André Rieu, violinista y director de orquesta holandés: "Si Mozart viviera, las chicas tendrían pósters de él y los fans le pedirían selfies"
El fenómeno multiventas y que llevó la música clásica a las masas habla con Culto de la fórmula que en agosto lo hará repletar cuatro veces el Movistar Arena. Además, se refiere a su distancia con los puristas del sonido docto, y a cómo ha soñado tocar junto a Bruce Springsteen.
Hay algo casi invisible que emparenta a André Rieu (67) con Bruce Springsteen. Ambas son figuras irrepetibles, únicas en su especie, paradigmas de un personaje que sólo vive gracias a ellos y de un culto casi invulnerable al paso del tiempo. Son los jefes de sus respectivos estilos. Por eso, cuando en esta entrevista al violinista holandés se le sitúa frente a un escenario ficticio, aquel en que debe escoger a un solo artista del pop o el rock para montar un espectáculo en conjunto, su respuesta no admite titubeos: "Yo sueño hacer un concierto junto a Springsteen alguna vez en mi vida. Eso sería grandioso".
Pero el también director de orquesta es capaz de mirar aún más atrás, casi unos 250 años, y citar a otra referencia, el compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart: "Algunos piensan que la música clásica debe ser juzgada seriamente, sin incluir ninguna broma. No estoy de acuerdo con eso. Tomemos por ejemplo a Mozart. Apuesto a que él era una suerte de popstar de su tiempo. Si viviera en la actualidad, muchas chicas tendrían pósters de él, habría tenido que invertir muchos días en dar autógrafos y los fans le pedirían sesiones de selfies".
De alguna manera, no hay más de dos siglos de distancia entre Springsteen y Mozart: Rieu ha sabido hacer una síntesis de ambos en su propia trayectoria. Ha hermanado el virtuosismo y el repertorio del sonido docto, con el carisma y el hambre de masas propios de las estrellas de estadios.
Johann Strauss, El concierto de Aranjuez o la ópera Los cuentos de Hoffmann desplegados en espectáculos a medio camino entre el musical, el show de variedades y el sketch televisivo, con su protagonista emergiendo desde el público -a lo U2, a lo Bryan Adams- o aguantando los ruiditos y los saltitos molestos de los miembros de su orquesta, en una escena cómica que parece ideada por Jorge Pedreros para el Jappening ochentero: ríe cuando todos estén tristes parece ser la definición precisa de su performance. En rigor, el europeo es un popstar de su tiempo, con quizás muchas mujeres con imágenes de él en sus casas, invirtiendo muchos días en dar autógrafos y con los fans pidiéndole sesiones de selfies.
Como ejemplo, Chile nuevamente lo recibirá en cuatro conciertos en el Movistar Arena capitalino, tal como sucedió en 2013 y 2015, donde hubo otro hito que lo vincula al circuito más comercial: en su visita de hace cuatro años, cobró la entrada más cara comercializada en el país, a un precio de $690.000. Esta vez, a las citas del 24, 25 y 26 de agosto, se suma la del día 27. Una racha casi inédita en la cartelera nacional -también alcanzada por astros latinos como Luis Miguel o Ricardo Arjona-, donde sólo en la próxima venida totalizará a poco más de 40 mil personas.
"Estoy asombrado que la música que he tocado durante tantos años sea tan exitosa en cada parte del mundo. Nunca imaginé que explotaría así y me pone muy orgulloso que las ventas vayan muy bien en países como Chili. El concierto será una maravillosa mezcla de valses, melodías conocidas de musicales y películas, arias de óperas de renombre mundial y operetas, y todo esto realizado por solistas de fama internacional. Me hace feliz tener un montón de fans leales por todas partes", cuenta el músico, utilizando la traducción al francés para escribir "Chile" en esta conversación vía correo electrónico.
—¿Qué tan importante ha sido en su éxito el humor, reírse de la solemnidad de la música clásica?
—El humor es muy importante, ¿te imaginas un día sin reír? Hace un tiempo había un comediante en Holanda que tenía un don especial: entraba en el escenario y, de alguna manera, la audiencia ya empezaba a reírse antes que dijera una sola palabra. Siempre he admirado a ese hombre. En mi opinión, la música clásica ha sido compuesta para que todos nosotros disfrutemos, no sólo la elite. Para mí fue una misión personal hacer la música docta accesible a todos y, sí, eso sólo es posible en arenas y estadios. Y cuando la haces ahí, también puedes convertirla en algo especial, añadiendo un láser a El bolero de Ravel, por ejemplo.
—¿Cree que el gran pecado de los músicos clásicos ha sido tomarse muy en serio?
—No sé si exactamente lo llamaría un gran pecado, pero sí, es una lástima que estos músicos piensen que no está permitido divertirse de vez en cuando. Ok, cuando interpretas una pieza seria de música debes estar muy concentrado, pero después de eso, ¿por qué no estar alegre, feliz y reír?
—¿Tiene alguna relación con los cultores más tradicionalistas de la escena docta?
—No realmente relaciones, pero sucede de vez en cuando que los artistas famosos de esta escena asisten a algunos de mis conciertos. Recuerdo a la cantante de ópera Cecilia Bartoli y al conocido violinista Maxim Vengerov. Este último me hizo un elogio muy encantador: "Escucha André, normalmente yo voy a un concierto si estoy en condiciones, pero después me siento muy agotado. Hoy me sentí muy cansado, pero ahora que tu presentación ha terminado, estoy lleno de energía".
Pese a lo impersonal que resulta un diálogo vía correo electrónico, el hombre que vive en un castillo en la ciudad holandesa de Maastricht y que encabeza desde hace 30 años su propia orquesta -bautizada como Johann Strauss-, intercambia roles y ahora es él quien hace las preguntas: "¿Sabías que la música es saludable en todos los sentidos? ¡Un vals al día mantiene alejado al médico!", diagnostica como receta. "¿No crees que el mundo sería un lugar totalmente diferente si todos tocáramos un instrumento o cantáramos, en lugar de andar con armas y armar guerras una y otra vez", inquiere.
Aunque recalca su preocupación por el planeta que lo rodea, hace unos años el instrumentista trató de estirar los límites terrenales. Cuando observó su carrera y se preguntó cuál era la última meta que aún no alcanzaba, qué era lo que pese a los éxitos y los millones aún asomaba como imposible, apareció en la mira la más empinada de sus ambiciones: "En esos años, quería ser el primer artista en el mundo en dar conciertos en el Polo Norte y en la Luna. Incluso lo llegué a hablar con el director del sello Virgin Records, Richard Branson, hahaha! En general, sería genial si todos en este mundo supieran bailar el vals. Finalmente, me quedo con los conciertos en este planeta", concluye Rieu, a quien, claro, muy pronto lo esperan lugares tan propios de este mundo como Chile. O Chili. Da igual: acá el éxito por su figura de pelo largo aún sigue intacto.
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