Quienes respingan la nariz ante la sola mención del quebequés Xavier Dolan (el niño maravilla de Los amores imaginarios y Mommy), lo hicieron con más ganas y mejores razones tras la aparición de Es sólo el fin del mundo. Basado en una obra teatral, este filme de reparto francés (Nathalie Baye, Vincent Cassel, Léa Seydoux, Marion Cotillard) sigue los pasos de un joven dramaturgo (Gaspard Ulliel) que se reúne con su madre y sus hermanos. Debe decirles algo que ellos no saben pero el espectador sí: padece de una enfermedad incurable. El tema es en qué momento irá a decirlo, cuál será una buena circunstancia, allí donde los ánimos recalentados y las miradas hostiles parecen pedir que guarde silencio, o bien que la olla se destape y salgan a la luz los trapos más sucios.

Fiel a su política de mitigar el dolor con fantasía, Dolan da nuevas muestras de estilo y sensibilidad. Sin embargo, el dramón acá propuesto, sus desmadres y artificios, no despliegan la ferocidad entrañable de Mommy, sometidos como están al griterío pauteado de un cine que busca su camino, pero anda más bien en círculos.