La debutante escritora nigeriana Ayobami Adebayo puede agregar a su currículo un singular honor. Su novela Stay with me, que acaba de publicarse en Estados Unidos y que aborda el drama político y social de su país en los últimos 30 años, es la última obra reseñada por Michiko Kakutani. Dos días después de publicado ese artículo, el 27 de julio pasado, se informó oficialmente que la crítica jefe de The New York Times se retiraba tras 38 años en el diario, adonde llegó como reportera en 1979. Adebayo tiene claro que ese honor no es trivial, porque la elogiosa crítica de Kakutani a su libro seguramente le abrirá las puertas no sólo del éxito comercial sino también del exclusivo mundo literario de Nueva York. "La obra es a la vez una parábola gótica de orgullo y traición; un profundo retrato contemporáneo sobre el matrimonio y una novela que sigue la línea de los grandes trabajos de Chinua Achebe y Chimamanda Ngozi Adichie", escribió Kakutani, calificando a su autora de "una extraordinaria contadora de historias".
Para la revista Vanity Fair, Kakutani fue la más poderosa crítica de libros del mundo anglosajón y el novelista Nicholson Baker comparó una mala crítica de ella con el dolor de una cirugía sin anestesia. Sus textos podían impulsar o sepultar la carrera de un escritor. Basta recordar su elogiosa crítica a Dientes Blancos de Zadie Smith, considerada un hito clave en el éxito literario de la escritora británica. "No es una de aquellas pequeñas y semi autobiográficas primeras novelas. Es una gran, fluida y populosa producción que recuerda libros de Dickens o Salman Rushdie (…) es una novela que anuncia el debut de una nueva escritora prematuramente dotada", escribió en ese recordado artículo de abril de 2000. Y no se equivocó. Smith se consolidó como una de las voces más poderosas de la nueva literatura británica y los halagos de Kakutani se extendieron a sus otros libros como Sobre la Belleza sobre la cual aseguró que lograba algo muy escaso: "Es una novela que es a la vez tan conmovedora como entretenida, tan provocadora como humana".
Ganadora del Premio Pulitzer en 1997 por su trabajo como crítica en The New York Times, Kakutani inició su carrera periodística en 1976 en The Washington Post tras haberse titulado de literatura en Yale. Menos de tres años después se integró a The New York Times donde comenzó a escribir crítica literaria en 1983. Durante toda su carrera, que la llevó a convertirse en ícono de la escena literaria neoyorquina, supo, sin embargo, cultivar el bajo perfil. No hay una foto de ella en su cuenta de twitter, son escasas sus imágenes disponibles en la web –incluso la primera que aparece en una búsqueda en google no es de ella sino de Joan Didion- y pese a ser exponente de un género periodístico que cultiva la primera persona jamás usó el "Yo" en sus artículos. Pese a ello nunca dudó en dejar clara su posición frente a las obras que criticaba. Destrozó, por ejemplo, las memorias de Jonathan Franzen –quien la calificó como la persona más estúpida de Nueva York- y describió El Evangelio según el Hijo de Norman Mailer como un libro "tonto y presuntuoso".
En su extensa carrera Kakutani enfrentó famosas polémicas públicas con Susan Sontag -que calificó sus críticas como "estúpidas y superficiales"-, el propio Franzen o Norman Mailer, quien en una famosa entrevista a la revista Rolling Stone aseguró ser "su objetivo preferido, pero los editores de The New York Times no la pueden despedir, le tienen terror". Pero también alabó a varios autores como Ian McEwan, Junot Díaz, Don Delillo –cuyo libro Submundo lo consideró la más cercana aproximación a la gran novela americana- o David Foster Wallace quien reconoció poco antes de morir haber llorado luego de leer la crítica de Kakutani donde lo comparó con la obra de Thomas Pynchon, calificándolo como "uno de los grandes talentos de su generación (…) un escritor que parece capaz de hacer cualquier cosa". A partir de ahora, aseguró, según The New Yorker, se dedicará a escribir artículos más extensos sobre crítica cultural y política. Reputación ya tiene. Pocos críticos pueden jactarse de que incluso su nombre se convirtió en un verbo: kakutanear que significa alcanzar el máximo prestigio en el mundo cultural, algo que la propia Kakutani ya logró.