Un hombre va rumbo a su trabajo y el tren se detiene en el túnel, y en esa oscuridad recuerda sus pesadillas de infancia cargadas de imágenes religiosas, se lee en el relato Metro. En un sueño del ex jefe de la Dina, Manuel Contreras, la historia que protagonizó cambia el destino de un país, apunta "El sueño de Contreras". Mientras una bomba produce un cráter en Santiago y se descubre que la ciudad está sobre un campo minado, narra el texto "Time war Lluscuma".
Estas y otras escenas son parte de La guerra interior, el primer libro de cuentos de Jorge Baradit (47), que acaba de publicar el sello Plaza & Janés. Es el regreso a la ciencia ficción del escritor chileno, autor de cinco novelas, que inauguró su producción con Ygdrasil, en 2005. Pero que luego hizo una pausa ante el inesperado éxito editorial que llegó, una década después, cuando publicó Historia secreta de Chile, en 2015. El año pasado apareció la segunda parte, y ambos títulos suman 176 mil ejemplares vendidos. Todo un record para el mercado nacional. En los próximos meses, Baradit debutará como animador de Chile secreto, un programa de Chilevisión que en horario prime contará episodios desconocidos del país.
Cultura ciberpunk
Durante 12 años, Baradit apuntó fragmentos de historias. De ahí salieron 22 cuentos que forman La guerra interior, cuya portada está ilustrada por Claudio Romo. El ejemplar será presentado el 12 de abril, a las 19.00 horas, en La Perrera Arte.
"Este libro es un conjunto de textos bien heterogéneo. Hay ficción dura, hay ciberpunk, textos que son más realistas. Son pequeñas bombas temáticas que explotan en mi inconsciente y que después desarrollan novelas, son gérmenes casi todas de ideas mayores. Por eso es que las historias pueden parecer tan desligadas unas de otras", dice Baradit, sentado en el living de su hogar, junto a su biblioteca dividida por temas.
—La gran mayoría de sus lectores surge con Historia secreta…, pero la historia siempre ha estado presente en su obra, ¿no?
—La idea que hizo nacer Historia secreta… es que la historia es un punto de vista y no una cuestión objetiva. La historia con mayúscula no es más que el ser humano intentando encontrarle sentido a eventos que no necesariamente están relacionados. Los historiadores también son narradores: frente a estos fenómenos sociales, buscan interpretaciones y trazan una línea que parece tener sentido. En estos relatos, los momentos históricos son puntos de partida, la diferencia es que los desato sin ninguna responsabilidad con los hechos y los convierto en una especie de espejo deformado de nuestra historia. Este libro es un zoológico lleno de monstruos y la idea fue darle un marco no más. Hacer un libro es lacear a estos mutantes y ponerlos en exhibición.
—El tema religioso atraviesa los escritos…
—Tenía dos grandes temores a los 10 años: mi muerte y el apocalipsis. Y la religión no ayudó mucho, entonces mi imaginario consistió en pesadillas con el cielo abriéndose y bajando los ejércitos del Señor para destrozarnos a todos con espadas flamígeras. El cielo abriéndose como una herida y yo muriéndome, pero no pudiendo ir al cielo, sino atrapado en mis huesos. Todas estas pesadillas que se repitieron tienen que ver con esta cosa rara que se llama religión. Esos relatos que nos armamos para explicarnos el universo, pero también para explicarnos lo que no podemos explicar, entrampan nuestra existencia.
—Los pueblos originarios también protagonizan algunos relatos.
—América Latina es un continente a medio armar que está en contacto con sus pueblos originarios, que están vivos y presentes. América Latina es como una máquina del tiempo donde todo convive, y sus pueblos indígenas están reivindicando aún sus derechos. En América Latina hay grupos armados indígenas, hay ideología del siglo XIX, experimentos neoliberales del siglo XX, todavía hay guerrillas con pueblos que ocupan Ayahuasca y células narco satánicas en la selva amazónica. América Latina es una convergencia de culturas demencial, más ciberpunk que el ciberpunk más demente. América Latina es un gran pantano que no avanza ni retrocede. Están todos los problemas históricos vigentes, incluyendo la guerra de Arauco.
—¿Terminó de escribir la tercera parte de la Historia secreta…?
—Estoy atrasado, pero saldrá el segundo semestre. El tema que desarrollo esta vez es el de los invisibilizados. En este tomo voy a hablar de las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales, los indígenas y los obreros de Chile. Porque en la idea tradicional, de que la historia la hacen grandes hombres y políticos, queda afuera el 95% de la sociedad. Y esto lleva al equívoco de pensar que cuando ocurre un momento histórico uno no tiene nada que hacer, que son otros los que hacen la historia y te restas. Entender, por ejemplo, que Luis Emilio Recabarren no le pertenece al Partido Comunista, sino que a la historia de Chile. También que la Gabriela Mistral no le pertenece a las grandes esferas del arte, sino que a los niños y a todas las clases sociales.
—Finalmente, en el ránking, la historia desplazó a la autoayuda.
—Así es, pero eso lo dijo Francisco Ortega. Luego me preguntaron a mí y Pedro Engel me bloqueó en Twitter, Pilar Sordo me fue a dar un especial saludo a la Feria del Libro de Santiago (ríe), pero el ánimo no fue crear un conflicto, sino constatar un hecho. Lo de Ortega con Logia fue genial, porque luego la gente se interesó por títulos como Huáscar y Balmaceda, de Carlos Tromben. Hace cuatro años nadie daba un peso por la historia de Chile.
—¿Y qué opina del panorama de la narrativa actual?
Una de las gracias de la última década es cómo se han diversificado los registros literarios. Tenemos por un lado gente como la Nona Fernández, por otro lado gente como Francisco Ortega, pero también está Álvaro Bisama y Mike Wilson. Ahora parecen ser distintas literaturas, pero hay un hilo que las une, en temas como la memoria, la historia, un trabajo sobre el inconsciente. Y yo creo que lo que más tenemos en común es que no tenemos nada en común.