Rápidos y furiosos (2001) fue una película clase B por la que nadie daba crédito, acerca de carreras de autos en las calles de Los Ángeles. Con el tiempo se reinventó y se convirtió en una franquicia delirante, ajena a la crítica y siempre dispuesta a entregar novedosamente más de lo mismo para disfrute de sus fans. El espectador no se acerca a esta saga buscando ideas elevadas o actuaciones sorprendentes; se acerca porque quiere más de lo mismo, tal como ocurre con James Bond o las aventuras de Ethan Hunt en Misión Imposible. Al final, estas sagas son, en sí mismas, un género.
En esta octava entrega, Dominic Toretto (Vin Diesel) y su equipo deberán enfrentar a Cipher (Charlize Theron), una peligrosa hacker que amenaza al mundo entero. Aunando esfuerzos con Sr. Nadie (Kurt Russell), ese atípico agente de gobierno, el equipo verá su misión vuelta de cabeza cuando descubran que Toretto se alía con el bando opuesto y no para un trabajo encubierto.
Más allá de la acción de primer nivel, esta serie ha logrado introducir la noción de familia entre todos los integrantes. Entre tanto caos y peligros, todos se quieren, se apoyan, sobreviven y están listos para una nueva aventura. El resultado es adolescente, divertido y olvidable. Eso sí, sabe perfectamente a quién está dirigido y todo lo que hace, por muy ridículo que sea, lo hace bien.