"Al principio me pareció una idea loca, pero luego pensé que esto podía ayudar a llevar la cultura de la calle a un espacio considerado de elite", dice Alejandro "Mono" González (1947), cuando recuerda cómo tomó la noticia de que un grupo de seguidores estaba levantando su candidatura para el Premio Nacional de Arte, que se entrega en agosto. Fue sólo una semana antes de que se cerraran las postulaciones el pasado 30 de junio, que el periodista y ex grafitero Camilo Undurraga lideró una convocatoria masiva a través de Internet con el simple eslogan de "El Mono al Nacional". Llegaron más de 6 mil firmas de apoyo entre personas anónima y otros artistas callejeros como Inti Castro y Payo Schöting. También se sumaron cartas de instituciones y organizaciones de Estados Unidos, como Ohio State University, el Municipio de Nápoles, Italia o el Musee a Ciel Ouvert de Canadá, que en estos últimos años han invitado al artista a pintar murallas y dar charlas sobre muralismo en esos países.
Con 70 años cumplidos en marzo, 50 de ellos dedicados al arte, el "Mono" González está más activo que nunca. Hace año y medio que abrió junto a su hijo diseñador Sebastián González una galería de arte dedicada al grabado y la serigrafía en el Persa Biobío, donde realiza exposiciones y vende obras de artistas jóvenes. Acaba de lanzar su último libro con ilustraciones Cuadernos de la piel y se apronta para en octubre realizar una nueva edición del festival de arte urbano Puerta del Sur que en 2016 cubrió de murales la ribera del río Mapocho. Además en 2011, el "Mono" fue uno de los gestores del Museo a Cielo Abierto en San Miguel, que él mismo asegura se ha convertido en un referente local y regional de cómo el arte de la calle puede generar la revitalización de los barrios.
"El 'Mono' González es una suerte de embajador y padre del muralismo nacional. Además la idea de la candidatura nació por valorar un arte que necesita reconocimiento en Chile. Hay tantos muralistas maravillosos que han muerto y en Chile no se los recuerda, como José Venturelli o Fernando Daza", señala Undurraga, líder de la candidatura del muralista, quien también quiere darle a su trabajo una vitrina mayor.
—¿Se toma en serio esta candidatura o piensa que es más que nada testimonial?
—Me la tomo en serio pero más allá de el premio en sí como algo individual. Voy al Nacional para instalar la identidad callejera en la Academia. Siempre me he preguntado por qué no le dieron el Premio Nacional de Música a Violeta Parra y hoy con la distancia estamos seguros de que lo merecía. Ella instaló esa indentidad de patria popular y nosotros estamos en lo mismo.
—¿Se siente un referente del arte callejero actual?
—Eso no lo puedo decir yo, pero sí creo que he tenido una línea valórica permanente y consecuente. Siento que tengo que ser un ejemplo con respecto a mi recorrido de vida. Yo nunca podría venderme a una trasnacional, trabajar para las empresas que se han llevado las riquezas de mi país. Partí a fines de los 60 pintando propaganda que luego se transformó en arte, luego del Golpe de Estado viví en la clandestinidad y sobreviví a eso, entonces mi responsabilidad es seguir entregando esos valores, ser consecuente con lo que uno piensa. Me siento un predicador a través de mis imágenes, que son transversales.
Miembro de las Juventudes Comunistas y admirador del muralismo mexicano, de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, el "Mono" González pintó sus primeros murales a los 22 años apoyando la candidatura de Salvador Allende y colaboró con Roberto Matta en el mural El primer gol del pueblo chileno en La Granja. Al mismo tiempo fundó con otros artistas callejeros la Brigada Ramona Parra (BRP), creando un estilo propio que perdura hasta hoy. Tras el Golpe de Estado, González debió vivir en la clandestinidad y alejarse de las calles. Hizo una carrera como escenógrafo, trabajó para el Teatro Municipal, para la campaña del No en 1988, y luego incursionó en el cine, para películas como La Frontera de Ricardo Larraín y Machuca de Andrés Wood.
En 2008, el artista dejó su huella más duradera en la ciudad con el mural que instaló en la Estación de Metro Parque Bustamante, una obra en la que combinó el estilo de la BRP con el uso del spray, propio del grafiti actual.
—¿Cómo ha evolucionado su estilo hasta hoy?
—Sigue en mí el espíritu colaborativo, participativo y público, pero ahora es más reflexivo. Siento que cuando uno es más viejo, más maduro uno va a pintar a los lugares con otra mirada, no a imponer un imaginario sino a empaparse de otra cultura. Me pasó en Toronto donde tuve relación con algunos pueblos indígenas de Canadá y pude de ahí sacar una iconografía y trabajar con ellos. Y lo interesante es que no se trata solo de pintar sino de hacer gestión cultural, de enseñar y también aprender, compartir las experiencias. Vamos rompiendo el cerco y abriendo oportunidades a los más jóvenes. En la galería del Persa Biobio, hacemos exposiciones, vienen artistas de regiones y se educa a la gente. Cuando nosotros empezamos a pintar era más difícil, no había nada de lo que ahora vemos en los espacios públicos, hoy está lleno de murales por todas partes y la gente los aprecia. No muchos lo creen, pero Chile es un referente afuera por su historia con el muralismo de los 70, pero también con lo que se hace hoy.