Yevgeny Yevtushenko murió el sábado 1 de abril en Tulsa, Oklahoma, a los 83 años. En esa ciudad vivía y hacía clases desde 1991, el mismo año en que Mijail Gorbachov decretó el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y arrió la bandera de la hoz y el martillo del Kremlin. Fue el gran poeta de la era soviética -el miembro más joven en incorporarse a la Unión de Escritores Soviéticos en 1952 y una estrella popular-, y su obra estuvo cargada de contenido político, desde su poema más famoso, "Baby Yar", donde denuncia las distorsiones soviéticas de las matanzas nazi de judíos en Kiev hasta "Los herederos de Stalin", donde llama a no repetir los horrores de la era stalinista. Pero en alguna etapa fue también un estandarte para el régimen. Recibió honores y fue enviado al exterior como "embajador de buena voluntad". Incluso ese 31 de diciembre de 1991 en que la bandera soviética fue arriada escribió un homenaje al emblema de la URSS. "Adiós rojo estandarte nuestro, del Kremlin has descendido a rastras, no como subiste, perforado por las balas, gallardo y ligero (…) Comunista no soy, pero acaricio nuestra bandera y lloro", escribió.

Publicó más de 100 libros de poesía, fue traductor entre otros de poetas chilenos como Raúl Zurita e incluso recibió el máximo galardón que otorgaba la URSS, el Premio del Estado por su poema "La Madre y la bomba de neutrones". Por eso, sus otros registros son poco conocidos, pero los tiene. Escribió guiones, tres libros de ensayos y dos novelas. Y una de ellas, virtualmente olvidada por la crítica y por las editoriales, es un monumental fresco sobre la vida en la Unión Soviética que mezcla thriller con novela política y libro de memorias. Yevtushenko la describió como una novela "semi documental" aunque resulta difícil diferenciar qué es real y qué ficción. Todo parte y termina en un episodio puntual, el intento de golpe de estado contra Mijail Gorbachov en agosto de 1991, dirigido por los sectores más duros del régimen. Publicada en 1993 y traducida al español en una edición de 1997 de Anaya & Mario Muchnik editores, es el mejor epílogo que alguien como Yevtushenko podía escribir a "ese país que ya no existe" como el mismo lo describió. Un epílogo con algo de nostalgia como lo sugiere la canción popular siberiana citada al comienzo del libro: "No hay amor que no se olvide/ No hay amor que olvido se haga".

El libro comienza con "La vida privada del juez de instrucción Palchikov" y combina varios relatos paralelos, como el del magistrado, los recuerdos del propio Yevtushenko –tanto del día del golpe como de su vida y de la ocasión en que el KGB intentó reclutarlo-, episodios de los protagonistas reales como Gorbachov y Yeltsin y la historia de Projor Zalizin -verdadero eje de la novela- vieja gloria del fútbol soviético, suerte de metáfora de la decadencia de la propia Unión Soviética. Devenido "guardia nocturno con fama de alcohólico", vive en un "departamento de soltero repleto de trofeos de las victorias obtenidas en el glorioso pasado y de botellas vacías de un presente sin gloria". Su vida recorre la historia de la URSS desde los años de esplendor hasta aquel 19 de agosto de 1991 que marcó el principio del fin. Y es precisamente en sus años de esplendor donde Yevtushenko incluye a Chile, en un episodio cargado de ese humor e ironía que trasunta todo el libro. Zalizin era entonces el segundo entrenador de la selección soviética que viajó a Santiago a una serie de partidos amistosos con selecciones latinoamericanas en los años 60 y se alojó en el Hotel Carrera.

Como a lo largo de todo el libro el episodio chileno no es más que otra ocasión para evidenciar las contradicciones y estrictas normas de la era soviética. Los jugadores "no podían salir a la calle si no lo hacían de tres en tres; se les prohibía relacionarse con hombres y menos con mujeres; tenían que irse a la cama a las diez de la noche y, por supuesto, estaban obligados a respetar la ley seca". Pero como escribe Yevtushenko: "Aquello no podía acabar bien. Y eso fue lo que sucedió". Una noche, una llamada en perfecto ruso de un carabinero chileno y rusófilo que había estudiado en la Universidad Lumumba de Moscú despertó a Zalizin: "Siento molestarlo, camarada", le anunció, "pero todo el equipo nacional de la URSS está en estos momentos en un burdel, salvo Liev Iashin, el portero, que no ha caído en la tentación capitalista". Pero el problema no era ese, sino la falta de dinero para pagar los tragos. Y como el carabinero -"de aspecto refinado y elegante, con el tradicional pequeño bigote latinoamericano"- no quería que el tema derivara en una crisis internacional decidió advertirle. Zalzin tuvo que ir a buscarlos, cubrir la cuenta y regresar a Moscú manteniendo en secreto el lamentable episodio. A partir de entonces la vida de Zalizin cayó en un espiral descendente y "vivió con la sensación de haber muerto" hasta ese 19 de agosto de 1991, cuando "se sintió revivir".

Como escribió en su oportunidad el corresponsal de The New York Times en Moscú, el libro de Yevtushenko es sobre "la redención de esos rusos que se sacudieron de sus miedos ese agosto de 1991 y salieron a defender la apertura democrática frente a los sectores duros del partido comunista". Pero es también un intento de redención del propio Yevtushenko y de todos aquellos, como Zalzin, que alguna vez sucumbieron a las demandas y privilegios del régimen.