Lana del Rey: la cárcel de cristal

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Lana Del Rey sigue al centro de un laberinto palaciego donde solo ella habita con sus voces entramadas, románticas y lánguidas. En sus canciones flotas, te transportas, te pierdes por un rato.


Tiene talento para organizar un baile de máscaras, crear un ambiente de permanente sugerencia con encanto del viejo Hollywood, imágenes entre vaporosas, caramelizadas y en sepia. En el mundo de Lana Del Rey todo invoca ecos de un pasado elástico donde las últimas seis décadas se confunden con vértice en los 60.

El maquillaje, la ropa, los movimientos, los detalles para enfrentar a la cámara con irresistible coquetería. Por supuesto la manera en que su voz queda grabada en cada uno de sus discos. El tono de un ángel que sabe de demonios.

Especie de viajera en el tiempo, embajadora vintage de la cultura pop con debilidad por la iconografía estadounidense clásica, junto a un hálito de rebeldía y erotismo según los moldes de la pantalla grande de hace medio siglo, Lana Del Rey toma lo que le conviene. ¿Ya se usó? Qué importa. Vale la cita y el reciclaje. El tercer disco se tituló Ultraviolence (2014) -el adorable concepto de La Naranja Mecánica-, este Lust for Life tal como el gran clásico de Iggy Pop.

No teme declarar desinterés por el feminismo remando en sentido contrario en días de reivindicaciones de género. El personaje que encarna suele estar sometido a la voluntad de hombres mayores pero también juega con la idea de una mujer inalcanzable, una bomba en pleno dominio de su sexualidad.

Toda esta construcción atractiva y bien urdida, que suma perlas publicitarias como declarar que recurrió a la magia negra para que no ganara Donald Trump, está comprimida en una especie de loop musical tan cautivante como etéreo y repetitivo. Lana Del Rey habita una especie de cárcel de sonidos cristalizados. A estas alturas -Lust for life es el quinto título desde 2010- resulta patente que no pretende variar el curso rítmico de su material, no así el ambiente de ensoñación que en este álbum recurre a electrónica de sofisticado corte, otras veces a un sencillo acompañamiento de banda, pianos y fondos siempre con la misión de plagar melancolía.

Las colaboraciones funcionan con una naturalidad poco habitual en el pop, donde cada artista parece grabar por separado. Aquí hay química y fuego partiendo por Lust for Life junto a The Weeknd, uno de los sencillos del año. Luego la espectacular aparición de Stevie Nicks en la balada "Beatiful People Beautiful Problems", y Sean Lennon en la pieza de aires country "Tomorrow Never Came".

Lana Del Rey sigue al centro de un laberinto palaciego donde solo ella habita con sus voces entramadas, románticas y lánguidas. En sus canciones flotas, te transportas, te pierdes por un rato. Qué mejor.

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