Dice que es un rasgo de su personalidad que ya estaba presente en la dinámica escolar. "En el colegio no tenía un grupo fijo de amigos. Un fin de semana salía con unos y al siguiente con otros. Es un tema de carácter, me gusta nutrirme de personalidades distintas", cuenta Benjamín Walker (25), hurgando en su niñez para tratar de explicar su rechazo a las etiquetas, las comparaciones y los prejuicios.

Algo de todo eso ha debido enfrentar el músico en su corta pero ascendente carrera, que partió formalmente en 2014 con Felicidad, uno de los lanzamientos más destacados de aquella temporada y que le valió el premio Pulsar a artista revelación. Primero fue su historia familiar, como hijo menor de la cantante Cecilia Echenique y el senador DC Ignacio Walker. Y también desde lo artístico, debido a una propuesta de cantautoría que se separa del molde que ha definido históricamente al oficio.

"Incluso antes de cantautor se referían a mí como trovador, y me costaba lidiar con esa etiqueta porque encuentro que la trova es algo aún más esquematizado y conservador, sin la flexibilidad que busco al momento de abordar la música", comenta Walker sobre su trabajo musical, que el viernes pasado sumó un nuevo hito con el lanzamiento de Brotes, un segundo LP que confirma los buenos pronósticos que dejó su debut discográfico, con elementos que dan cuenta de una continuidad pero también de una maduración de su propuesta.

En sus once nuevas canciones, producidas por su colega y compañero de ruta Javier Barría, Walker vuelve a echar mano a los materiales y los recursos que estaban presentes en su primer disco -la guitarra acústica y la voz como protagonistas, los arreglos de cuerdas y sintetizadores- aunque esta vez con un resultado más concreto y homogéneo. "Quería buscar un sonido más propio, que la gente lo escuchara y pudiera decir 'Ah, así suena Benjamín Walker'", explica sobre el álbum que lanzará el 8 de septiembre en la Sala Master, y en el que, asegura, fue vital el influjo de la tradición del folk anglo, desde Bob Dylan y a Nick Drake y Surfjan Stevens.

-En Brotes están los mismos elementos de su disco anterior, aunque ahora procesados de otra forma, con una voz más propia. ¿fue esa la intención del álbum?

-Hubo por un lado una idea intencional, porque quería que hubiese más homogeneidad en este disco. No necesariamente que las canciones se parecieran entre sí, pero al menos que se pudiera identificar un estilo. En Felicidad estaba aprendiendo, tenía canciones que escribí cuando me puse a componer por primera vez y disparaba para muchos lados. Por lo mismo fue un trabajo muy sincero también. Y hubo otro factor, no intencional, espontáneo, que fue que las canciones por sí solas salieron más homogéneas, porque las empecé a escribir un poco más grande.

-¿Esto de nutrirse de fuentes diversas, desde la música de raíz latina hasta el pop, lo ve como parte de su identidad artística?

-Me han preguntado varias veces cuál es mi escena y es algo que nunca he sabido responder, porque nunca me lo planteo. No me hace mucho sentido esto de casarse con una escuela o una escena, me gusta emocionarme con todas las expresiones musicales que me hagan sentido, aprender de todo y saber qué está ocurriendo en distitos ámbitos. Yo creo que la etiqueta cantautor hoy día se entiende de manera más amplia, ya no sólo se asocia a la generación del Canto Nuevo, de la guitarra de palo y el Café del Cerro, creo que eso ya no está en el imaginario de la gente.

-¿Lo ve como algo generacional también, este ánimo de los músicos nuevos de juntarse en vez de aislarse?

-Es algo que veo en mi generación, donde hay mucha admiración mutua. Lo veo con la gente con la que hablo, estamos muy atentos a lo que hace el otro y hay un respeto mutuo por sacar esto adelante. Por lo mismo, estoy siempre yendo a ver en vivo a Elizabeth Morris, a Inti-Illimani, a Matorral, pero también lo que está pasando en la escena indie pop, a Planeta No, cosas que no se acercan mucho a lo que hago. Uno termina apoyando a una generación,sabiendo lo difícil que es hacer esto.