Más que cómica, más que graciosa o "desternillante", según reza el texto de contratapa, la novela El galán imperfecto, de Rafael Gumucio, plantea situaciones que suscitan reflexiones bastante serias, reflexiones que, en conjunto, dan cuerpo, alma y vuelo a Antonio, el obsesivo narrador y protagonista del libro. A través de diálogos extensos, bien resueltos, y de momentos de introspección provechosos, atrayentes para el lector –dos rasgos poco comunes en la narrativa chilena actual, tan plagada de personajes anodinos–, Antonio recrea un trecho muy significativo de su biografía: a los 33 años de edad, el hombre decidió someterse a una circuncisión que estimulará, entre otros pensamientos, su devoción por el simbolismo católico, sus recuerdos colegiales, sus dudas existenciales y la peculiar relación con su madre. Además, y en último término, el procedimiento definirá la relación que mantiene con Valentina, la novia que se ha embarcado en un largo viaje al sudeste de Asia, a quien, en un primer instante, se le oculta la cirugía, hecho que desencadenará el inesperado desenlace de la trama.

"Mi cuerpo rechaza a mi pene, mi cuerpo rechaza a mi pene o viceversa. Se desconocen, se desprecian, viven esperando cuál de los dos se cansa primero. Soy mi propio parásito", declara Antonio al principio de la novela. Si bien en otros narradores la obsesión consigo mismo puede resultar agotadora, vergonzante o improductiva, en el caso de este galán imperfecto el recurso es enriquecedor. Ello se debe a que el tipo se ríe de sí con honestidad, soltura y cierta picardía sofisticada –las torturas escolares que debió soportar a raíz del "pantalón de pelo" que le creció en la pubertad son prueba tragicómica de esto ("Niño del ombligo para arriba, lobo de la cintura para abajo"), a que se cuestiona todo o casi todo, a que reflexiona con profundidad, y a que suele abusar de la paradoja a través de sucesivos intentos por explicar lo inexplicable o, siguiendo su juego, desexplicar lo explicable. Aquello que en un principio podría parecer efecto de la tarabilla, se consolida al poco andar en una prosa convincente, airosa ante sus propias complejidades, certera ante las exigencias estructurales del relato.

La noción cabal de su estampa payasesca es otro de los atributos de Antonio: "No fue ni cobarde ni valiente, pienso, la vez que a los catorce años decidí tomar danza aeróbica en vez de vóleibol como el resto de los hombres del curso". No obstante, tras la mofa de sí mismo, tras el ocasional y calculado autoescarnio, existe una realidad compleja y bastante majestuosa: el narrador logra que las mujeres más importantes de su vida (su madre, sus hermanas, su novia, una amiga íntima de la novia) giren en torno a su pene. Desde joven que Antonio manifestó tendencia a la estratagema frente a las mujeres: "(…) caminar con una y otra de las niñas hacia mi casa, que quedaba siempre camino a la suya, aunque a veces quedaba exactamente en la otra dirección". Y en ocasiones, cómo no, el ardid consistió en inspirar lástima: "Pobre sexo mío, trompa sin paquidermo, verruga sola, cocodrilo ciego, dragón". Tamara, la amiga íntima de Valentina y a la vez muy cercana a Antonio, explica el asunto con especial lucidez: "La Valentina, tu obsesión con ella, tu operación, te convertiste en eso que quieres ser, un caso. Soy doctora, como tú dices, no me puedo acostar con un caso clínico".

La evolución del romance de Antonio con Valentina, siempre a la distancia, constituye un período de tensión efectiva que se extiende a lo largo de casi toda la novela. Pero nada es predecible en la vida de este protagonista entrañable que, entre delirio y delirio, casi siempre parece conseguir lo que anhela. No en vano su lema es "me importa ganar y sólo ganar". A costa de lo que sea, claro está.