Antes de iniciar el bis el líder Mikael Åkerfeldt repasa el rasgueo de "Faith" de George Michael y habla de los placeres culpables. Rato antes pidió paciencia mientras afinaba la guitarra entre chistes que iban y venían entre él y la audiencia. Mikael -Miguelito según los gritos de la fanaticada que repleta el miércoles por la noche el teatro Nescafé de las artes- está encantado con su público favorito en el mundo, como ha declarado sobre Chile en revistas especializadas de la talla de Spin. Ha bromeado toda la cita con la gente que no para de exigir temas. A veces el líder de la banda sueca coge alguna solicitud, cortes que claramente no están en el listado, y se lanza con lo que recuerda mientras los músicos lo siguen a tientas, el ambiente da para ese tipo de licencias.
Casi siempre son composiciones antiguas, cuando se trataba de un grupo de death metal con voces guturales. Pero Opeth no es como la mayoría de las figuras del rubro, sino que pertenece a esa categoría decidida a desafiar a sus seguidores en general reacios a los cambios, para correr los cercos y abrir sus oídos, buscando cosechas en un territorio en apariencia yermo. Como si se tratara de la parábola de los talentos, Opeth invirtió su capital para maximizar sus habilidades técnicas que son sencillamente impresionantes, abarcando distintos estilos con pasmosa elocuencia, raíces que hurgan en el rock progresivo, el jazz, la fusión, e incluso cierta rítmica latina gracias al fluido estilo del bajista uruguayo Martín Méndez complementado a la perfección por el virtuoso baterista Martin Axenrot, oscilante entre patrones matemáticos y el relajo sin transar precisión.
Aunque Opeth trae en esta visita un álbum como Sorceress (2016), excedido en guiños a los clásicos progresivos de los 70, y cuya canción homónima abrió la gala previa al show oficial de anoche en el Teatro Caupolicán, el aplomo en la interpretación junto a la complicidad con el público chileno, hicieron memorable la jornada como suele pasar con sus conciertos. A ratos parecía un show de stand up por los diálogos y bromas constantes de Mikael, también por el griterío aclamando a cada músico incluso mediante apodos. El guitarrista Fredrik Åkesson fue vitoreado al grito de "Peluca".
Opeth repasó material antiguo como "The Grand conjuration" de Ghost reveries (2005), que mejora una enormidad respecto de la original, "Demon of the fall" de My arms, your hearse (1998), y piezas más recientes como "The Devil's orchard" de Heritage (2011) y "Cusp of eternity" de Pale comunnion (2014). Puede ser chovinismo, quizás, pero es casi seguro que Mikael Åkerfeldt seguirá declarando que su público favorito en el mundo está en Chile.