En el sector de Hendon, en el norte de Londres, nace el doble de niños que en el resto de Gran Bretaña. Es la misma zona que concentra la mayor cantidad de judíos jaredíes de Europa, los más ortodoxos y rígidos. El aborto y la homosexualidad caen bajo el látigo de su ley y las mujeres, además de no poder usar pantalones, se casan jóvenes, teniendo como promedio cinco hijos. Es una vida regida por códigos que no se mueven al ritmo del resto del planeta y más de alguien quisiera tomar aire fresco, mirar más allá del horizonte y escuchar otras voces y otros ámbitos.
Es el caso de Ronit Krushka, la protagonista de Disobedience, primera película en inglés del realizador chileno Sebastián Lelio (1974). Basada en la novela homónima de la británica Naomi Alderman, la cinta nació como un proyecto de la actriz londinense Rachel Weisz (El jardinero fiel, Agora), quien es una de las productoras e interpreta a Ronit, la mujer que, aludiendo al nombre de la historia, comete el gran acto de desobediencia de su vida.
"Rachel Weisz, que es de origen judío, creció a pocas cuadras de la historia donde transcurre la trama de Disobedience", cuenta el director de Una mujer fantástica desde Los Angeles, ciudad donde está ahora dedicado a las labores de la preproducción de su nueva versión de Gloria, esta vez con Julianne Moore en el rol protagónico. "No es que ella sea judía practicante, pero este mundo le es relativamente familiar. Se trata de un territorio, el de los judíos ortodoxos que viven en el norte de Londres, que es extraño incluso para los propios londinenses", comenta Lelio.
En esta historia de rasgamiento de vestiduras, Ronit ha hecho más o menos todo lo que su padre, su familia y su religión le impedían: fumar, beber, tener relaciones con mujeres, cortejar a hombres casados; en fin, vivir con la holgura y desenfado que le dieran la gana. Claro, lo ha hecho lejos de Londres, en Nueva York, pero suele pasar que los orígenes terminan llamando: su padre, que es nada menos que el rabino patriarca de la comunidad, ha muerto. Y ella vuelve a casa. Una vez en el barrio, se reencuentra con los conocidos de siempre y particularmente con Esti, una amiga de juventud con la que tuvo una relación sentimental.
Esti, que en la película es caracterizada por Rachel McAdams (Spotlight), está ahora casada con el rabino Dovid (Alessandro Nivola), pero Ronit buscará echarle otra vez algo de combustible a aquel prohibido fuego adolescente. Lo que pasa en este triángulo de voluntades es la carne de la historia que Lelio cuenta en Disobedience, que hoy se estrena en el Festival de Toronto.
—¿Qué le atrajo en particular de esta historia?
—De alguna manera, cuando leí el libro Disobedience vi conexiones evidentes con mi primer largometraje, La sagrada familia (2005), donde también había un personaje femenino enfrentado a un mundo muy circunspecto. Es un universo de personajes muy confundidos, tratando de hacer lo mejor posible en un mundo de convenciones morales y conceptos bastante rígidos (en este caso, la ortodoxia judía). En ese sentido, me pareció que podía ser mi territorio.
—¿Cómo se originó su participación en la película?
—Creo que le debo esta película a Gloria (2013). Rachel Weisz tenía los derechos para llevar al cine la novela. Buscaban a un realizador para hacerse cargo y en ese momento vio Gloria: hizo las conexiones emocionales entre la historia de Disobedience y mi película.
—¿Como recuerda sus primeros encuentros con Rachel Weisz y Rachel McAdams?
