Toda una ciudad debajo de la tierra: hogares, iglesias y restoranes; en pleno funcionamiento, pero enterrados. Una imagen surrealista tras otra ostenta en su portafolio la fotógrafa Tamara Merino (27), quien luego de estudiar en la School of Visual Arts en Nueva York y en la Universidad del Pacífico en Santiago, se dedicó a viajar por el mundo con su cámara de fotos. "Así me gusta viajar... siempre sin rumbo", dice.
Avanzaba el año 2015 y Merino junto a su pareja recorrían en una casa rodante un desierto al sur de Australia, cuando un neumático se les pinchó. "Ese día corría una tormenta de arena", recuerda. Habían algunos anuncios y construcciones a la vista, pero no divisaban a nadie; se habían detenido en un pueblo que parecía fantasma. "Empezamos a dar vueltas hasta que encontramos una cruz enterrada sobre un montículo, ahí descubrimos una iglesia bajo la tierra: con un alfombra roja, un Jesús labrado en piedra y la Virgen María con velitas prendidas a sus pies. Entonces pensamos: si existe una iglesia, que está tan limpia, que tiene velas, tiene que haber una comunidad cerca".
Pero pasaron días sin encontrarla. En medio desierto, la temperatura en el día alcanzaba los 50° y Tamara Merino recuerda que se le comenzó a partir la piel de tanto calor. "Estuvimos seis días caminando, deambulando para encontrar gente", cuenta. Al sexto día conocieron a Gabriele, una inmigrante alemana que los acogió en su casa, donde vivieron durante un mes: "Cuando entramos a su casa, yo no lo podía creer... ¡Era una cueva! Y adentro estaba super fresquito".
Con el pasar de los días, la fotógrafa descubrió que el pueblo se llama Coober Pedy y que allí habitan 1.695 personas: "Inmigrantes de más de 40 países distintos y veteranos de la Segunda Guerra Mundial, que empezaron con la metodología de cavar para escapar del calor". También descubrió que su principal actividad era la extracción de ópalo, una piedra preciosa escasa, de gran belleza y valor.
No recuerda bien cuántas fotografías sacó durante su estadía, pero estas significaron un gran impulso para su carrera: 15 de sus imágenes fueron publicadas en la revista National Geographic y la serie fue replicada en medios de todo el mundo, como The Sydney Morning Herald, Wired Japón y The Washigton Post.
—¿Esperaste alguna vez que tu trabajo fuera publicado en National Geographic?
—Mi sueño de siempre era ser publicada en la National Geographic, era mi meta y mi ilusión. Siempre pensé que sería imposible. Este proyecto ni siquiera pensaba mandarlo a NG, no lo veía como una posiblidad hasta que me empezaron a contactar muchos medios interesados en publicarlo. Digamos que es un gran triunfo en mi carrera y en mi vida personal.
—¿Cómo reaccionaban las personas de Coober Pedy ante tu cámara?
—Me gusta conocer a la gente y pasar con ellos un día o dos sin tomar fotografías, me gusta entrar en confianza, en intimidad, que me vean como persona y no como una fotógrafa. Cuando la gente ve eso, se abre, al final es tu amigo. Yo solo fotografié a gente con la que tenía un feeling, un sentimiento. Y en ese lugar, conocí muchos personajes de libro.
—De las fotos que tomaste, ¿cuál crees que es la que mejor representa tu experiencia allí?
—La foto de Gabi [Gabriele], donde se muestra su casa y ella está sentada esperando que su marido vuelva de la mina. Esa espera es lo que mejor representa la vivencia. Esperar a la persona que trae la piedra preciosa, también representa la espera de buscar el ópalo; bajar 20 metros para estar todo el día en la oscuridad y esperar encontrar algo, volver a tu casa que también es oscuridad y limpiar para ver si algo sirve. Para mí es admirable y muy impresionante.
Los viajes han sido la fuente de inspiración para Merino, quien ha recorrido Vietnam, Cuba y Brasil con cámara en mano. También ha encontrado material en Chile: hace pocas semanas The Washington Post publicó fotos que ella tomó en el desierto de Atacama, para ilustrar las fuentes de energía solar que allí operan.
La unión hace la fuerza
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Foto de Tamara Merino en el estado de Bahía en Brasil.[/caption]
Word Press Photo es conocido mundialmente como el mayor y más prestigioso concurso de fotografía de prensa. Sin embargo, no es el más inclusivo. De los 46 ganadores de la versión 2017, cuatro fotógrafos son latinos y cinco son mujeres. La gran mayoría de los ganadores, como cada año, son hombres estadounidenses o europeos. La repetición en el perfil de los ganadores podría también explicar el perfil de las fotografías, que cada año exhiben excesos de sangre, muerte y tragedias.
Para combatir esta realidad, los fotógrafos se han agrupado para que sus puntos de vista tengan más visibilidad. Merino, por ejemplo, pertenece a dos colectivos. El primero de ellos es Native Agency, de fotógrafos latinoamericanos y africanos. "Los medios internacionales cubren muchas historias en Latinoamérica, pero las cubren con sus fotógrafos. Lo que queremos lograr es nosotros cubrir las historias de nuestro continente. Si somos igual de buenos, no hay razón para que eso no ocurra", explica.
Además, ella pertenece a la agrupación Woman Photograph, de mujeres fotoperiodistas del mundo. "Esta es más bien una plataforma para que los editores nos encuentren. En lo personal, he sentido que ser mujer me ha dado beneficios más que problemas, la gente confía más en mi y me abren más fácilmente sus puertas", dice.
Hoy Tamara Merino se encuentra de vuelta en Chile, tiene interés en desarrollar un proyecto fotográfico en Tierra del Fuego y en generar colectivos que empoderen a los fotógrafos del país: "Falta valorar el trabajo y remunerarlo bien, nosotros estamos contado historias. Yo me pregunto por qué un diario extranjero paga por una historia una buena cantidad de dinero, y un diario chileno o latinoamericano piensa que no tiene que pagar por eso. En Chile necesitan valorar y representar más a sus fotógrafos porque hoy, en este era, todo es visual".
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Fotografía tomada en México, para un proyecto personal en que retrató la fiesta de el Día de los Muertos.[/caption]