meses al Norte Grande para recolectar las historias de aquellos a los que les tocaba la puerta en busca de fábulas rurales. Luego las reescribió en las hostales donde se alojaba en La Tirana, Huara y Pisagua, las revisó en Santiago y las volvió a llevar al papel cuando se las mostró a los hombres y mujeres del Norte. El resultado es la película sobre este mesías nortino de mirada imperturbable y fe de acero.
"Todo fue un trabajo metódico y muy paciente, de mucho ensayo y lecturas. Yo escuchaba una conversación de ellos, lo escribía en la noche en la hostal, al día siguiente se los mostraba y los reescribía. En total son más de 40 actores, es decir 40 personas de la zona que me contaron historias. Cada vez que volvía de la zona desde Santiago, el guión quedaba mejor. Era como que se borraba el primer libreto y se pulía aún más. Finalmente la película se hizo parte del lugar, del desierto, inseparable", explica Murray, que desde el estreno de El Cristo ciego en la competencia oficial de Venecia 2016 ha mostrado la cinta en más de 20 muestras internacionales.
"No ha pasado tanto tiempo en realidad desde que se mostró en Venecia, junto a películas bastante llamativas (en la edición del año pasado competían, entre otras, La La Land, Jackie y La llegada). Es muy bueno que El Cristo ciego haya tenido su estreno ahí, en un lugar donde se presentaban además directores que uno particularmente admira, ante el mismo público, en las mismas pantallas donde pasaban lo último de Wim Wenders, Amat Escalante (La región salvaje), Terrence Malick, etcétera. Pero también es bueno que haya estado en varias partes del mundo, incluyendo por ejemplo el Festival de Marruecos, que tiene una gran tradición y al que viajamos con Michael y con Bastián Inostroza, que es uno de los chicos que aparece en la cinta", agrega Murray.
Para el director, la experiencia de El Cristo ciego trascendió un rodaje clásico, quizás porque sus métodos de trabajo no tiene mucho que ver con lo tradicional. "Creo profundamente en el cine como una actividad de grupo y espacio de encuentro creativo. Por la misma razón, antes del estreno del jueves, la película se mostrará antes este lunes en Iquique y el martes al aire libre en Huara, donde invitaremos a los actores que participaron, todos de la zona", comenta el cineasta, que antes hizo Manuel de Ribera (2010), largometraje ambientado en una isla austral de Chile, y el documental Propaganda (2014), visión crítica al despliegue mediático de la campaña presidencial del 2013.
Antes de llegar al Festival de Venecia, el propio director de la Mostra, Alberto Barbera, desplegó sus credenciales como entusiasta fan de El Cristo ciego al decir al diario Screen Daily que se trataba del "gran descubrimiento" del encuentro, "con una maravillosa fuerza expresiva influida por Pasolini". De hecho, una de los pináculos de la carrera del cineasta italiano es El evangelio según San Mateo (1964), clásico largometraje de connotaciones cristianas protagonizado por no actores.
"Esta película no es porno-miseria ni nada por el estilo. Eso no me interesa. Hay un sustrato social por supuesto en la historia, pero lo que acá queremos mostrar es un relato sobre la fortaleza y luminosidad de personajes que se aferran a algo a pesar de todo", explica el director. Estos tipos humanos, todos descubiertos por Murray, en sus dos años de investigación y viajes a la Primera Región, cargan con algún grillete que los encadena a tragedias, vicios y crisis personales. Todos se encuentran con el "mesías" Michael, quien hace lo que puede por ayudarlos, siempre motivado por la palabra de un Dios personal, lejos de la Iglesia y de los santos. Entre quienes recrearon sus propias vivencias hay una mujer maltratada, un hombre devorado por la drogodependencia, un ex minero a punto de perder las piernas y hasta un antiguo sicario que pasó por la cárcel y ahora cuida una iglesia.
Aunque El Cristo ciego tiene una irrebatible fuerza en su galería de personajes, la presencia de Michael Silva (Neruda, Bala loca, Sudamerican rockers) en el rol central es gravitante y decisiva. El actor, que es creyente, no comulga con la figura del profeta que representa, pero sí cree en la propuesta de la cinta en la medida que indaga en las motivaciones de la fe y en la religiosidad del norte chileno. "La verdad de las cosas es que no creo que un ser humano (como Michael) pueda lograr un milagro. En ese sentido, me parece que los hombres somos bastante incompetentes. Discrepo mucho de como piensa este personaje, pero me interesó estar en la película porque se acercaba de una especial manera a la fe, a las razones de la gente para aferrarse a la religión. La fiesta de La Tirana es la celebración religiosa más grande de Chile y quizás esto tiene que ver con carencias de los habitantes de la zona, con ser vulnerables y muy desprotegidos. Pareciera que así se le da un sentido a sus existencias", plantea Michael Silva (1987), que nació justamante de Antofagasta.
Finalmente el punto de encuentro entre el actor, el director y los habitantes de la zona es la fascinación por el misterio de la fe. "Aún no tenemos el conocimiento de todo lo que pasa en nuestro mundo. Sería demasiado soberbio y arrogante de mi parte negar la existencia de alguna deidad. No me siento capaz de decir que no hay nada más allá. Y lo mío no es una fe ciega, sino que está llena de preguntas".
Aquel clima de interrogación y de inquietud también se percibe en la película, donde en algún momento el propio personaje de Silva también desestima las súplicas y plegarias a los santos de yeso y a las animitas. "Yo no pertenezco a ningún credo ni religión particular. En esta película me movió más bien el interés por el misterio de la fe. Lo nuestro es más bien una pregunta constante", comenta Murray.