Cuando Canal 13 estrenó Twin Peaks tenías 16 años. O 17 recién cumplidos. Sabías quién era David Lynch: habías visto Corazón Salvaje en el teatro Pompeya de Villa Alemana, en un programa doble con una comedia erótica italiana. Habías visto Dune como un estreno del domingo. Lynch te interesaba, te obsesionaba. Hablabas de eso con tu hermano, con tus amigos en los pasillos de la universidad. Compartían datos, apuntes; trataban de estirar lo poco que sabían tejiendo una mitología hecha de jirones, de pedazos de información robados de revistas de cine, de noticias perdidas en los diarios. Por lo mismo era raro que lo dieran en el 13. El 13 era el canal de Don Francisco, de Los Simpson, de Video loco, de Martes 13, de Los magníficos. El 13 era el canal de Robotech y las teleseries brasileñas de la tarde.
Pero fue el 13 donde se estrenó en el otoño del 92, en una época que recuerdas como helada y deprimente. Al principio lo daban los lunes a las diez de la noche, después de las noticias. El prime. Recuerdas haber visto el primer capítulo y haber pensado que nadie podía estar preparado para eso. Aún hay escenas que te siguen impresionando. El cadáver de Laura Palmer envuelto en plástico, al lado de un tronco gigante. El policía que llora. El agente Cooper relatándole a una grabadora asuntos triviales. El modo en que parpadeaba la luz. Los holandeses. La mujer del tronco. La muchacha que avanza por un puente, como si retornase de otro mundo. La escena de la autopsia, ese momento en que Cooper toma una pinza y saca algo que hay bajo la uña de Laura Palmer. Y la música de Angelo Badalamenti, ese susurro constante que es el pegamento que une todo como una amenaza invisible, como algo que vuelve ambiguo lo transparente, que deforma lo que vemos en la pantalla hasta volverlo irreconocible.
Por supuesto, seguiste la serie en las semanas que vinieron. Lynch dirigió algunos capítulos más. Ahí lo que veías se volvió aún más extraño y oscuro de lo que ya era: la habitación roja; el enano que bailaba y hablaba al revés; el gigante; el anillo; Bob y las cortinas que separaban al otro mundo de éste; el manco que había visto el rostro de Dios; el momento en que James, Donna y Maddy cantaban juntos porque estaban a punto de romperse. Pero todo eso duró un suspiro. El 13 dejó de exhibir Twin Peaks los lunes y la serie terminó en el trasnoche al modo de transmisiones interrumpidas desde un continente perdido hecho de puro terror. Lynch ya la había abandonado aunque volvió para el episodio final, que viste de madrugada sin saber que era tal: Cooper estrellaba su cabeza contra un espejo, Bob poseía su cuerpo, el héroe quedaba atrapado en la habitación roja por los próximos 25 años. La serie se había vuelto una alucinación, una pesadilla y ya habías aprendido ahí que la textura de lo real siempre es frágil, que la provincia es un lugar peligroso, que lo contrario a la belleza es la violencia.
Seguiste a Lynch por años. Leíste una tarde en una librería de Viña El diario secreto de Laura Palmer y viste Fuego camina conmigo en otro programa doble erótico en el viejo cine Velarde de Valparaíso, el día siguiente que se había quemado el Divine a un par de cuadras de ahí. Volviste a la serie de nuevo el 2000, en el cable, después de medianoche. Lynch ya había huido, estaba en otra, aunque su peinado era el mismo. Entonces, hace un par de años, te enteraste que Twin Peaks iba a tener una nueva temporada por Showtime, que Cooper iba a salir del infierno donde lo habían dejado, que la pobre Laura Palmer iba a volver. Ahora el estreno es el 21 de mayo y estás ansioso. Sería lindo que el 13 la diera, pero no va a suceder: están dedicados a pasar cosas tales como Kosem. La serie de Lynch y Frost no tiene nada que hacer ahí, en nuestra tele abierta, por más que la música de Badalamenti siga en tu cabeza como si el otoño oscuro del 92 nunca se hubiese terminado y que el pueblo de Twin Peaks siga pareciéndote el más peligroso de los territorios: el sueño de un monstruo, una inolvidable geografía del espanto.