Lejos del misticismo chamánico, las distopías orwellianas o esa fascinación por la espiritualidad de los nativos norteamericanos con las que modeló el imaginario de las diversas etapas de The Cult, Ian Astbury, el cantante que a mediados de los 80 parecía ser la reencarnación inglesa y gótica de Jim Morrison, responde preguntas desde el otro lado del teléfono usando sentencias breves y terrenales, sin espacio para digresiones poéticas.
"El rock clásico está muerto", asegura a Culto el cantante, para luego aclarar que The Cult, la banda que formó a inicios de los 80 y una de las pocas de aquella camada que ha escapado a la fórmula revisionista a punta de nuevos lanzamientos, no es una banda de rock clásico. "Seguimos vivos, estamos fuertes, no estamos acabados. Hacemos rock and roll y cada decisión que tomamos está guiada por ese espíritu", agrega el músico, que a sus 55 años mantiene la energía vocal y el magnetismo de sus años de esplendor.
A un año del lanzamiento de Hidden city, su décimo álbum y el tercero desde su reunión de 2006, el quinteto llega el 6 de octubre al Teatro Caupolicán para presentarse por primera vez ante el público chileno, con una formación que completan el baterista John Tempesta, el bajista Grant Fitzpatrick, el tecladista Damon Fox y el guitarrista Billy Duffy, el otro integrante histórico del conjunto y responsable de las diversas sonoridades que éste ha abrazado en sus diversos períodos; desde el post punk de sus inicios hasta los riffs tipo AC/DC de Electric (1987), el álbum con el que alcanzaron la masividad en Estados Unidos.
Será, además, el regreso de Astbury a la capital, luego de su presentación al mando de la versión remozada de The Doors -sus ídolos de la adolescencia y gran fuente de inspiración- en el Velódromo del Estadio Nacional, en 2004. Y aunque la versión oficial dice que hubo dos intentos previos para traer a The Cult a Santiago que terminaron en cancelaciones, "nunca agendamos antes conciertos en Chile sino que fueron productoras irresponsables que nos anunciaron sin haber llegado a acuerdo", asegura el vocalista, quien ocupa casi todas sus intervenciones para disparar contra los sellos multinacionales y la industria de la nostalgia.
-¿Cómo describiría el presente del grupo, a una década desde que se reactivó el proyecto?
-Hemos estado básicamente muy ocupados. Hemos hecho tres álbumes, tres giras por el mundo. Creo que por sobre todas las cosas nos hemos preocupado de evolucionar como grupo, de seguir sacando música nueva, de que una nueva generación nos conozca también. Nunca me ha gustado vivir del pasado. Incluso ya estando con The Cult grabé un disco solista, un disco con Slash, otro con Unkle, otro con Tony Iommi. Creo que a estas alturas podemos hacer lo que queramos, porque con The Cult somos una banda independiente, trabajamos siempre con sellos independientes, nunca firmamos por multinacionales. Ahora nosotros controlamos todo, nuestra producción, los lugares a los que vamos. Es mejor para nosotros, llevamos 120 shows realizados en el último año y medio y la banda está tocando como nunca. Además, podemos elegir el concepto de nuestra gira, porque nunca hemos querido hacer un show de nostalgia. Y ese es nuestro presente, una banda que se mantiene con hambre en la música, que es lo que nos permitió volver y seguir en esto.
-¿El hecho de que no hayan celebrado los 30 años de Electric y, en cambio, lanzaran un disco nuevo, habla de esa intención de seguir avanzando y no mirar atrás?
-Por supuesto, es una evolución. Si hubiésemos querido hacer Electric de nuevo lo hubiésemos podido hacer. Pero las giras de aniversario son una mierda, no representan el espíritu del rock and roll. Son sólo una forma de que los sellos le sigan estrujando el dinero a tu catálogo. Para mí el rock and roll siempre ha sido sobre hacer las cosas a tu manera, avanzar, ser crítico con lo que te rodea. A veces hay cosas que no te funcionan, pero la idea es seguir intentando. Y por supuesto dar lo mejor de uno cuando estás sobre el escenario, que es lo que haré en Santiago.