Casas de líneas simples en paisajes arrebatadores, fuesen playas, acantilados o bosques del sur. Así se daba a conocer la arquitectura chilena a mediados de los años 90, como una manifestación del retorno a la democracia, y reforzada por el hito que significó la Expo Sevilla de 1992, cuando se combinó la construcción en madera nativa de los arquitectos José Cruz y Germán del Sol con un iceberg que simbolizó el extremo territorio local y que no pasó desapercibido en el evento.
La generación que vino luego potenció esa idea: Mathias Klotz fue el primero en destacar por su simpleza de formas y su preocupación por el paisaje, y le siguieron otros que en estos últimos 15 años han brillado con luz propia, situando a la arquitectura chilena en la primera línea mundial, con publicaciones y premios internacionales. Entre ellos está Alejandro Aravena, el último ganador del Premio Pritzker, suerte de Nobel de la disciplina; Smiljan Radic, Sebastián Irarrázabal, Mauricio Pezo y Sofía Ellrichshausen, Cecilia Puga y Albert Tidy.
Sin embargo, fue el propio Aravena quien trazó un quiebre cuando en el cambio de siglo apareció con su oficina Elemental, que renovó el sistema de construcción de la vivienda social. Hoy la nueva camada de arquitectos sub 40 tiene como principal vocación la arquitectura pública y participa en cuanto concurso hay para cambiarle el rostro a la urbe.
"Nuestro gran problema sigue siendo la ciudad", dice el arquitecto Tomás Villalón (38). "Que las decisiones las siga comandando el desarrollo inmobiliario es malo porque suceden cosas como los guetos verticales de Estación Central; hay poco cuidado en cómo se norma la construcción y en eso los arquitectos también tenemos responsabilidad", añade uno de los exponentes de la nueva generación de profesionales que ha preferido hacer su carrera participando en concursos públicos.
Villalón acaba de ganar, junto a Nicolás Norero y Leonardo Quinteros, el diseño del Teatro de las Artes de Panguipulli, un recinto de 3 mil metros cuadrados, y ya está comenzando la construcción del British School en Antofagasta, certamen que ganó el año pasado. "Los concursos son una oportunidad para encontrarnos con problemas reales, son un tremendo desafío. No creo que a arquitectos como Aravena o Radic no les interese, este último esta haciendo un par todavía, pero creo que serán los últimos, porque ahora los encargos les llegan de manera directa", agrega.
Como él, hay varios arquitectos y oficinas jóvenes que han hecho de los concursos públicos su prioridad. Entre ellos están la oficina Lateral -Christian Yutronic y Sebastián Barahona- que en 2007 se hizo cargo de la remodelación del GAM; HLPS Arquitectos (Jonathan Holmes, Martín Labbé, Carolina Portugueis y Osvaldo Spichiger) que ganaron la remodelación del Parque Cultural de Valparaíso, y Cristóbal Tirado, quien termina la construcción del Museo de Aysén.
Otro ejemplo es la arquitecta Loreto Lyon (38), quien con su marido Alejandro Beals (Beals-Lyon) ya ha ganados siete concursos, aunque sólo dos de esos proyectos se han concretado, entre ellos la Municipalidad de Nancagua, en la VI Región. "Para mí estos proyectos son mucho más gratificantes que los de encargo privado, uno tiene mucha más injerencia, aunque también son más complejos. Muchas veces las instituciones llaman a concurso y no tienen los fondos para las obras, entonces los proyectos se quedan estancados y demoran años en realizarse", cuenta Loreto Lyon, quien trabajó en la oficina de Smiljan Radic, mientras que su socio en la de Mathias Klotz.
"Hay mucho por solucionar en los concursos públicos", explica Lyon. "A veces el jurado no es del todo idóneo, los honorarios son muy bajos, terminamos haciendo los proyectos porque son interesantes o por curriculum, pero muchas oficinas salimos para atrás. Otro tema es que todavía a la hora de evaluar prevalece el proyecto más barato que el de mejor calidad", detalla quien en 2013 ganó el concurso de diseño de la nueva biblioteca del ex Congreso Nacional, que está en espera de financiamiento.
Villalón coincide con Lyon y hace hincapié en el problema de la ejecución de las obras. "En Chile se dejan pocas herramientas para que el arquitecto vele por sus diseños. Tras ganar, el proyecto termina en manos de las constructoras, y muchas veces el resultado no es lo que se espera", dice.
El autoencargo
Otra forma de desarrollar proyectos que contribuyan a la vida de la comunidad, en este caso rural, es la que desarrolla el Grupo Talca, conformado por Martín del Solar (36) y Rodrigo Sheward (37), ambos egresados de la Universidad de Talca y quienes el año pasado participaron en la Bienal de Venecia, invitados por Alejandro Aravena, director de la edición. Allí instalaron, frente al canal, un mirador construido para la localidad de Pinohuacho, que se transformó en la primera herramienta con la que la comunidad comenzó a impulsar el turismo. "Nos sentimos dentro de una generación marcada por alejarse de la autoría personal y operar más en colectivo; como arquitectos no somos la respuesta definitiva sino que formamos parte de un equipo interdisciplinario en busca de respuestas", señala del Solar.
Nunca han participado en un concurso público debido al problema de la ejecución: "Esos proyectos los construirá una empresa que participa en una licitación, entonces tú no puedes incluir mano de obra local, tecnología local ni recursos locales, y eso para nosotros es fundamental en el proceso de diseño", explica Sheward. La estrategia de Grupo Talca es detectar las necesidades locales y levantar proyectos sin presiones. "Funcionamos más por voluntad, donde el autoencargo nos mueve por el territorio, los oficios y la materia", agrega.
Así, por estos días, trabajan en la conservación del territorio de la carretera Austral, en unos refugios en Pinohuacho y en AndesWorkshop, liderado por Cazú Zegers, quien busca desarrollar con los poblados cordilleranos una economía en base a la arquitectura, pero conservando el patrimonio.
Eso sí, frente a las dificultades que enfrentan los arquitectos jóvenes, Grupo Talca lanza una crítica: "Debemos entender que no somos imprescindibles, ni la última chupá del mate como nos han hecho pensar. Esta generación debe volver a poner los pies en la tierra y trabajar con humildad".