Fue aislado en Chiloé, sin televisión ni radio; en realidad, sin siquiera luz eléctrica, que Renzo Zecchetto (62) tuvo la corazonada sobre hacia dónde debía ir su trabajo. Eran fines de los años 70 y el arquitecto egresado de la Universidad de Chile se había trasladado a uno de los sectores más precarios de la isla para hacer su tesis de grado. Su única compañía era un libro escrito por otro arquitecto de origen estadounidense, uno de los más importantes de su época: Charles W. Moore. "Leerlo me cambió fundamentalmente la forma de lo que había aprendido en la universidad, tenía un enfoque muy distinto, mucho más humanista de la arquitectura, que a mí me pareció muy verdadero", cuenta. "Fue entonces que decidí terminar la tesis y partir directo a EE.UU. para trabajar con él. Yo era bastante ingenuo, ni siquiera sabía que debía hacerme un currículum, llegué directamente a tocarle la puerta", recuerda hoy el chileno que se radicó en Norteamérica en 1979.
Tras haber trabajado por una década bajo las órdenes de Charles W. Moore, Zecchetto fundó su propio estudio en California, en los 90, el que hoy se alza como uno de los más prestigiosos del estado. Sin ir más lejos, el arquitecto acaba de recibir dos importantes premios de diseño del prestigioso American Institute of Architects California Council por dos de sus obras: la iglesia St. Thomas More en Oceanside, California, y el Centro Cultural CorpArtes en Santiago. Hacia esta última, que proyectó hace siete años y finalmente se inauguró en agosto de 2014, tiene un cariño especial.
"Para mí este premio significa bastante. No es común que clientes chilenos vayan tan lejos a buscar a un profesional, pero la familia Saieh quería a alguien que tuviera experiencia en este tipo de obras, con un estándar que no se había visto en Chile. El auditorio, por ejemplo, ellos querían que tuviese una calidad acústica natural, sin necesidad de amplificación y eso es lo que conseguimos", explica.
Con más de 14 mil metros cuadrados en total, el edificio de CorpArtes tiene un equipamiento de última generación, una sala de arte de 850 metros cuadrados y un auditorio para artes escénicas con capacidad para 878 personas, que ahora ha sido reconocido por su diseño consciente con el medio ambiente e inclusivo para todo tipo de público; algo que para Zecchetto es esencial.
La platea principal del teatro está hecha con grandes componentes de madera de árboles renovables, que además de conseguir un sonido envolvente, ayudan a mitigar la contaminación; o en el caso de los escapes y accesos principales del teatro, están pensados para personas con movilidad reducida con una norma vigente en EE.UU., pero que en nuestro país es inédita.
"Para mí era muy importante llevar a Chile la máxima calidad arquitectónica, que esta obra sea un aporte y un ejemplo, porque la gran misión de la arquitectura es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos", dice el arquitecto sobre el centro cultural que sólo este año ha acogido conciertos de músicos de primer nivel internacional, como el violinista israelí Pinchas Zukerman, el director y pianista argentino Daniel Barenboim y exposiciones como la de Yoko Ono, que se exhibe hasta el 22 de octubre.
Desarraigo y arquitectura
En el estudio de Charles W. Moore, Zecchetto se dedicó desde el principio a levantar grandes edificios, con los que aprendió a aunar los deseos de sus clientes con sus propias aspiraciones arquitectónicas. Entre sus obras más importantes y variadas están el teatro Broad Stage de Santa Mónica, el UCLA Medical Center y la iglesia St. Vincent de Paul en San Diego.
—¿De qué forma Moore y EE.UU. marcaron su trabajo posterior?
—Mientras trabajaba para él seguí su lenguaje exuberante y eso me enseñó a abrir la mirada. Los años 70 en Chile eran difíciles, el tema político lo cruzaba todo, la enseñanza era muy dogmática, había una sola línea que seguir, y llegar a EE.UU. me abrió hacia otro tipo de ideas igual de válidas.
—¿Qué opina del actual estado de la arquitectura chilena, tan elogiada en el extranjero?
—La historia de Chile siempre ha tenido buenos arquitectos, no sólo ahora; pero me gusta que Chile crea en sí mismo, ese era uno de sus obstáculos, pensar que lo que se hacía afuera era más importante que lo que ellos podían hacer. Hoy hay un gran convencimiento de que tenemos un camino propio.
—¿Se siente más un arquitecto americano que chileno?
—Soy "americhitaliano", no tengo ningún pariente que no sea italiano, entonces esa también es una fuerza grande en mí. Me siento extranjero en todos los lugares a los que voy, el desarraigo es mi identidad. Por otro lado, tengo una visión poética de Chile, por su gente, por su geografía y por su aislamiento natural, pienso que hace bien en mirarse hacia adentro y en buscar caminos propios. Me da alegría ver que ahora en Chile hay inmigrantes haitianos, asiáticos, gente que en mis tiempos no estaba y que va a transformar la sociedad a una menos homogénea, que la va a enriquecer de ideas y emociones. Eso es lo que sucede en varios lugares de EE.UU. y sobre todo en California, donde me gusta ser un pescado chico en un océano muy grande.
—¿Le gustaría embarcarse en otro proyecto en Chile?
—Claro que me encantaría, pero por mi experticia es difícil, porque en Chile todos los edificios públicos son llamados a concurso y yo no soy un arquitecto registrado allí. Y también porque los concursos públicos tienen una falla fundamental y que hacen anteproyectos muy desarrollados sin siquiera conocer a sus clientes; para mí eso es algo foráneo que no puedo emprender.
—¿Cuál diría que es la clave de su arquitectura?
—Es justamente eso, el primer acto de la arquitectura es escuchar al otro, tener a alguien que te explica lo que sueña, lo que piensa, lo que necesita. Formalizar una arquitectura fuera de ese principio es un invento vacío del arquitecto. Yo necesito un contenido genuino que responda a algo real; que lleguen los clientes a decir que haga lo que quiera para mí es lo más fome y difícil que hay.