Oficialmente pertenece al acervo del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), pero hace casi 90 años cuelga en las paredes de otra institución estatal. Ya fines del siglo XIX se presumía que La fundación de Santiago (1888), de Pedro Lira, se convertiría en una de las pinturas fundamentales de la historia del arte local. Fue llevada a Francia para participar en la Exposición Universal de París en 1889, donde recibió elogios y ganó la segunda medalla de la competencia. A su regreso, el Estado la compró en cuatro mil pesos, un precio altísimo para la época, y en los siglos XX y XXI se hizo más popular al ser reproducida en los desaparecidos billetes de $500 e ilustrar el periodo de la Conquista en los textos escolares.

Quizás es esa condición de ícono que excede los límites del arte lo que la ha instalado como pieza clave del Museo Histórico Nacional, donde decora el descanso de su escalera principal. Por estos días, sin embargo, la pinacoteca del Parque Forestal vuelve a tomarla como obra central de su nueva exposición permanente: El bien común, que reúne más de 140 obras de la colección del MNBA y se extenderá hasta mayo del 2018.

Y aunque por temas de conservación es difícil que la pintura se traslade de su sitio habitual, la curadora Paula Honorato decidió de todas formas exhibirla en formato de proyección y convertirla en el eje de su propuesta. En ella se ve al conquistador español Pedro de Valdivia señalando dónde debería ubicarse la futura ciudad de Santiago, rodeado de sus hombres y de algunos indígenas en el Cerro Huelén, y de fondo, el Río Mapocho. "Esta obra resume todos los aspectos que guían la exposición: retrata un hecho histórico, en ella aparecen personajes públicos y emblemáticos de la historia, como también personajes anónimos, a la vez que se representa un paisaje natural clave de la ciudad, que es al mismo tiempo espacio público. Podría estar en cualquier lugar de esta muestra y calza perfecto", dice Honorato.

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Calle Ahumada en 1902, la visión europea de la ciudad de Enrique Lynch.[/caption]

La estrategia curatorial trata de confrontar la pintura de Lira con la obra contemporánea Bajo sospecha de 1998, instalación de Bernardo Oyarzún, quien actualmente representa a Chile en la Bienal de Venecia. La idea es poner en tensión los aspectos del llamado bien común, que en la muestra está asociado a las nociones de consenso que unen a una comunidad, que le dan identidad y que crean un imaginario colectivo.

"Desde el comienzo nuestro discurso visual se identifica con lo español", dice la curadora. "Hay un blanqueamiento que niega lo étnico, y eso se aprecia por la relación asimétrica entre el conquistador y el indígena en la pintura de Lira. Ahora entra en diálogo con la obra de Oyarzún que habla de la discriminación a partir de una experiencia del propio artista, quien fue detenido por la policía, simplemente por su apariencia física, sus rasgos indígenas", agrega.

Con estas dos obras parte la ruta de la exposición, que recorre el acervo del museo a través de este eje temático tomando desde las pinturas coloniales de José Gil de Castro; las de los maestros de la pintura chilena como Juan Francisco González, Juan Mauricio Rugendas, Pedro Subercaseaux y Arturo Gordon; los artistas de mediados del siglo XX, como Israel Roa y Marcó Bonta; saltando hacia los años 70 y 80 con los trabajos de José Balmes, el Grupo CADA y Nemesio Antúnez, hasta las adquisiciones más recientes de artistas como Iván Navarro, Fernando Prats y Alfredo Jaar.

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El huaso y la lavandera (1835), los personajes anónimos de Mauricio Rugendas.[/caption]

Hitos y rostros

Dividida en cuatro ejes, la muestra sigue con los acontecimientos históricos que nos han marcado como sociedad: allí aparece desde la Toma del Huáscar, pintada por Thomas Somerscales; el incendio de Chillán representado por un artista joven, Sebastián Riffo; o el Golpe de Estado, episodio recogido en la litografía de Nemesio Antúnez, La Moneda en llamas (1989) y por Iván Navarro, con un maletín relleno de tubos fluorescentes (2009) donde se leen cuatro nombres de personajes asesinados durante el régimen de Pinochet, entre ellos Orlando Letelier y Ronnie Moffitt.

Le sigue el apartado de los personajes desconocidos, dedicado a la representación del sujeto anónimo, común y corriente. Aquí destaca la pintura Los pescadores de Arturo Gordon; la infaltable El huaso y la lavandera (1835) de Rugendas; una aeropostal de Eugenio Dittborn donde retrata a delincuentes, y tres fotografías de la serie El infarto del alma de Paz Errázuriz sobre el hospital psiquiátrico. En los rostros de la historia está por supuesto el retrato de Bernardo O'Higgins de José Gil de Castro; dos retratos recién adquiridos de Rugendas que se exhiben por primera vez en el museo; una fotografía de Pedro Lemebel vestido como Frida Kahlo, junto a los retratos de Clotario Blest realizados por Alfredo Jaar en los 80 y editados en 2010.

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Bajo sospecha (1998), instalación de Bernardo Oyarzún.[/caption]

Esencial en el imaginario local es el paisaje: el Valle Central, la cordillera, el mar y el desierto representados a lo largo de la historia del arte por artistas como Ricardo Richon-Brunet y Onofre Jarpa en los formatos más tradicionales, hasta Raúl Zurita con una fotografía aérea de una intervención en los cerros de Antofagasta, y Gonzalo Mezza, pionero del arte digital que en 1972 hizo una pintura donde mezcló a una Venus griega en los glaciares Antárticos.

La última sala está dedicada a esos lugares que se han convertido en espacios de reunión, de uso público y que nos unen como ciudadanos: aparece la Calle Ahumada, pintada por Enrique Lynch en 1902, y la Plaza Italia, hecha en una miniatura con migas de pan en 2000 por Gerardo Pulido y ampliada en una fotografía que acaba de integrarse al acervo del museo. "Este tipo de ejercicios es interesante porque hace que obras súper conocidas se lean en otros contextos. No seguir un orden cronológico enriquece la lectura y el diálogo con las obras contemporáneas; es una mirada más dinámica y fresca del arte", dice Paula Honorato.