En la quietud de su departamento de calle Diego de Almagro, y en la amplitud de un escritorio que es también y sobre todo una biblioteca, Ernesto Ottone recibe a Culto. Faltan unas horas para la presentación de su último libro, Civilización o barbarie. Ensayo sobre la convivencia global y este sociólogo y cientista político, director de la cátedra "Globalización y Democracia" en la UDP, aprovecha de preparar una nueva sesión de un curso de formación general que imparte en la misma universidad acerca de la hoy centenaria Revolución Rusa. De ahí que asomen abiertas las obras de Orlando Figes y otros autores.

Con un pasado de militante comunista que evocó latamente en El viaje rojo (2014), no siente Ottone que regresar académicamente a temas como el recién mencionado deba transformarse en una cuestión doctrinaria. Mucho menos que la mencionada militancia deba dar pie a un recorrido intelectual en el camino contrario. "Esa es la visión del converso: el que tenía una verdad y se cambió a otra verdad", dice. "A estas alturas de la vida, detesto a los conversos, tal como detesto a los fanáticos. El converso comienza a execrar lo que vivió. Yo sigo teniendo la idea de una sociedad más igualitaria, pero he ido adquiriendo la idea de que eso se tiene que lograr con libertades individuales, intransablemente, y con un sistema democrático. Es un cambio que te ayuda abrir la mente, pero no vivo pensando en eso".

Agrega Ottone que nunca ha sido un "bloque de cemento", intelectualmente hablando, y que por ello examina en su mérito los temas contemporáneos. Temas como los de Civilización o barbarie, libro nacido de un discurso que dio en 2016, tras su incorporación como miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile.

-¿Por qué le parece importante reivindicar lo civilizatorio?

-Lo que hago en el libro es un recorrido por los significados más comunes que tienen estos términos, civilización y barbarie. También muestro que la idea de la civilización occidental como civilización central tiene una parte de realidad histórica, pero que también es una civilización excéntrica, porque nace en Oriente. Lo otro que trato de hacer es separar este concepto del de supremacía o de superioridad que puede surgir de la lectura de gente como Domingo Faustino Sarmiento y tomo la parte del humanismo a la Tzvetan Todorov: el reconocimiento de la humanidad del otro. Una universalización. Yo parto de ese reconocimiento y, por lo tanto, de la no cosificación del distinto. Pero no creo que sea un proceso que se haga de lo abstracto a lo concreto, de lo trascendente a lo cotidiano. Es una construcción más histórica, que se va haciendo a través de prácticas.

-¿Y qué pasa cuando lo civilizatorio se ve amagado por el miedo o el instinto de supervivencia, frente a un otro percibido como amenaza?

-No hay que negar la existencia del miedo, de los particularismos, de las emociones ni de los identitarismos mezquinos. Lo que me pregunto es cómo ir ligando, lo más que se pueda, la razón a la historia. Es un planteo modesto que propone un esfuerzo posible, compartido: frente a estas emociones "negativas", proponer otras, más positivas, como el deseo de vivir en paz. Esas emociones también existen.

-Otro tema que ronda el libro es el del secularismo. ¿Lo ha visto resurgir localmente, a propósito de temas como el aborto en tres causales?

-No creo en progresos lineales a este respecto. Por ejemplo, en la República previa a la dictadura militar el aborto era un tema mucho más secularizado. Habría que ver qué pasó culturalmente cuando hubo una Iglesia ligada a los derechos humanos y una Iglesia para la dictadura.

-Eso sí, usted no es un secularista que manifieste su ateísmo a la manera de Richard Dawkins.

-No planteo mi ateísmo como una definición identitaria. Entiendo que hay un fenómeno religioso profundo e importante en la historia de la humanidad, lo que no quita que uno pueda tener una visión secular de la vida. Por lo demás, la vida nos muestra siempre que hay gente que tiene convicciones religiosas y que, sin embargo, tiene una visión secular de cómo se debe dirigir la polis.

-El subtítulo de su último libro rescata el término "convivencia". ¿Lo asocia a otros términos de uso común, como cohabitación, aceptación, tolerancia?

-(Alain) Touraine se preguntaba en un libro de hace ya 20 años, "¿Podremos vivir juntos?". Creo que las cosas van por ahí. Ahora, cuando se habla de tolerancia… yo tolero al diferente y simplemente admito que esté. Yo voy más allá: lo tolero y siento curiosidad de saber si no tenemos elementos en común que nos permitan construir un mundo con mayores elementos de buena convivencia.