Seis años pasaron desde que Gregoria y Guillermo se sentaran a contemplar la ciudad y sus agitaciones frente a dos tazas de café, en Todo pasajero debe descender. Ahora el eco de las masas se oye aún más fuerte, y las vidas de ambos no han logrado zafar de los bruscos reajustes del Chile actual: ella, una diva del teatro que se niega al retiro, se queja por la falta de trabajo; y él, un escritor de biografías de poetas, ha visto cómo el éxito se le ha vuelto a cruzar a sus 80 y tantos años, luego de publicar una minuciosa investigación sobre Roberto Bolaño.
Estrenada en 2012 en el Teatro UC, bajo la dirección de Alejandro Goic, la obra escrita y protagonizada por Alejandro Sieveking (1934) y su esposa, la actriz Bélgica Castro, de 96 años, ha seguido escribiéndose desde entonces, dice el autor, a la par de sus biografías. Así apareció Todos mienten y se van, un segundo texto que refresca la posición del mismo y longevo matrimonio ante una sociedad en tiempos de cambio: "Los dos están más viejos y mañosos, pero él encontró una mina de oro que le ha dado nuevas energías. Hace algunas semanas me ha sido difícil no pensar en que en su caso, o el mío, pudo ser el Premio Nacional", dice Sieveking en su departamento, frente al cerro Santa Lucía.
"Pero ella casi no tiene fuerzas para seguir. Sus ganas de volver a actuar son tantas como las puertas que se le han cerrado, y eso la tiene en una especie de pesimismo casi crónico", lamenta.
Ese viernes 25 de agosto, minutos antes de que el autor de 83 años se enterara de que había ganado el Premio Nacional de Artes de la Representación, su esposa sufrió una caída producto de una fisura en la cadera. "No fue la caída lo que la provocó, sino al revés. Los médicos pensaron que podía ser un accidente cerebrovascular, pero en la Posta Central lo descartaron", cuenta:
"Al lunes siguiente la operaron, y ese día la trasladaron a la parte de geriatría del hospital San Juan de Dios", donde fue dada de alta el viernes recién pasado. "Estos primeros días en casa son los más delicados, porque ni yo sé muy bien cómo reaccionar ante una emergencia. Afortunadamente la señora que hace aseo en el departamento hará también de enfermera, y es alguien a quien la Bélgica conoce", agrega.
Todos mienten y se van será la obra inédita con que Sieveking volverá a las tablas a mediados del próximo año, luego de estrenar Pobre Inés sentada ahí en 2016. "Más que la segunda parte de Todo pasajero..., la veo como una obra aparte, pero que mantiene a Gregoria y Guillermo", dice. "Sigue siendo también ese retrato del centro de Santiago que intenta mostrar cómo ha cambiado todo, eso me interesa mucho hoy".
Goic nuevamente asumirá la dirección, pero ni la sala ni los protagonistas han sido aún confirmados: "En el momento en que la escribí, la Bélgica estaba mucho mejor de salud, pero no ha pasado ni un año siquiera desde que la terminé, y creo que hoy no está en condiciones de hacer teatro. Está con problemas de memoria, y eso lo impide todo. Prefiero que esté más tranquila, aquí en casa".
-¿Cree que será su retiro?
-Es difícil hablar de eso cuando no soy yo quien lo decide. Todos queremos seguir actuando hasta que ya no podamos hacerlo más, pero quizás ese momento ya llegó para ella y solo no lo hemos asumido.
Hombre de teatro
Desde su primera obra, Encuentro con las sombras (1955), a Sieveking se le ubica entre los dramaturgos chilenos fundamentales del siglo XX, junto a Juan Radrigán, Egon Wolff e Isidora Aguirre. "Ahora me han redescubierto no solo como autor, sino también como actor de cine y teatro. ¡Hasta la gente me reconoce en la calle y se acerca saludarme! Lo más bonito es que me hablan como si ellos mismos se hubiesen ganado el premio. Eso ha sido muy conmovedor para mí".
-¿Cuál de sus obras cree que la gente recordará más?
-Con los años han terminado por convencerse de que La remolienda (1965) no es solo la obra folclórica que se dijo en su época. Ahí puse mucho de lo que vi durante mi infancia en el sur, acaso encontraba alguna explicación de por qué somos y nos comportamos de tal forma. Lo mismo hicieron, en su época, Shakespeare, Pinter y Beckett, mis favoritos, pero al igual que con sus obras, sería imposible reescribir el teatro chileno desde cualquier otro rincón del mundo.
-¿Le molesta que digan que Ud. es solo un dramaturgo?
-Así me reconocen, pero la verdad es que yo soy actor. Uno no muy bueno según decía Hans Ehrmann (ríe), pero lo soy. También he dirigido, diseñado y cosido vestuarios, las he hecho todas. En general, a los actores nos toca ser obreros del teatro. No todos fuimos Ana González o María Cánepa o Bélgica Castro, que fueron premiadas como grandes actrices y divas. Por más que uno se esfuerce, el tiempo es limitado con los actores. Son los dramaturgos y sus obras los que perduran. Pienso en Molière, por ejemplo, decían que era un gran actor, y aún así solo se le recuerda como dramaturgo.
-¿Y a Ud., qué personaje le gustaría interpretar?
-Siempre me ha gustado Gloster, del Rey Lear. Me atrae que el personaje viva un cambio brusco de hombre insensible a hipersensible luego de que le sacan los ojos. Alguna vez postulé para hacerlo, pero no quedé. Y con Lear nunca me atreví, no me sentía preparado, porque exige una experiencia más allá de lo actoral. Pero ahora que estoy viejo lo pensaría. En realidad, es algo que he pensado muchísimas veces.