Es viernes en la noche y empiezo a explotar mi teléfono. Todos de alguna forma intentan demostrar que lo están pasando bien en la vida real, cuando es muy probable que el mismo hecho de estar en el teléfono muchas veces significa completamente lo contrario.
Cada vez que salgo de mi casa sin mi celular, siento como si me estuviera perdiendo de cosas demasiado importantes, como si de repente lo tangible se transformara sólo en el sustento de la vida real (Internet) donde pasa lo trascendente. Y me estreso. Quiero hacer rápido lo que sea que tengo que hacer y volver a mi casa y sentir ese alivio cuando puedo conectar mi teléfono al cargador, sentir que de alguna estúpida manera ese enchufe también me enchufa a mí.
Hay situaciones en que no puedo hacerlo, y cuando logro luchar contra la ansiedad de no tener la información inmediata, me calmo y empiezo a darme cuenta que no pasa nada. Aguantando un día o dos (en general en vacaciones), todo eso que creo que me estoy perdiendo es nada más que una ilusión casi maqueteada para hacerme adicta a esa vida paralela de mierda. El mundo sigue girando al mismo ritmo de siempre, y aún peor, cuando pasan cosas realmente importantes, el agitamiento es temporal y la gente olvida con igual rapidez.
El otro día googleando nomophobia (miedo irracional a estar sin celular) leí que los niveles de estrés de una persona sin su teléfono, Internet o batería son tan fuertes, que se comparan a los nervios de ir al dentista, mudarte o terminar una relación. Me di cuenta que en mi adultez he luchado muchísimo por no crear relaciones codependientes porque creo que son el primer portal para el sufrimiento, pero tengo una relación completamente codependiente con mi teléfono.
A propósito de esto, hice una encuesta (en Twitter, porque soy una contradicción), y la mayoría respondió que no podían vivir sin su teléfono porque eran idiotas y porque lo amaban. Y es que no hay un eufemismo para este hábito, ¿verdad?