La ruta vital de la soprano alemana Diana Damrau (1971) se junta en varios recodos con la de su contraparte, el tenor germano Jonas Kaufmann. Ambos son de Baviera, nacieron con apenas un par de años de diferencia, han cantado juntos muchísimas veces y ocupan en este momento los primeros lugares en su curso: son los mejores (o al menos más populares) soprano y tenor del mundo, respectivamente. Damrau, que está casada con el barítono francés Nicolas Testé, tiene una agenda profesional tan atestada como la de Kaufmann y quizás por lo mismo sabe de lo que habla cuando le toca referirse al tenor de Munich.
"Cuando de un momento a otro te conviertes en superestrella, como le pasó a Jonas Kaufmann, todo es un torbellino de responsabilidades. Por lo mismo a veces ayuda mucho tener una familia, pero la mayoría de los cantantes son solitarios: sus carreras le impiden tener relaciones estables. Es duro, pero al mismo tiempo tienes la oportunidad de viajar a todos los rincones del planeta, de conocer lugares que quizás otra persona no podría. Yo ahora, por ejemplo, conoceré el Colón de Buenos Aires y el Teatro del Lago de Frutillar", cuenta Diana Damrau por su celular desde Los Angeles, donde hasta la semana pasada se presentó en la ópera Los cuentos de Hoffmann de Jacques Offenbach.
Damrau, considerada una de las mejor intérpretes de Mozart de los últimos 20 años, cantó en la Opera de Los Angeles junto a su esposo Nicolás Testé, con quien se presentará también en Chile el próximo sábado, a las 19 horas, acompañados del pianista polaco Maciej Pikulski, en un repertorio que incluye desde Mozart y Verdi hasta canciones del musical de Broadway My fair lady. Este último título no es antojadizo: Damrau comenzó en el musical a los 14 años y su primera presentación pública fue con el clásico de Loewe y Lerner.
Es la primera visita a Chile de quien es considerada una insuperable soprano de coloratura (es decir, de agilidades vocales, sobre todo en el repertorio del Bel Canto), ganadora de dos premios Echo Klassik y habitual nombre de todos los grandes teatros del mundo, desde el Metropolitan de Nueva York a La Scala de Milán, pasando por el Covent Garden de Londres, la Opera de Viena, la Opera de Munich o el Teatro Real de Madrid.
Ud. es considerada una de las mejores sopranos del momento, ¿Qué le parece tal percepción?
Lo único que puedo decir es que todos los artistas somos diferentes. Cada cual tiene una voz distinta y el público puede elegir. Los gustos dan para todo y es probable que alguien odie a Mozart y se pregunte por qué yo no canto a Puccini. Para mí, el objetivo es cantar de tal manera que el público no perciba el esfuerzo que puedo hacer. Ese es el secreto. Cuando la gente se da cuenta, las cosas no funcionan bien. Si el espectador nota las dificultades que tiene el cantante, no podrá concentrarse en lo que hace en el escenario. Así de simple. Pero cuando logras tocar al público, sin que note tus esfuerzos, te amarán. En la medida en que entregues belleza, habrá una gran conexión con la audiencia. La belleza es consolación, es medicina, es un alivio. Y no me refiero sólo a contar cuentos rosas, sino que a representar historias con humanidad, que sirvan de espejo de los sentimientos de todos.
¿Cómo maneja una cantante como Ud. la sobrecarga de trabajo?
Es justamente uno de los grandes peligros de nuestra vida. Por supuesto que es una bendición que aprecien tu canto y que puedas elegir lo que quieres interpretar, pero al mismo tiempo aumentan las presiones, las peticiones de conciertos, de óperas, de contratos. Hay que planificar con muchos años por adelantado y las exigencias son demasiadas. Luego viene un concierto que no tenías pensado y a veces hay poco tiempo para pensar en uno mismo, sin descansar. Es entonces cuando el cuerpo manda una señal y a veces debes parar.
¿Cómo elaboraron el programa del concierto en Chile?
Lo creamos con el pianista polaco Maciej Pikulski, un gran músico. Llegamos a tener una montaña de partituras, porque nos gustaba más o menos lo mismo. En ese territorio hay arias de óperas de Mozart, de Bellini, de Massenet, pero además incluimos algunos lieder (canciones) de Richard Strauss, algunos de los más bellos, como Morgen, por ejemplo. En la segunda parte habrá más que nada extractos de musicales, como My fair lady, Oklahoma o Sweeney Todd. De hecho, Sweeney Todd tiene un valor emocional para mí: canté en el debut alemán de la obra en Mannheim. Hacia el final del recital buscamos una especie de comunión entre lo clásico y el musical con Summertime, que es de Porgy and Bess, la única ópera que compuso George Gershwin, uno de los grandes del musical.
Después de cantar a Mozart, ¿cómo se prepara una soprano para interpretar un musical?
Son cuestiones completamente diferentes. A mí me encantan los musicales, pero no tiene mucho que ver con cantar ópera en términos de técnica. En la ópera hay que tener un registro completo, ir de las notas más profundas a las más altas y en las mejores condiciones. Además un cantante de ópera debe ser capaz de traspasar el sonido de una orquesta, sin que la opaque. Por el contrario, en los musicales hay otro tipo de instrumentos y, por lo tanto, la voz necesita un micrófono para hacerse escuchar. Además hay que estar mucho más cerca de una actuación. Pero lo que conecta a la ópera con los musicales es la melodía. Si está bien escrita y es bella, hay una evidente sintonía entre ambos géneros. Para mí, es una cuestión emocional.
Ud. se hizo famosa por interpretar a la Reina de la Noche en La flauta mágica de Mozart, ¿Por qué abandonó el rol?
Básicamente porque lo que uno canta debe estar en concordancia con el resto del repertorio que se hace en ese momento. Seguir cantándolo significa estar dispuesta a utilizar vocalmente todo el cuerpo y eso es muy exigente desde cualquier punto de vista. También limitaba mi rango de elecciones, pues optar por la Reina de la Noche equivale a renunciar a otros personajes más dramáticos o más líricos, que además son más extensos.