Figuras como Sting pueden administrar sus clásicos en un play list eterno en directo y vivir el atardecer de su carrera como en el film El Día de la marmota haciendo siempre lo mismo -la lección de Elton John en su última visita a comienzos de abril-, o aventurar nuevo material con la posibilidad real de un recibimiento a lo sumo cortés de las canciones flamantes. Sting, que editó a fines del año pasado 57th & 9th, su primer disco de rock en 13 años grabado en escasos días, aplica una conveniente mixtura entre ambas opciones y el resultado es vigorizante, vital, francamente espléndido, como lo demostró la noche del martes ante un Movistar Arena repleto.
Después de revisitar en distintas direcciones su cancionero junto a The Police y su discografía solista incluyendo versiones sinfónicas, el británico decidió refrescar el sonido y la actitud en esta última placa, alcanzando un nuevo triunfo artístico a los 65 años. Dominic Miller, su eterno guitarrista de elegantes y poderosos acordes sigue siendo gran compañía, pero esta vez el empuje llegó desde la batería del reputado Josh Freese (NIN, Devo, A Perfect circle). Freese ahora integra la banda en vivo y trajo de vuelta cierta fiereza de la que adolecía su número, estampada desde el primer golpe de Synchronicity II, simplemente demoledora. Sting, además de su bajo de siempre (un carreteado Fender de los años 50), recuperó los pedales Taurus que utilizaba en los últimos años de The Police, gatillando con los pies densas capas sónicas. Las dos siguientes, "Spirits in the material world" y "Englisman in New York" (donde Freese se lució con el quiebre de batería característico de aquel corte), dieron paso a "I can't stop thinking about you", una de las canciones nuevas que recoge algunas de sus mejores habilidades para el pop rock, manejando un pulso enérgico, gran coro y arreglos precisos en cada instrumento.
El listado de la cita siguió alternando clásicos con los mejores títulos de 57th & 9th como "50.000" y "Down, down, down". Punto aparte para "Petrol head" con Sting cantando a tope para demostrar que no solo su apariencia parece detenida en el tiempo (sin barba lucía más joven que en su última visita de 2015), sino el hecho de que su voz se conserva prácticamente intacta. Y si alguien quería recordar exactamente cómo cantaba Sting hace más de 30 años, la intervención de su hijo Joe Sumner que participa en el coro, haciendo una notable adaptación de "Ashes to ashes" de David Bowie, permitió evocar aquel timbre exacto.
Sin recurrir a frases de buena crianza y pegando una canción tras otra con urgencia, Sting ofreció no solo la clase de siempre sino una nueva comprobación de que los grandes entre grandes, necesitan aún probar que su llama creativa sigue encendida y digna de ser admirada.