Es un libro cargado de historia en los anales de la literatura. Se ha editado en los más diversos formatos e idiomas, pero faltaba una edición ilustrada y el sello Penguin Random House acaba de publicar —como conmemoración de los cincuenta años de su primera edición— una elegante y visualmente atractiva versión del clásico del boom literario.
Muchos años después, frente a la última edición de Cien años de soledad, algunas gotas de lluvia van troquelando las páginas, transparentando algunas letras, de manera de evocar el diluvio, los pescados de oro y otros guiños sutiles a la novela.
Gonzalo García Bracha, tipógrafo e hijo del escritor, diseñó la fuente del libro, llamada Enrico. Y Luisa Rivera, ilustradora chilena radicada en Londres, fue la encargada de dibujar la historia.
Culto conversó con la artista encargada de dar forma y color a la historia que el Nobel colombiano hizo universal.
—¿Cuándo fue la primera vez que leíste Cien años de soledad?
—La primera vez que lo leí todavía estaba en el colegio, aunque para ese entonces ya había leído a otros autores del boom latinoamericano. Lo curioso es que con Cien años de soledad me pasó algo diferente, lo encontré tan extraño pero cercano a la vez. Además, la forma de escribir de García Márquez es tan envolvente que me encantó.
—¿Cambió tu percepción del libro cuando te ofrecieron ilustrar la edición de sus 50 años?
—Ya había vuelto sobre la novela anteriormente y en ese momento entendí más cosas, como el contexto político y la identidad latinoamericana que vas más allá del relato. Cuando lo releí en el proceso de ilustración profundicé en ese aspecto casi poscolonial y también en la búsqueda personal de Gabo. Por eso, al releerlo no es que cambie la percepción, más bien descubres nuevas capas de significado.
—García Márquez decía que escribía para tratar de saber qué es la soledad, ¿por qué ilustras tú?
—Creo que mi trabajo es muy escapista, porque me gusta crear mundos, personajes y habitar esas realidades. Siempre he sentido que ilustrar es dialogar con el imaginario que tenía de niña, y me encanta volver a eso.
—¿Cómo enfrentaste el desafío de ilustrar un lugar ficticio como Macondo?
—Se sabe por las descripciones que Macondo es un lugar en tierras colombianas entonces investigué mucho las características de aquel lugar, pero además me dejé guiar por la novela. Gabo era muy detallista al escribir, entonces todo lo necesario está ahí.
—En tus primeros bocetos, ¿qué elementos fueron apareciendo?
—Primero naturaleza, porque tenía que visualizar el lugar antes de seguir con el resto. Luego los personajes, y con ello se fueron dando las atmósferas.
—¿Qué es para ti el realismo mágico?
—Es un espacio para desbloquear la mente porque, si bien está arraigado en la realidad, se abre a elementos extraños. No es fantasía, ni surrealismo y creo que eso ofrece más posibilidades. Siempre me ha inspirado este género porque te deja llevar las cosas un poco más allá.
—Tu paleta de colores, ¿en qué se basó?
—Es una mezcla de cosas. Por un lado, quería rescatar elementos propios de esa geografía. Me preocupé de traer esos tonos orgánicos, pero también de incorporar la extrañeza del realismo mágico en otras tonalidades como, por ejemplo, los naranjos o blancos para generar destellos de luz sin un origen claro.
—Para cerrar, ¿qué libros te gustaría ilustrar y por qué?
—Hay muchísimos. Uno de los libros que más me ha marcado, desde niña hasta ahora es Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, por lo tanto sería muy lindo hacer una edición. También me encantaría ilustrar la poesía de Pablo Neruda y de Emily Dickinson. Asimismo, hay ciertas novelas, como El Gran Gatsby, que al leerlas he visualizado toda la historia, entonces es imposible no querer ilustrarlas.