No sólo tuvo varias oportunidades de hacer sus descargos. Tal como ha sido la tónica de este caso, Álvaro Scaramelli fue incluso más allá de lo recomendable e intentó victimizarse ante lo ocurrido. De hacerle creer a la opinión pública y principalmente a los socios de la entidad que comandó hasta hace un par de semanas, que daba un paso al costado casi como un sacrificio, doloroso y necesario, con el único afán de contribuir a despejar las cosas y que todo volviera a la normalidad.

Justo en su treinta aniversario, la SCD (Sociedad Chilena del Derecho de Autor) que está encargada de resguardar los intereses patrimoniales de los músicos chilenos, ha tenido que enfrentar el bochorno de que su último presidente fuera el que más dinero recaudó durante la época en que estuvo al mando. Sin embargo, desde todos lados, incluso desde la administración actual que dirige Horacio Salinas, se ha insistido en lo mismo: que el ex cantante de Cinema no hizo nada ilegal. Pero bien sabemos en Chile que la diferencia entre lo legal y lo legítimo es mucho más profunda y relevante de lo que muchos están dispuestos a aceptar.

Para decirlo en simple, Scaramelli vio la oportunidad y la tomó. Pero a todas luces no cumplió con el mínimo recomendable y exigible para una autoridad que estaba llamado a predicar con el ejemplo de la probidad y la transparencia frente a un tema tan sensible como el de los derechos de autor. Su condena ética tiene que ver con no haberse restado y la crítica general apunta al escaso control interno que permitió que esto pasara. O peor aún, la eventual vista gorda que pudo permitido que el hombre en cuestión abultara sus ganancias de forma grosera.

La llegada de Horacio Salinas ofrece garantías de credibilidad y sería conveniente, sobre todo para los tiempos que corren, volver a hablar de música, identidad y patrimonio y renunciar a este discurso reciente de la "eficiencia" y los números azules como si la SCD fuera sólo una empresa prestadora de servicios. Otro asunto pendiente tiene que ver con volver a convocar a los más jóvenes que por años se han mostrado incrédulos frente a la gestión de la que debería ser su casa y que derechamente estiman que la SCD le pertenece solo a unos pocos.

También es hora de que los socios sepan estrictamente bien cómo funciona el tema del reparto y, dado lo acontecido con Scaramelli, reevaluar lo que realmente significa componer una canción relevante o exitosa y lo que deriva de hacer un jingle para un canal televisión donde venden trotadoras y súper taladros y dejar que suena todo el día para que alguien con buen ojo y en una situación privilegiada como para saberlo se llene los bolsillos de plata sin más mérito que la simple avivada.