El escenario se oscureció por completo y la luz cayó sobre las butacas del Teatro UC en enero pasado. El público aplaudía de pie cuando la gruesa voz de un hombre, algunas filas más arriba, retumbó en la sala: "¡Libertad para Jorge Mateluna!", se oyó. Desconcertados, los unos se miraban a los otros, apresurando el ritmo de sus palmas. A la misma hora, se sabría después, en ventanas de Providencia, donde vivía el ex frentista Jorge Mateluna, detenido el 18 de junio de 2013 tras un asalto a un banco en Pudahuel, se levantaban banderines con su nombre. Exigían su libertad.

Mateluna, la más reciente obra del dramaturgo y director chileno Guillermo Calderón (1971), fue anunciada como la secuela de Escuela (2012). Ahora inspirado por La estética de la resistencia de Peter Weiss, el montaje estrenado en septiembre pasado en la HAU de Berlín recoge además el caso judicial de Mateluna, quien ya había pasado 14 años preso en los 90 antes de colgar su fusil y trabajar en un programa patrimonial del Consejo de la Cultura. Fue entonces cuando ambos se conocieron, mientras Calderón escribía la historia de un grupo de jóvenes civiles y armados en resistencia al régimen de Pinochet.

Poco más de un año después, todo sufriría un vuelco: a fines de octubre de 2013, meses después del robo de más de $60 millones desde un banco, Mateluna volvió a ser condenado a otros 16 años de cárcel. "Sentí que tenía el deber moral de al menos rastrear su historia para opinar, aunque siempre me latió que todo se trataba de un montaje", declaró Calderón a este periódico a días del estreno de su obra, en la que otro grupo de jóvenes asiste a un curso de instrucción de armas caseras, mientras les son expuestas las evidencias que podrían probar la inocencia de Jorge Mateluna.

Unos cuantos meses han pasado desde entonces, y pronta a cerrar su segunda temporada este sábado 29 en el teatro Antonio Varas, las manifestaciones y gestos de apoyo no cesan. Tampoco la visión del autor: "Antes de escribirla o siquiera pensar en hacerlo, los abogados de Jorge ya habían publicado un libro y había una campaña en redes sociales. Incluso invitamos a políticos a ver la obra, por tanto este trabajo se sumó al movimiento que ya intentaba darle visibilidad al caso", dice hoy. "Es interesante, pues el gran peligro de nuestro trabajo es que quede solo entre las cuatro paredes de un teatro. Aquí además sigue habiendo una posición clara con respecto al caso, y eso le da un giro al teatro político que hago", agrega.

La respuesta del público, no obstante, parece dividida. "Mateluna está en la frontera peligrosa entre el arte y el panfleto", opina Marco Antonio De la Parra. "Calderón está buscando ese deslinde, y creo que esta vez no dio en el clavo. No es un tema de lo legítimo sino de lo estético", añade. La crítica teatral Andrea Jeftanovic, concuerda: "Más que obra convencional, es una obra-ensayo que expone un proceso interno de la compañía, o bien es una instalación teatral que remueve. Quizás se sacrifica belleza estética, si pensamos en el lenguaje de Neva, pero es un manifiesto urgente". Su par, Agustín Letelier, parece aún más escéptico: "Uno puede decir que no es una obra de teatro y que los argumentos a favor de Mateluna ni convencen ni emocionan, por lo que ese espectáculo es mal teatro. Pero el público lo aplaude".

Para Ramón Griffero, nuevo director del Antonio Varas, la intención de Calderón "es la misma del teatro desde los griegos: convencer y renovar pensamientos, y reafirmar las ficciones de su época. El arte es el otro lugar de la percepción de la existencia, y el espectador decidirá si lo conmueve o no". Por su parte, Alfredo Castro cree que "el propósito no moral del teatro es permitir que los espectadores experimenten terror y compasión por lo que allí les es mostrado y que a simple vista no les ha sido posible ver. Es lo que ocurre con Mateluna, pues contradice lo dicho por la prensa, adopta un propio discurso", dice.

Calderón aún habla de su "propia defensa de Jorge Mateluna" al referirse al montaje. El periodista y director de programación del Espacio Diana, Javier Ibacache, recalca lo anterior: "Mateluna nos enfrenta a la pregunta del rol que puede cumplir el teatro ante una sobredosis de información y la frecuente circulación de noticias falsas". Y agrega: "Es una obra que trasciende al caso mismo de Mateluna y confronta al público con la sospecha de lo que leemos o vemos". La autora de El taller, Nona Fernández, concluye: "El teatro debe estar conectado con su época, ser un reflejo de lo que ocurre en la calle. La pregunta sería si el teatro tiene límites. ¿Debería tenerlos? Sus límites los impone el autor en cada obra, y habría que revisar los conceptos de teatralidad si se llega a afirmar que Mateluna no es un ejercicio teatral, pues a todas luces lo es".