Cada quien tiene sus razones en Por siempre amigos, octavo largo del estadounidense Ira Sachs y el primero que se exhibe comercialmente en Chile, tras las buena impresión que dejó El amor es extraño en su paso por el Festival de Las Condes. Eso ya es bueno. Adicionalmente, esas razones no son sólo el combustible de su accionar o el destino de sus trayectos. Son, más que otra cosa, evidencia de que acá corre el precepto wilderiano de que los personajes son lo que hacen. Sin que los empujen. Y eso es todavía mejor.
Esta producción indie estrenada en Sundance 2016, que cuenta con Paulina García en el reparto, articula una dramaturgia compleja y expedita. Y lo hace con buenas armas, fiel a su propia respiración, enhebrando con método.
Su intriga instala al espectador en una "Casa de Moda" -así, en castellano- en un sector de Brooklyn que en años recientes ha visto aumentar fuertemente el valor del suelo (la misma gentrificación denunciada en El amor es extraño). Leonor (García) es la modista chilena que lo tiene a su cargo, en buena parte gracias a la amistad con su anciano dueño, también propietario y ocupante de un departamento del mismo edificio. La muerte de este hombre, sin embargo, altera las cosas.
Al departamento llega a vivir un matrimonio (ella, sicoterapeuta; él, actor teatral e hijo del anciano) y Jake, el hijo treceañero de ambos (Theo Taplitz), quien hace buenas migas con Antonio (Michael Barbieri), el retoño de Leonor. Y mientras más amigos y compadres vemos a estos dos hijos únicos, más feos son los roces entre la arrendataria y los nuevos dueños, quienes aspiran a recibir por el alquiler un pago más cercano al valor de mercado.
Los variados y discretos encantos de Por siempre amigos descansan en la paciencia para encontrar un tono, en el criterio para ir entretejiendo las distintas historias y en el respeto por lo que cada personaje puede forjar respecto de sí mismo. Nada de esto, sin embargo, cobraría vuelo de no ser por roles tan convincentes como la modista de Paly García y tan adecuados como el actor/padre de Greg Kinnear. Eso, para no hablar de los "hombrecitos" del título original (Little men): muchachos en cuyos rostros y gestos se leen ansiedades, entusiasmos y frustraciones que no admiten imposturas cuando dan testimonio de una amistad entrañable.
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