A 20 años de Historias de fútbol
En tres salas de Santiago y Concepción debutó la cinta de Andrés Wood, único estreno local de 1997. Bien recibida por el público y la crítica, la suya es la historia de una película hecha a pulso y llena de sabores chilenos.
Corría 1997. La conversión al multiplex, cuando morían las grandes salas de antaño, coincidió con una de las peores cifras locales de asistencia a las salas de cine (1998 fue el peor de todos). También, con un año pobre de la producción fílmica chilena: hasta junio del 97, sólo Bienvenida, Cassandra, de Marco Enríquez-Ominami, había asomado en el circuito de arte y ensayo. Pero los vientos mejoraron a partir del 5 de junio.
Ese día, tres multisalas de Santiago y Concepción (Gran Palace 3, Showcase Maipú y El Trébol 3) iniciaron las proyecciones de Historias de fútbol, ópera prima de Andrés Wood, construida a partir de tres capítulos escritos por Wood y René Arcos, ambientados en Santiago, Calama y la localidad chilota de Tenaún: No le crea, Último gol gana y Pasión de multitudes. Dos días antes, unos mil invitados se congregaron en el cine Las Condes —a la misma hora en que la selección jugaba un amistoso con Hungría— para la avant première de una cinta que, como ninguna antes, se hacía cargo de las obsesiones futboleras y las huellas identitarias asociadas.
La crítica no tardó en destacar la opción del filme por las "historias sencillas", allí donde otros intentaban monumentos, el sentido del humor y la eficiencia interpretativa. En las semanas que siguieron, la película se desempeñó sólidamente en salas (unos 35 mil espectadores, según el productor Pepe Torres) y más adelante fue conocida por cientos de miles gracias a la TV.
Las razones de la conexión con el público son varias y la mayoría están literalmente a la vista. Menos conocida es la rocambolesca historia de cómo llegó a ver la luz una obra hecha a pulso, poblada como estuvo de azares y circunstancias.
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Actores y futbolistas
A 20 años de distancia, Andrés Wood cuenta que tuvo "el impulso de intentar hacer algo en un momento en que parecía que no se podía filmar". Y dice que "hoy quizás lo pensaría distinto, pero en esos momentos estaba muy enamorado de muchas historias, me encontraba incapaz de elegir sólo una".
Torres, el productor general, conoció a Wood en 1995, en lo que llegaría a ser el FICValdivia. "Ahí fue Andrés con su corto Reunión de familia. Se me acercó y me pidió que le hiciera la producción de un largo". Torres, que por entonces promovía un esquema de reducción de costos, agrega que Wood "tenía una idea para TV, pero en ese tiempo la tele no compraba nada.
Tenía 10 hojitas de un guión de la historia de Santiago (No le crea, sobre un jugador amateur en Peñalolén), que había adaptado el fallecido René Arcos, 1 millón de pesos, una oficinita compartida con un solo teléfono y mucho entusiasmo por el fútbol. Así que ahí empezamos en calle Constitución a armar todo".
En la lógica del director de entonces -"hay que hacer películas como sea"-, se diseñó un sistema de trabajo con un tiempo reducido de rodaje (24 días en total), un staff pequeño (12 personas) y un aparataje técnico elemental. Los sueldos eran menos que modestos, los desplazamientos eran por tierra y el total del presupuesto era de US$ 300 mil.
Historias de fútbol, asimismo, contó con destacados intérpretes locales, algunos de ellos cercanos al realizador, como Boris Quercia y María Izquierdo. Otros tenían ya un nombre, pero no habían debutado en los largos, como Daniel Muñoz y Néstor Cantillana. Este último tuvo un bautizo de fuego en su rol de Francisco, santiaguino "varado" en un pueblo chilote, en medio de una hospitalidad empalagosa y tratando de ver el partido de Chile y Alemania en el Mundial de 1982, que terminó 1-4, pero la película hace terminar 1-1: en medio de la desesperación por seguir viendo la brega, Francisco sube al techo de la casa para mover la antena bajo una lluvia torrencial. "La lluvia que era producida por un carro de bomberos de la zona", cuenta Cantillana. "El frío y tratar de no caer desde el techo era una situación muy complicada, pero en cámara se veía espectacular. Las condiciones en el set te obligan a no pensar demasiado (no actuar), sino simplemente hacer lo que hay que hacer".
Cada día de rodaje era extremo, recuerda Torres, quien de paso cuenta cómo Jorge "Peineta" Garcés, en su minuto, mantuvo la película con vida: tras fracasar la búsqueda de apoyo de un gigante minero para rodar en Antofagasta el capítulo nortino, se hicieron gestiones con Codelco. Estas, sin embargo, se empantanaron en una larga reunión en un hotel de Viña del Mar. Providencialmente, el futuro seleccionador nacional ofreció sus buenos oficios como entrenador de Cobreloa —dependiente de Codelco— para persuadir a los directivos. Finalmente, la minera proveyó comida, alojamiento y transporte.
Con actores que supieron poner de su cosecha, la cinta supo también interpretar la cultura futbolera en gestos, parlamentos y hasta en el monólogo del entrenador que encarna Pedro Villagra y cuyo texto está tomado de una conocida canción de Mauricio Redolés (a quien se le habría ofrecido el rol).
Por lo demás, el fútbol y los futbolistas fueron puestos de relieve. En la película se ve a Iván Zamorano en una pantalla de TV y a Marcelo Salas tirando al arco en 35 mm. Y hasta hubo ídolos que se emocionaron: cuenta Torres que fue como espectador a una función cualquiera en el desaparecido Gran Palace. Cerca de su butaca, notó que alguien lloraba en distintos momentos de la película. Finalizada la función y encendidas las luces, advirtió que era Carlos Caszely. Torres le contó que había trabajado en la película. Invadidos por un sentimiento indefinible, se fundieron en un abrazo. Otra historia de estas historias de fútbol.
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