—El primer día con ambas fue un hito. Estaba nervioso porque, en el fondo, no sabía si iba a existir química entre ellas. Estaba al final de un restaurante conversando con Rachel McAdams y desde lejos veo que viene caminando Rachel Weisz. Se sienta y comienzan hablar. Inmediatamente me di cuenta que iba a existir una tremenda electricidad entre ellas. El hecho de que fueran tan distintas iba a funcionar perfecto para el juego de atracción y de magnetismo que la película exigía. Desde mi perspectiva, verlas a ambas fue una suerte de epifanía. Vi que ahí había una película, que iba a ser vibrante y urgente. Comprendí que iba a ser tremendamente potente observar el duelo actoral entre ellas.
—¿Qué tan diferentes son?
—La primera sensación que tuve al trabajar con Rachel Weisz es que estaba frente a una fuerza de la naturaleza, a alguien de personalidad volcánica. Por otro lado, Rachel McAdams es muy meticulosa. Estudia mucho y es algo así como una experta en el disfraz, en esconderse tras la peluca y el maquillaje. Me parece que, al final, manejó todas las complejidades de su personaje con una elegancia única. Son muy distintas y calzan justo en los personajes, que son complementarios y contrapartes al mismo tiempo.
—¿Tuvo suficiente libertad creativa, considerando que es un proyecto que nació de Rachel Weisz ?
—Tuve suerte, porque la invitación de ella y de los productores era a escribir o a coescribir, no solamente a dirigir. En ese sentido, siempre me sentí en un mundo muy familiar. Por lo demás, las compañías involucradas me daban garantías de ser respetuosas con el realizador: son Channel Four, un estudio inglés que tiene un catálogo muy fino, y la estadounidense FilmNation, que es también de primer nivel. Ambas me ayudaron siempre a buscar el ángulo con que debía abordar esta historia.
—¿Como fue la comunicación con los actores, con gran experiencia en Hollywood?
—Alrededor de actrices así siempre hay orbitando una legión de agentes y abogados que pueden ser hasta rompeolas, pero lo que me dejaba tranquilo y feliz era que al final del día lo que quedaba era una actriz, una cámara y el set de rodaje. Nada más. Y eso es lo que yo conozco. Sentí que las dos actrices, y también Alessandro Nivola, se entregaron totalmente en el rodaje. Se logró una intimidad única.
—¿Cómo es la historia de Disobedience?
—Disobedience es un viaje intenso, con personajes que están pasando por diferentes conmociones. La película oscila entre diferentes tonos a medida que avanza la trama. Hay levedad, sobre todo al principio, y luego incluso un humor muy particular. Sin embargo, las cosas se van poniendo más dramáticas. Está el personaje de Ronit(Weisz), quien huyó de su hogar y al hacer eso ganó su libertad, pero perdió su origen. Y está el de Esti (McAdams), quien se queda en Londres, pero al mismo tiempo pierde su cuerpo, su sexualidad. A ambas, evidentemente, les falta algo y, cuando se encuentran, buscan llenar esas carencias. Pero a la larga es también la historia de un amor imposible. En ese sentido, la película tiene ese halo romántico a la antigua y es un saludo al melodrama clásico.
—¿Cuando se rodará la nueva Gloria?
—Se va a filmar en Los Angeles y actualmente estamos trabajando para empezar a rodar a fin de año. En realidad, estoy totalmente metido en eso, viviendo en California, buscando locaciones y en proceso de casting de más actores. Es poco más lo que puedo decir, salvo que la principal razón por la que estoy haciendo esta película es que Julianne Moore está involucrada. Uno de los desafíos bonitos para mí, en esta nueva versión, es observar de qué manera la historia de esta mujer que reivindica su derecho a seguir siendo feliz puede resonar en el Estados Unidos de ahora.
—¿Es arriesgado hacer un un "autoremake"?
—Siempre lo es. Además, hay muy pocos precedentes en la historia del cine. Pero, al mismo tiempo, es una de las razones por las que quiero hacer Gloria otra vez. Siempre me pregunto por qué los músicos pueden reversionar sus viejas canciones o los dramaturgos citar sus obras, pero los cineastas no. Por qué se puede revisitar una melodía, pero no una película.