Siempre fueron tiempos difíciles, dice un amigo. Y cuando las cosas se ponen así, en lo primero que pienso es en cerveza. Así que anoche salí y caminé por Bellavista. Pensé en meterme en un local de sillas plásticas y universitarios en Pío Nono, pero no. Tenía un dato. Una corazonada. Un bar donde enfrían la inubicable Kunstmann Original Anwandter Rezept sin tener que subir de Plaza Italia. Vivir con restricciones te lleva a registrar la carta en busca de joyas que antes habrías pasado por alto. Como cuando eras pendejo y no hacías click en la categoría milf. El primer mito dice que la cerveza hecha en honor al tatarabuelo del músico Álex y el poeta Andrés apenas se encuentra fuera de Valdivia. El tema es que cruzando la puerta del Dublín de Constitución, cuando uno toma asiento en la barra, la etiqueta plateada de la botella brilla tanto como una estrella en el cielo de Santiago.
El barman, que es igual al conductor del bus escolar de Los Simpson, saluda con un copón recién sacado del congelador y en seguida destapa el brebaje de los dioses inmigrantes alemanes. Al servirla, la Kunstmann Anwandter tiene el color de las colmenas de Donkey Kong Country, un amarillo miel tirando a rojizo, de espuma cremosa y cuerpo floral. El sabor es genial, intenso, dan ganas de correr por un prado con uno de esos gorros alemanes con plumas al ritmo de una polka. Tiene la amargura exacta y 5,8° de alcohol. El otro mito de la Kunstmann Original Anwandter Rezept es que el colono Anwandter vendió su alma al diablo para conseguir la mejor cerveza hecha en Chile. Y la verdad, amigos, es que yo le creo.